Paysandú, Miércoles 29 de Mayo de 2013
Opinion | 23 May En las últimas horas el matutino capitalino El Observador publicó una serie de cartas del extupamaro histórico Héctor Amodio Pérez, así como preguntas y respuestas que le formularon sus periodistas a través de la web, como forma de autenticar sus escritos y a la vez confirmar que efectivamente el “negro” Amodio Pérez estaba vivo, cuando muchos de sus excompañeros lo daban (o lo querían) ya por muerto.
Se trata de sucesos que ocurrieron a fines de la década de 1960 y los dos primeros años de la década de 1970, es decir antes de que irrumpiera la dictadura en nuestro país el 27 de junio de 1973, contra la cual el movimiento terrorista tupamaro no disparó siquiera un tiro. Es que todos sus integrantes estaban presos o se habían ido del país cuando los militares se hicieron del poder y por lo tanto los guerrilleros se habían alzado en armas contra el gobierno cuando el Uruguay estaba bajo una democracia absoluta.
Héctor Amodio Pérez fue un personaje que integró las direcciones de una de las columnas subversivas que se levantaron contra las instituciones, y por aquél entonces era la imagen del guerrillero que atraía a la juventud rebelde, algo así como el “Che” Guevara versión uruguaya. Joven, de buena familia, estudiante universitario avanzado e inteligente muy bien parecido, encarnaba la imagen del revolucionario romántico que tantos réditos le ha dado a la izquierda en Latinoamérica. Sin embargo ha sido calificado como “traidor” por la dirigencia tupamara, por entender que “entregó” el movimiento y permitió que la otra pata del terrorismo que asoló el país en aquellos años, los militares, apresara al resto de la organización, al punto que había quienes mencionaron que habían visto a Amodio vistiendo uniforme militar.
En realidad, según expresa éste en sus cartas y lo confirman ahora algunos de los tupamaros históricos --porque además son hechos irrefutables--, el movimiento ya había sido totalmente desbaratado por los militares antes de 1973, y lo que hizo Amodio fue colaborar para ordenarles los papeles en cuanto a los planes e integración de los cuadros directrices de la organización, contribuyendo de esta forma a desentrañar la madeja y detener a los pocos integrantes que estaban todavía diseminados por el país.
Es decir que el aporte de la reaparición de Héctor Amodio Perez, más allá de su intención de “limpiar” su nombre puede contribuir a aclarar algunos puntos oscuros de la historia del terrorismo de izquierda en el Uruguay. Es como es sabido, y pese a que se intenta edulcorarlo o soslayarlo por la historia oficial, el movimiento no se alzó contra ninguna dictadura, sino que pretendió imponer por la fuerza un gobierno similar al de Cuba, ya que por aquel entonces la consigna de la izquierda sudamericana era exportar la revolución cubana que estalló en 1959, mediante la acción de focos de organizaciones terroristas con la consigna de “cuanto peor, mejor”, en referencia a un caos provocado para justificar un levantamiento popular armado.
En realidad su lucha de popular no tuvo nada, porque como es sabido el MLN fue un movimiento de élite, de intelectuales, que al no poder convencer a la sociedad sobre las bondades de la revolución cubana y los regímenes dictatoriales del socialismo real, optaron por cortar camino tratando de hacerse del poder por la lucha armada.
El pueblo, como no podía ser de otra manera, le dio rotundamente la espalda al terrorismo urbano promovido desde el MLN, pero éste al fin y al cabo logró su propósito de acabar con las instituciones; solo que las entregó a otro enemigo de la democracia, a los militares, que aprovechando la situación se erigió como “salvador” del país para que no cayera en las garras de los subversivos.
Al que no quiere caldo dos tazas, sostiene el refrán, y bien que sufrimos los uruguayos que no comulgamos ni con la dictadura militar ni con la izquierda revolucionaria.
Estos elementos sintéticamente presentados sirven de todas formas para situarnos en el escenario de la polémica en que se ha ingresado por la reaparición de Amodio Pérez, a quien el pueblo uruguayo no tiene nada que agradecerle, como así tampoco a los demás integrantes de la subversión, que fueron el factor decisivo para que la dictadura que dijeron combatir --cuando no existía-- arrasara con la institucionalidad del país.
Es explicable por lo tanto que dirigentes tupamaros reaccionaran con indignación, indiferencia y suspicacia al conocer que las cartas que desde hace dos meses llegaron desde Madrid realmente corresponden al exguerrillero Héctor Amodio Pérez, acusado de traidor y condenado a muerte por el Movimiento de Liberación Nacional.
“Para mí es un muerto. No me pregunten por él”, dijo tajante la senadora Lucía Topolansky a El País cuando fue consultada sobre la reaparición de su excompañero de trincheras.
Es que seguramente hay aspectos todavía ocultos de la historia tupamara podrían romper el mito, ese que trabajosamente han elaborado y hasta exportado en documentales parcializados para la televisión internacional. Pero igualmente lo mejor que puede pasar a los uruguayos es que este pasado ominoso de la historia reciente del país quede atrás definitivamente, porque las dos partes intolerantes y mesiánicas que generaron tanto drama para los uruguayos deberían procesar su propia autocrítica y arrepentimiento, si es que lo tienen, y allá ellos con su conciencia.
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