Paysandú, Martes 02 de Abril de 2013
Opinion | 01 Abr A más de veinte años del fin de la denominada Guerra Fría, con la derrota absoluta de los países del ex socialismo real, incluida la ex Unión Soviética y sus satélites, que han desaparecido ante la implosión de sus regímenes por inviables, las amenazas de una guerra nuclear global han reaparecido ante la postura del régimen comunista de Corea del Norte, un bastión aislado del mundo en el que sin embargo el armamentismo y las malas relaciones con sus vecinos y el mundo occidental indican que todavía habría cuentas por cobrar, aunque sea al precio más caro posible.
Es así que a lo largo y ancho de Corea del Norte, los soldados se están preparando para la batalla y envuelven sus jeeps y camionetas con redes de camuflaje. Letreros y carteles recién pintados llaman a la “muerte de los imperialistas estadounidenses” e instan a la gente “a luchar con armas, no palabras”, indican las agencias noticiosas internacionales.
Claro, a esta altura de los acontecimientos se debería estar en condiciones de determinar hasta dónde pueden llegar las bravuconadas y la amenaza real, sobre todo identificando los reales objetivos de la beligerancia, separando la espuma del líquido y evaluando en su real entidad el grado del conflicto.
Todo indica que aún cuando el líder norcoreano, Kim Jong-un, emite gritos de batalla en la medianoche a sus generales y les dice que preparen sus cohetes, él y su ejército de un millón de hombres saben bien que un ataque con misiles contra blancos estadounidenses sería un suicidio para un ejército superado en número y poder.
Los observadores consideran que Pyongyang pretende obligar a Washington a ir a la mesa de negociaciones, y también presionar al nuevo presidente en Seúl para cambiar la política sobre Corea del Norte, y eventualmente construir la unidad dentro del país sin desencadenar una guerra.
Corea del Norte querría llamar la atención por esta vía sobre la fragilidad de la tregua diseñada para mantener la paz en la península coreana, en 1953, una tregua que Pyongyang anunció recientemente que dejaría de cumplir, ya que advirtió que la guerra podría estallar en cualquier momento.
En julio se cumplirán 60 años desde que Corea del Norte y China firmaron un armisticio con Estados Unidos y las Naciones Unidas para poner fin a tres años de lucha que costó millones de vidas. La designada Zona Desmilitarizada se ha convertido en la frontera más fuertemente custodiada en el mundo, pero nunca fue la intención que fuera una frontera permanente. Sin embargo, seis décadas después, Norte y Sur siguen divididos, con la sensación de un Pyongyang abandonado por los surcoreanos en la búsqueda de la reunificación y amenazados por los estadounidenses.
A la vez, los soldados chinos que lucharon junto a los norcoreanos hace tiempo que han abandonado la zona. Pero 28.500 soldados estadounidenses siguen estacionados en Corea del Sur y 50.000 más están en las cercanías de Japón. Durante semanas, Estados Unidos y Corea del Sur han estado mostrando su poderío militar con una serie de ejercicios conjuntos que Pyongyang considera un ensayo para la invasión. Kim Jong-un reaccionó rápidamente, llamando a una reunión de emergencia de los generales. Les ordenó estar preparados para atacar si las acciones estadounidenses continúan.
Claro, se trata de un régimen dictatorial de rancia raigambre comunista, donde se hereda el poder y se rinde culto al personalismo, pese a que se haga hincapié en que se trata de un régimen colectivizado. Lo mismo ocurre en la Cuba en la que Fidel Castro sigue moviendo los piolines pese a su retiro de la imagen pública, ante sus problemas de salud.
Estos regímenes, para tratar de sostenerse pese a su gobierno dictatorial, dos por tres buscan erigirse como víctimas y crear o potenciar enemigos para buscar excusas a su sentido exacerbado de la seguridad nacional, que muchas veces está dirigido a la represión interna y a tratar de revertir el creciente aislamiento internacional.
Con todo, cuando se trata de dictaduras ensoberbecidas, donde no se rinden cuentas, siempre está latente la amenaza de tentaciones belicistas pese a lo que dicte el sentido común, por encima de que Corea del Norte quiere cierta legitimidad a los ojos de los Estados Unidos y un eventual tratado de paz en base a priorizar sus intereses llevando a los norteamericanos a la mesa de negociaciones.
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