Paysandú, Domingo 19 de Mayo de 2013
Opinion | 16 May Seguramente que todo sanducero se ha sentido conmocionado primero y luego indignado, al observar las fotos de EL TELEGRAFO del Monumento a Artigas cubierto de graffitis por quienes se dicen “hinchas” de un equipo deportivo, en este caso el Club Nacional de Fútbol, y se autoidentifican como integrantes de la barra “La 19”.
Ocurre que la pintada de la madrugada del miércoles no quedó en eso, sino que los vándalos, envalentonados en su impunidad, también perpetraron un atentado similar contra el Liceo Departamental Nº1, la radioemisora CW39 y fincas vecinas a la plaza Artigas, que fue aparentemente el epicentro del teatro de acciones de los antisociales que dedicaron seguramente varios minutos en recorrer la zona y hacerla escenario de sus desmanes.
De acuerdo a lo declarado por el director general del Departamento de Servicios, Emilio Roque Pérez, que fuera en la madrugada sobre los hechos, para comunicarse de inmediato con el intendente Bertil Bentos, quien dispuso efectuar la denuncia policial correspondiente, los vecinos de la plaza no habrían escuchado ni visto nada, y tampoco se sabe que personal policial hubiera advertido el desplazamiento de los energúmenos por la zona. Sin embargo llama la atención que sobre las 3 de la madrugada, hubiese un grupo estimado en unos 20 ó 30 personas cortando 18 de Julio en el cruce con Entre Ríos, cantando y gritando a viva voz y que nadie, ni siquiera algún patrullero de los que con frecuencia pasan por la zona de la plaza, haya visto nada inusual. Y más llamativo resulta cuando a esa hora no había “un alma” fuera de ese grupo de gente, que no lograba entorpecer el tráfico precisamente porque no circulaban vehículos –o desviaban hacia otras calles al ver la manifestación desde lejos--.
Según el jerarca municipal, el tipo de spray usado hace dificultosa la limpieza tanto del granito como del bronce del monumento, y seguramente lo mismo ocurre con las paredes de las otras construcciones afectadas, que no será barato de solucionar.
Pero obviamente nada de esto importa a los hasta ahora desconocidos autores de los atentados, que son moneda corriente en Paysandú, porque forma parte de la “anticultura” sobre todo entre algunos jóvenes, que al no poder destacarse por nada bueno --un gran porcentaje abandona sus estudios y tampoco trabaja--, lo hacen por el lado más fácil, que es posar de “vivos” agrediendo propiedades particulares y públicas, como si fueran bienes de difunto.
Estos actos sin ninguna duda forman parte de la depreciación de valores que ha hecho carne en nuestra sociedad sobre todo en los últimos años, que proviene esencialmente de la desintegración de la célula familiar como había sido concebida tradicionalmente, donde no hay inclinación por el estudio, la capacitación ni la asunción de responsabilidades, lo que se transforma en deserción temprana en Secundaria y en hacer un culto del ocio, del que no surgen precisamente buenas costumbres. Pero además de estos ingredientes sociales que son caldo de cultivo para que aparezcan quienes cometen estos actos vandálicos, es evidente que quienes así actúan amparados en la oscuridad de la noche saben que gozan prácticamente de impunidad absoluta. No exageramos un ápice al señalar que ni siquiera el uno por ciento de estos casos es aclarado por la Policía, porque no solo nadie parecer ver ni oír nada sino que tampoco el propietario damnificado, sea un particular o el Estado, suele denunciar estos hechos porque sabe que es tiempo perdido, y que al final los costos de la reparación correrán por su cuenta, sin vuelta de hoja. Incluso si se descubre a los culpables, las sanciones suelen ser pour la galerie, donde no se asume la responsabilidad penal por los destrozos cometidos, generalmente tampoco se les exige la reparación de lo que hicieron y por supuesto, nunca tienen recursos económicos para solventar los gastos por lo trabajos que fueron necesarios o para pagar una jugosa multa, como corresponde.
Este escenario es propio de un país subdesarrollado y no solo desde el punto de vista de la economía o la tecnología, sino en la escala de valores, en la responsabilidad civil y penal. Forma parte del “masomenismo” que parasita a la sociedad en conjunto, que determina que seguramente la gran mayoría de ciudadanos que condena estos hechos termina encogiéndose de hombros con rabia pero asimismo con mezcla de resignación e impotencia.
Pero no necesariamente tiene que ser así. Es hora de que desde la sociedad organizada surja la rebelión civil ante los desmanes protagonizados por vándalos que no solo pintan paredes, sino que destrozan monumentos o los roban, destrozan bancos, mesas, árboles, columnas, rompen canteros, arrojan basura en la esquina o cuanto baldío encuentran.
Y a la vez de revisarse leyes en extremo benignas, sobre todo en el caso de los menores a los que prácticamente no se les responsabiliza de nada, este estado de cosas demanda una actitud vigilante del ciudadano común ante quienes llevan adelante los desmanes. No solo denunciando a quienes los llevan a cabo sino también reclamando a la Policía y el Poder Judicial que se identifique o sancione a los culpables y se les exija hacerse cargo del costo de la reparación o que directamente lo hagan con su propio trabajo, como se hace en los países en serio, esos que nos dicen cómo tenemos que juzgar con mano de seda a los menores, pero son feroces a la hora de imponer el orden. Porque al fin y al cabo, en un país donde nunca pasa nada con los que cometen delitos o infracciones, se transita directamente hacia el caos y la anarquía, en desmedro del estado de derecho y de la propia vigencia de las libertades.
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