Paysandú, Miércoles 29 de Mayo de 2013
Opinion | 28 May Durante una cena de la Asociación de Dirigentes de Marketing (ADM), el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Dr. Jorge Chediak, dijo que el nivel de muchos estudiantes de Derecho es “bastante deprimente”, y resumió que “se perdió capacidad de redacción y de síntesis y han aumentado las faltas de ortografía”.
“Se suponía que el abogado sabía hablar y escribir, ahora no se escribe tan bien ni se tiene poder de síntesis, no hay una adecuada comprensión lectora y esto se debe a una masificación de la carrera. Antes, perder tres o cuatro materias de la carrera significaba que uno era un burro. Hoy el promedio de materias perdidas en las distintas facultades ronda las seis o siete”, afirmó el magistrado.
Lo que señala el titular la Suprema Corte de Justicia no puede sorprender a nadie, menos aún al ciudadano común que tenga noción más o menos aproximada de la situación de la educación y de la forma en que actúa la mayoría de los niños y jóvenes en el hogar, en el relacionamiento social y en los estudios, porque por regla general las prioridades han cambiado respecto a lo que se había establecido por las anteriores generaciones, y esta es solo una de las manifestaciones de los cambios y el trastrocamiento de valores.
Tiene razón el Dr. Chediak cuando indica que muchos estudiantes de Derecho no tienen buena comprensión lectora, presentan faltas de ortografía y una redacción que deja mucho que desear, pero discrepamos con el concepto de que el problema sea solo la “masificación”, sino que estamos ante el fruto que se recoge tras todos los ciclos de la enseñanza, y la Universidad es simplemente receptora de todos estos problemas cuando ingresan a sus aulas estudiantes sin la debida formación.
Así, corresponde traer a colación que de acuerdo al informe “Transformación de la educación media en perspectiva comparada”, elaborado por los especialistas Gustavo de Armas y Adriana Aristimuño, la tasa de repetición del sistema educativo uruguayo supera incluso a la que se registra en los países del África Subsahariana y triplica la del resto de países de América Latina, lo que no es poco decir en un contexto en el que nuestro país hasta no hace muchos años se enorgullecía de su sistema educativo, su proyección en la cultura nacional y en la formación de las sucesivas generaciones.
Uruguay tiene la séptima tasa de repetición en educación media más alta del mundo entre ciento cincuenta países, con un 19 por ciento de estudiantes que tienen que volver a cursar el mismo año.
Debemos tener presente que la repetición es consecuencia del fracaso en la asimilación de conocimientos y aprendizaje en cualquier etapa de la enseñanza, y no puede soslayarse esta verdad con rebuscados razonamientos respecto a la incidencia de factores para que se dé este escenario, que debería preocupar y ocupar a las autoridades de la enseñanza, antes de salir a buscar excusas o respuestas que solo atienden los efectos y no las causas del problema.
Lamentablemente, jerarcas de la enseñanza han señalado la intención del Ministerio de Educación y Cultura de discutir el uso de la repetición como sanción a los malos estudiantes, y consecuentemente se trata de pedir a los docentes que los promuevan aun cuando no alcancen los niveles exigidos. Es decir que si los estudiantes no dan la talla para pasar de grado, porque no responden a las exigencias mínimas de aprendizaje para hacerlo, de acuerdo a esta óptica lo que debe hacerse es bajar este umbral para que el estudiante pueda cursar el año que le sigue y de esta forma abatir los índices de repetición, que son el problema. Por lo tanto, se insiste en atacar los efectos y no las causas de la deserción, que pasan por la falta de interés y de aplicación, lo que es lo mismo que si en atletismo se bajara la vara para el atleta que no puede saltarla, y se tomara el resultado como un triunfo y no el fracaso que realmente es.
Es inaudito que pueda pensarse de esta forma, aunque no se trata del único ejemplo, si se tiene en cuenta que ante los pobrísimos resultados de evaluación para nuestro país en las pruebas internacionales PISA para la educación, algunas autoridades señalaron la conveniencia de establecer una suerte de PISA de carácter menos exigente para el país o la región, para que los estudiantes resulten mejor ubicados.
Y mientras se siga en la tesis de hacerse trampas al solitario, y encubrir los serios problemas de nuestro sistema educativo tratando de igualar hacia abajo, con pruebas menos exigentes, bajando el promedio del nivel educativo, para salir mejor parados en las comparaciones internacionales, y seguir medrando en la mediocridad de la formación de nuestros niños y jóvenes, lamentablemente seguiremos encontrándonos con comentarios como los del Dr. Chediak, ante una realidad incontrastable para la que siguen ausentes las respuestas estructurales.
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