Paysandú, Sábado 25 de Mayo de 2013
Opinion | 25 May Una controversia suscitada en Salto entre integrantes del Frente Amplio ilustra claramente hasta qué extremo lamentablemente pueden llegar en nuestro país los intereses partidarios, priorizando la suerte electoral a los intereses de la población a la que los partidos políticos deberían servir como instrumento y caja de resonancia de inquietudes y necesidades populares.
El subsecretario de la Presidencia de la República, Diego Cánepa, visitó recientemente el vecino departamento y dijo que fue sorprendido, como confesara luego en nota periodística con colegas salteños, de que la dirigencia local del Frente Amplio le planteara su malestar porque el gobierno nacional estaba cumpliendo con demasiada prolijidad en la entrega de los recursos nacionales --que son generados por impuestos cobrados en cada departamento y que luego deben devolverse por el gobierno nacional-- y con esos recursos el municipio salteño, gobernado por el Partido Colorado, podía hacer obras para el departamento que le pueden dar rédito electoral.
Esta manera de pensar y actuar de muchos dirigentes políticos que cuidan su “chacrita” antes que servir a la población, para lo que han sido elegidos, no es nueva en el Uruguay, y forma parte de una cultura que se ha desarrollado durante décadas, en el sentido que cuanto peor le vaya al gobierno de turno, mejor para quien pretende acceder al poder, aunque en el medio quede la población que requiere respuestas a sus necesidades y aspiraciones.
La izquierda llegó al gobierno nacional y al de varios departamentos con el discurso de que tenía “otra” forma de hacer política, pero en realidad se ha situado en el mismo escalón que los partidos tradicionales a los que pretendía suplantar.
Si bien en el caso de Salto, la dirigencia local salió a la prensa pretendiendo corregir lo que manifestó Cánepa, sus excusas han resultado poco creíbles y revelado, al fin de cuentas, que no hay inocentes en la política, y que los intereses mezquinos y los resentimientos desmienten a los discursos edulcorados y los eslóganes por los que se sigue pretendiendo atrapar incautos en cada elección, como si de un lado estuvieran todos los buenos y del otro todos los malos.
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