Paysandú, Sábado 20 de Abril de 2013
Opinion | 17 Abr “Caos en el tránsito” constituye una frase pronunciada en diversos ámbitos con tanta frecuencia y seguridad que su interpretación debería ser inequívoca, pero, apenas se la analiza un poco, puede advertirse que no es tan fácil saber a qué exactamente se refiere. Porque en el tránsito no hay un solo caos sino varios y de diferentes niveles de importancia.
Sin duda el caos más visible es el causado por personas que transitan por cualquier calle en motos de dudosa procedencia, sin frenos ni luces, y grotescamente modificadas para alcanzar velocidades superiores a su capacidad. Ejecutan maniobras acrobáticas para superar cualquier obstáculo, entre ellos los inspectores de tránsito, que incluso deben soportar estentóreas burlas. Esta situación puede calificarse como caótica, pero no es la única, ni muchos menos la más relevante.
Algunas de esas motos carecen de matrículas, en tanto otros sí cuentan con ella porque sus conductores ni siquiera se han molestado en quitárselas, conscientes de que el costo total de la acumulación de multas supera con amplitud el valor de los rodados y que pueden adquirir otros, en iguales condiciones, a sumas muy inferiores a las adeudadas. Ante esto, los inspectores de tránsito organizan operativos en puntos críticos como el cantero central de la zona balnearia o las zonas de picadas en avenida Wilson Ferreira Aldunate y Ruta 3, sitios en donde son agredidos sistemáticamente apenas arriban. Ante tanta adversidad, la fiscalización suele recaer sobre conductores incautos que cometen infracciones muy menores y asumen sumisos las consecuencias.
Estos temerarios en dos ruedas tampoco valoran su propia existencia ya que a su edad, naturalmente, visualizan la muerte como algo improbable que le ocurre a otras personas, cuyas vidas tampoco puede pretenderse que les importe. En consecuencia, causan lesiones graves e incluso la muerte de inocentes como el caso protagonizado por un menor que, al huir sin razón aparente de la Policía, embistió a una mujer que falleció como resultado de las lesiones sufridas. Y el único castigo que impuso la Justicia al adolescente que la mató fue continuar con sus estudios.
Entonces ese caos sí reviste mayor gravedad que los anteriores, pero tampoco es el principal. El verdadero caos original es aquel propiciado, voluntariamente o no, por los responsables de controles inocuos, fiscalizaciones inadecuadas y muertes castigadas en forma absurda. Individuos que, además, intentan distraer a la ciudadanía mediante la difusión de situaciones de apariencia caótica que, en realidad, son resultado de su propio caos.
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