Paysandú, Viernes 24 de Mayo de 2013
Opinion | 18 May Por sexto trimestre consecutivo se contrajo la economía de la zona euro, de acuerdo a los datos oficiales dados a conocer el miércoles, lo que indica que la región sufre la recesión más larga desde que comenzó a registrarse este dato, en 1995.
Para el ciudadano común este puede ser algo que nos debería ser ajeno y que por lo tanto deberíamos centrar las inquietudes en el país y la región, pero en realidad estamos ante un escenario preocupante para todos, por cuanto la economía mundial está globalizada e interrelacionada, y lo que hoy nos parece ajeno puede ser un búmeran que nos perjudique en el futuro cercano.
Los números indican que el descenso del Producto Bruto Interno (PBI) en numerosos países del bloque, desde Francia a Finlandia, ha hecho que la economía del grupo de 17 países de la Unión Europea cayera un 0,2 por ciento en el período enero-marzo, de acuerdo a la información de la Oficina de Estadísticas de la Unión Europea, Eurostat.
El guarismo fue ligeramente más acentuado que la contracción prevista, que era del 0,1 por ciento, pero sobre todo surge de la evaluación que incluso Alemania, la locomotora de la economía de la zona euro, tuvo un muy modesto crecimiento del 0,1 por ciento, absolutamente insuficiente para revertir el déficit y la abrupta caída de las economías de países como España, Portugal, Grecia e Italia, entre otros que han tenido un comportamiento contractivo, aunque en menor grado.
Igualmente, el persistente ciclo recesivo indica que hay problemas de fondo en parte de Europa que han resultado muy difíciles de revertir, con un desempleo que ha llegado nada menos que a las 19 millones de personas como consecuencia de los cinco trimestres de contracción que siguieron a la crisis financiera mundial de 2008-2009 y por lo tanto se aleja cualquier visión optimista sobre una recuperación próxima.
El punto es que las respuestas que se han ensayado hasta ahora, basada en la austeridad como condición para los salvatajes de los países más afectados, han resultado de un alto costo social en desempleo y pérdida de calidad de vida, pero sin que a la vez se observe alguna luz al final del túnel. Este es precisamente el punto que más preocupa a los jefes de Estado de los países europeos, también con el ojo puesto en los costos políticos de la siguiente elección si la situación persiste, por supuesto.
Este es seguramente el origen de los planteos, por ahora tímidos, respecto a si la austeridad en este grado extremo permite alentar soluciones en el futuro cercano, y hay voces que reclaman aflojar la cuerda para insuflar recursos en los países más comprometidos, apostando a contener la bola de nieve del descontento popular antes que se agrande y ocurra el descontrol.
Pero el problema estriba en quién va a poner los recursos para que se pueda establecer este reciclaje de más dinero en la zona, porque sería como premiar y hasta alentar a los que inventaron la fiesta con dinero que no tenían, e hicieron que se cayera la estantería que llevó a esta debacle.
Por lo tanto se está ante el dilema del sartén o las brasas, de buscar la opción menos mala, y estamos hablando de naciones desarrolladas, que por largos años han dictado las reglas de la economía mundial. No hay acuerdo tampoco sobre cuánto dinero se necesitaría para romper el ciclo de deterioro, en el que los gobiernos están recortando el gasto, porque es sabido que lo que se recorta es al fin y al cabo los ingresos que tienen sectores de la economía y se pierde actividad y calidad de vida mientras se espera que con el déficit saneado, la rueda se ponga nuevamente en movimiento.
Es decir que siempre estamos hablando de transferencia de recursos y de recuperar el circuito virtuoso, que hasta ahora estaba basado en premisas falsas en los países “rescatados” que llegaron a un déficit fiscal insostenible. Ahora se sigue en el pozo, con empresas despidiendo personal, con los europeos comprando menos y los jóvenes con pocas esperanzas de obtener empleo.
Este parate de la zona euro no solo no sirve a los europeos, sino tampoco a la economía mundial, incluyendo naturalmente a Uruguay y la región, por cuanto si esta tendencia continúa, los pedidos a empresas de Estados Unidos y Asia seguirán resentidos, y con ello la demanda de materia prima por Europa pero también por los países emergentes hacia América Latina, entre otras regiones, con una epidemia recesiva que no le va a servir a nadie.
Es de esperar que no se llegue a este extremo y que el ciclo se corte lo antes posible. Pero en el ínterin los países más vulnerables y dependientes, como es el caso del Uruguay, necesitan ponerse más a menos a cubierto de avatares, bajando el déficit fiscal por la vía de contener el gasto público, que es la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas.
A la vista están las consecuencias de gastar más de lo que se tiene, como pasó en los países que causaron la crisis en Europa, con políticas sociales que el tiempo demostró que no eran sustentables, un sistema previsional gigantesco que garantizaba el bienestar para todos y en algún caso, como en España, hasta una Salud de primera que como era tan barato y universal, fomentaba el “turismo de enfermos” que viajaban para ser atendidos gratuitamente por el Estado de ese país. Todo eso sustentado con los extraordinarios ingresos de una burbuja económica que luego estalló, pero mientras duró, a nadie le cabía la menor duda que el bienestar duraría para siempre. Porque por más desmesurados que fueran los gastos, siempre eran una fracción del PBI.
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