Paysandú, Miércoles 03 de Abril de 2013

Cuando la meta es siempre la mejor foto

Opinion | 27 Mar Cada instante es caminar por la cornisa de la vida, aun cuando –obviamente-- no tenemos esa percepción. Los imprevistos juegan en la vida de cada uno. Para bien o para mal. Están ahí, acechando en el diario vivir. Un imprevisto --una de varias formas de calificarlo-- ocurrió precisamente instantes después que varios ciclistas cruzaron la línea de meta al mediodía del lunes, cuando arribó a Paysandú la septuagésima edición de la Vuelta Ciclista del Uruguay. Algunas personas que, llevadas por la emoción, y un fotógrafo que replica el movimiento para no perderse la foto, provocan un accidente en el que resultan lesionados dos ciclistas y el periodista gráfico, colaborador de EL TELEGRAFO.
Lo que primero pareció un accidente de mayor entidad, con el paso de los minutos quedó claro que en el imprevisto hubo un poco de buena suerte también. Mientras que los ciclistas volvieron a la ruta en la etapa de la víspera el fotógrafo permanece en reposo, tras las heridas sufridas.
Todas las profesiones, todos los trabajos tienen riesgo, más allá de las obvias como el soldado o el bombero. Los empleados de la construcción están entre los de mayor peligro. Como los conductores, los mineros y los fotógrafos y ciclistas.
Más allá de la imagen afable del fotógrafo que llega para registrar el instante de la reunión de las autoridades, o recoger la crudeza de un accidente de tráfico, el propio reportero gráfico muchas veces pone --a sabiendas o sin darse cuenta-- en juego su integridad física, y a veces su propia vida.
Quizás el caso más resonante ocurrido a principios de este año fue el de Chris Guerra que falleció tras ser atropellado cuando pretendía tomar una foto del último automóvil del astro canadiense Justin Bieber. La escena recordó el accidente que en 1997 le costó la vida a Lady Di, la princesa de Gales, en París.
Pero no son los únicos casos. En enero de 2012 un cuatriciclo atropelló a un fotógrafo cuando se corría el “Desafío de la Costa”, que se desarrolló entre Costa Bonita y Arenas Verdes, en Argentina. Juan Carlos Dray fue entonces la víctima.
En marzo de 2011, en Madrid, un fotógrafo resultó lesionado al tropezarse con un escalón mientras intentaba captar la llegada de autoridades a un acto precisamente sobre siniestralidad laboral. Este accidente llevó a que en el interior del recinto se planteara la necesidad de que los trabajadores gráficos de los medios de comunicación, deberían colaborar para establecer un protocolo de actuación para evitar estas situaciones de aglomeración a la llegada de autoridades y los posibles riesgos para estos profesionales.
En Costa Rica, un fotógrafo estuvo muy cerca de perder la vida cuando buscaba obtener la mejor fotografía de un cocodrilo, que casi termina devorándolo.
Quizás resulte nada sencillo comprender cuan al límite llega al encuentro fortuito (que generalmente no termina en contacto físico) el fotógrafo que necesita la mejor fotografía porque no menos espera el público lector al otro día, cuando en esa imagen --que “valdrá como mil palabras”-- tenga una síntesis del esfuerzo, de la lucha, de la competencia; y el ciclista. Este también llega “a fondo” a la meta, buscando la mejor posición y no puede frenar sino hasta unos cuantos metros más adelante, cuando lentamente su vehículo vaya perdiendo potencia y velocidad.
Los unos y los otros se conocen muy bien. Porque se complementan. Los buenos ciclistas necesitan de los experientes fotógrafos y viceversa. Lo difícil es cuando ese instante termina en un accidente, en un siniestro que da por tierra con hombres y equipos.
Pero no son los únicos protagonistas y eso hace más compleja esa relación en la que la única diferencia parece ser el objetivo de la cámara y el pedal de la bicicleta. La diferencia entre profesiones peligrosas es generalmente poco perceptible. Como el soldado expuesto a la bala del enemigo o el fotógrafo a la explosión al pisar una mina.
No se puede pedir ni a uno ni a otro que no ponga el máximo esfuerzo, que no camine al filo de la cornisa, que no busque lo mejor, aun si ello implica riesgo o peligro.
La calle, la fotografía, el ciclismo, tienen su peligro. Claro, no es cuestión de quedarse solamente con esta reflexión, sino buscar acciones que reduzcan esos peligros sin lesionar lo que cada profesional debe hacer.
Por ejemplo, cuando un presidente --u otro alto dignatario-- visita una ciudad, es común que los periodistas (entre ellos los fotógrafos) sean recluidos en “corrales” para que las fuerzas de seguridad puedan a su vez trabajar con tranquilidad y, al mismo tiempo, permitir al periodismo cumplir --aunque con algunas limitaciones-- su trabajo.
No se usa eso en las competencias deportivas del estilo del ciclismo, porque --como en este caso-- cuando se trata de competencias de largo aliento, se reducen no solamente los elementos de seguridad sino de otra índole para no transportar tanta carga.
Hay, empero que poner más atención cuando ocurren este tipo de accidentes, porque están en juego vidas. En esta oportunidad el fotógrafo no estaba solo en el lugar equivocado. Allí, del lado interno del vallado había demasiada gente, algunos que como él, detrás de un micrófono o una cámara cumplían con su tarea de informar a la audiencia los momentos culminantes de la carrera; otros que “están autorizados” y otros que no deberían estar. Ante esto, sin otro lugar donde ubicarse, el fotógrafo sólo podía hacer lo que hizo para cumplir su función de la mejor forma, como se hace en todos lados, en cada ciudad por la que la Vuelta Ciclista hace su entrada triunfal.
Pero hay cosas que se pueden hacer para mejorar la seguridad. Un vallado de mejor calidad, una tarea llevada adelante con mayor rigurosidad por la policía para impedir que en el área anterior y posterior a la llegada estén personas no relacionadas estrictamente con la carrera y –también-- un cuidado mayor de parte de los profesionales, entre ellos los propios fotógrafos.
No obstante, hay que comprender que la vida mirada por la lente de una cámara de fotos se ve diferente, especialmente si se está utilizando un lente del tipo telefoto. En esas circunstancias, un movimiento como puede ser un adelantamiento, apenas se percibe, hasta que ya es demasiado tarde.
Cualquier fotógrafo, cualquier periodista sabe que en toda Redacción la máxima es que la noticia debe ser redactada y publicada y que la foto tiene que salir. Y debe trasmitir la energía del momento, debe reflejar el instante en toda su magnitud. Debe hacer sentir al lector que estuvo allí, en ese lugar, en ese momento. Es lo que éste exige, es lo que necesita el deportista que del otro lado de la lente, da todo de sí no solo para ganar sino para ver inmortalizado ese instante en la portada de un diario, o ser visto por miles de personas por las pantallas de los televisores. Porque es la forma de lograr el reconocimiento del gran público, ese que aprecia la mejor toma, y al que sólo se llega a través de los medios de comunicación.
Toda profesión tiene su riesgo, porque vivir es riesgoso. La del fotógrafo y la del ciclista también. Esta vez se encontraron, no como tantas otras veces, sino con ese toque de mala suerte que terminó con todos por tierra, con magullones, huesos rotos y equipos destrozados. Que no quede solo en una anécdota. Que no quede solo en la bronca momentánea. Que sirva para los organizadores enfaticen en las medidas de seguridad y los protagonistas en salvaguardar su propia integridad y la de los demás. Aunque la foto siempre tiene que salir. Y a la meta siempre hay que llegar.


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