Opinion | 29 Abr En las últimas horas se inauguró en Montevideo el liceo Impulso, de similares características al Jubilar, ambos ubicados en el barrio Casavalle y con la diferencia de que el nuevo emprendimiento es laico. Al igual que el centro educativo dirigido por el Arzobispado de Montevideo, Impulso está gestionado por privados, es gratuito, sus alumnos deben estar radicados en la zona y tener sexto año de primaria aprobado.
Los estudiantes de primer año son un centenar, aunque las autoridades recibieron casi 400 solicitudes de ingreso, cuentan con 22 docentes, además de personal de servicio y mantenimiento. Los adolescentes deben concurrir uniformados y tienen diez horas de clase --de 8 a 18-- con talleres, educación física y la participación activa de los padres. El centro educativo lleva ese nombre porque contó con el apoyo de la Fundación Impulso, además de empresas privadas del medio que aportan para desarrollar la iniciativa.
Si bien las clases comenzaron en marzo, la noticia se publicó en las últimas horas para lograr primero un acercamiento entre estudiantes y profesores. Según el equipo docente, la idea es continuar sumando grados hacia los próximos años, en una zona donde ya se habla de la experiencia como noticia conocida.
Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo sobre la educación en América Latina, presentado el año pasado, se refería a las “grandes brechas” existentes en Uruguay entre la educación privada y la pública. El concepto clásico para nuestras sociedades es que siempre se pagó por lo privado y con lo público se garantizaba la gratuidad e igualdad.
El documento del BID advertía acerca del bajo nivel de aprendizaje y carencias edilicias, además de solicitar mayores inversiones en infraestructura tales como laboratorios o bibliotecas.
Con un presupuesto duplicado, uno de los principales prestamistas de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) --como el BID-- reconocía la existencia de “grandes brechas” entre ricos y pobres. Hasta que llegaron estas dos experiencias a echar por tierra cualquier posibilidad de “no se puede”. Primero el Jubilar y ahora el Impulso, ambos funcionando con el apoyo privado de empresas que “devuelven a la comunidad, lo que la comunidad les brindó”. Parece una frase hecha y lo es. Sólo que en esta oportunidad, decidieron juntarse, ponerlo en práctica y demostrar que el discurso para la tribuna está en otro lado. Los tecnicismos, también.