Paysandú, Viernes 31 de Mayo de 2013
Opinion | 24 May Pese a que se ha vivido durante por lo menos ocho años un período de bonanza favorecido por las condiciones del mercado exterior, que ha derramado riqueza sobre prácticamente todos los sectores de la economía, los guarismos de desempleo en nuestro país han oscilado en valores por debajo de los dos dígitos, pero se ha puesto de manifiesto que hay un denominado “núcleo duro” que se sitúa en el entorno del cinco por ciento, del cual no se ha bajado.
Es decir que punto más punto menos, estamos ante determinado sector de la población que no tiene empleo porque no lo busca, porque no tiene oportunidades o porque decididamente se dedica a alguna otra cosa, aún por fuera del empleo considerado informal. Precisamente a los fríos números de las estadísticas debe incorporarse un análisis social que no es fácil de elaborar, por cuanto hay un abanico de situaciones posibles que están incluidas en este núcleo duro, que refiere a marginación y escasas posibilidades de acceder a un empleo de determinada calidad, pero también costumbres y hábitos de “rebusque” en el mejor de los casos, que rozan con la ilegalidad. Tal es el caso del trasiego y venta de mercaderías que vemos en Paysandú, hasta los decididamente delictivos, como los robos, la reducción de mercaderías y los que se dedican al mercado negro, el tráfico de drogas, la explotación de la prostitución, entre otros.
A partir de la implementación de planes sociales a través del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) también se ha incorporado la categoría de “desempleados” que viven del Estado. Esta categoría surge de la aplicación de los planes de asistencia social que refieren al pago mensual de determinada suba para sacar a las familias de la pobreza o la indigencia, sin contrapartida de esfuerzo personal. Este “estímulo” provoca que por ejemplo, en numerosas actividades vinculadas al agro sobre todo, hay escasez de mano de obra durante las zafras, porque de formalizarse el empleo de los potenciales interesados éstos quedarían afuera de los planes del Mides.
En un análisis de los economistas Horacio Baffico y Gustavo Michelin para el suplemento Economía y Mercado del diario El País, se coincide con nuestra visión al indicar que “más allá de lo que determinan las estadísticas hay un problema social, pues representa personas y familias que se encuentran en situación de gran fragilidad. También hay que considerar que las personas que quieren trabajar y no encuentran una oportunidad, son un recurso ocioso que tiene el país”.
Pero, como bien expresan, “en los últimos años, las condiciones del mercado de trabajo mejoraron fuertemente y se alcanzó un nivel de ocupación en el que hay muy poco desempleo (6,5%). Al mismo tiempo, dentro de las personas que no están ocupadas, las que representan situaciones angustiantes se han minimizado (solo el 22% de los desocupados son jefes de hogar). Alcanzado este estado de situación, el desafío es mantener la cantidad de empleo y lograr mayores remuneraciones para el mismo. El único camino es incrementar la productividad de quienes trabajan”.
Ocurre que a pesar de este buen resultado, la evolución en el último año muestra un leve deterioro en algunos indicadores y destacan que cada vez se observan más señales de que la economía se está moviendo a ritmos diferentes entre los distintos sectores de actividad, e incluso dentro de un mismo sector para empresas con características o mercados finales diferentes.
Por lo tanto, es muy posible que el leve incremento del desempleo esté encerrando problemas que resulten más permanentes al ser estructurales, con empresas que pierden competitividad y cierran mientras que quienes tenían en ellas sus fuentes de trabajo demoran en conseguir empleo en los sectores dinámicos, o no lo pueden obtener por falta de aptitudes. La diferencia es cuánto de la caída que estamos observando es permanente y cuánto es temporal dadas las condiciones de los mercados internacionales, según consideran los analistas.
Es decir que estamos ante una situación económica plena de interrogantes –como siempre--, donde se han derramado recursos sobre la economía como nunca antes. Pero si en este escenario tan favorable el desempleo estructural se mantiene estable en algo más del cinco por ciento, legítimamente cabe preguntarse si será posible sostener la transferencia de dinero que requieren las políticas sociales tan pronto se cambie la pisada en la economía mundial, porque evidentemente hay serios problemas de su rentabilidad.
Además hay un universo muy importante de personas que no encuentran atractivo someterse a las condiciones y compromisos que entraña un empleo, y prefieren “rebuscarse” como sea por otro lado. De ello se infiere que la asistencia social, mientras dure, puede servir para suplir otras carencias de los afectados, pero al no fomentarse hábitos de trabajo nos encontraremos con un determinado porcentaje de beneficiarios que van a exigir que se les siga aportando lo que no se les podría dar en otra situación.
Por lo tanto urge, aprovechando que todavía dura la bonanza económica, el reconvertir sustancialmente las políticas asistenciales y acometer con énfasis la contrapartida de la educación, la capacitación y el incentivo de hábitos laborales, para mejorar el presente en esta realidad pero sobre todo para que el futuro no nos traiga más problemas que los que se han querido solucionar con más voluntarismo que luces.
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