Paysandú, Sábado 15 de Junio de 2013
Opinion | 12 Jun La decadencia en todos los niveles de la enseñanza en nuestro país se arrastra desde hace varios años, mientras el problema se está agravando, porque además está íntimamente ligado a la degradación de valores en la sociedad, la que va postergando prioridades que antes eran de primera línea.
El déficit que se arrastra desde Primaria, como regla general se agrava en Secundaria y en el bachillerato, en tanto la Universidad es la receptora de esta crisis en formación, cuando ya no hay tiempo para trabajar sobre las bases que deberían ser ya sólidas como apoyo de la carrera profesional de los estudiantes terciarios.
En resumidas cuentas, los jóvenes no solo rehúyen materias consideradas difíciles, como las matemáticas, para quienes optan por humanidades, sino que tampoco saben leer ni escribir más o menos bien, algo que es vital para los estudios de abogacía y escribanía, entre otras carreras.
Es decir que muchas veces se está arrastrando un lastre formidable para la formación en derecho, cuando hay grupos que no tienen un dominio del idioma en la lectoescritura, como debería ser el pie de apoyo para estas carreras, por lo que no puede extrañar el bajo índice de graduados de la Universidad. Como promedio, de acuerdo a lo que informan varios especialistas de distintas áreas de conocimiento, los profesionales uruguayos tienen graves problemas de lectoescritura, redacción, ortografía y expresión oral, y algunos hasta temen que su capacidad de análisis haya empeorado, de acuerdo a los elementos que recoge en su investigación Pablo Zanocchi, columnista de EL Observador.
Pero mal de muchos consuelo de tontos, según dice el refrán, por lo que siempre puede haber algún argumento para manejar, si se tiene en cuenta que según la directora general del Consejo de Formación en Educación, Edith Moraes, los problemas de lectoescritura son “un fenómeno universal”. Al respecto dijo que se aumentaron las horas para esas áreas, “como el conocimiento de lo que es el lenguaje desde su nacimiento, desde que el niño aprende a hablar y a escribir y a leer, hasta como se enseña y como se promueve el dominio de la escritura y la lectura”.
Recientemente, en relación con esta problemática, el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Dr. Jorge Chediak, se quejó del nivel de los profesionales. Dijo que “se suponía que el abogado sabía hablar y escribir. Ahora no se escribe tan bien ni se tiene poder de síntesis. No hay una adecuada comprensión lectora”.
A su vez la directora del CEJU, Nilza Salvo, quien capta y educa abogados para formar los jueces, consideró que “se escribe y habla mal”, lo que se refleja en los resultados de las pruebas que realiza esa institución.
Otro de los consultados es el experto en educación, profesor Pablo Silveira, quien ante la pregunta de si ha decaído el nivel de la lectoescritura de los profesionales en el Uruguay evaluó que en realidad “estamos en una especie de tierra de nadie. Antes se pensaba que enseñar las bases de la lectoescritura y del cálculo era una tarea de la escuela y del liceo, y las universidades partían del supuesto de que esa condición efectivamente se verificaba. El problema es que la escuela y el liceo dejaron de cumplir en la mayor parte de los casos y las universidades siguen funcionando como si la escuela y el liceo siguieran cumpliéndola. Entonces, el resultado es que nadie la cumple”.
Ese es el punto, porque lamentablemente no se valora desde la niñez la importancia de la incorporación del conocimiento en la vida y se accede a los facilismos, que además son exacerbados por las comunicaciones electrónicas mediante abreviaturas y gruesos errores de ortografía y gramaticales que luego son tomados como cosa común para escribir y hasta para hablar, con lo que no solo se desvirtúa el idioma, sino que a la vez se ingresa en la cultura del “masomenismo” y surge que la decadencia es el común denominador, en lugar de la superación, el estudio, el esfuerzo y la formación.
Y cuando llegamos a tolerar que también haya abogados que escriban y se expresen mal, porque al fin de cuentas mientras sigan conociendo de leyes la cosa igual más o menos marcha, nos estamos plegando a esa cultura de que todo da igual, y nos encontramos con que estamos tolerando y a la vez fomentando un país de “descultura” y de pérdida de valores y referencias en todos los ámbitos. Quizás muchos consideren que el tiempo ha demostrado que la buena redacción y la ortografía no son relevantes para la vida cotidiana o para emprender trabajo alguno, cuando el propio presidente de la República es una máquina de hablar con faltas. Sin embargo las reglas del idioma cumplen una función fundamental, y es lograr que lo que se escriba o se exprese hoy, sea comprensible también mañana, así como por cualquier hispanohablante. Es así que existe un fuerte vínculo entre la mala escritura y la falta de comprensión lectora que ya se percibe hasta en niveles universitarios. Y quien no es capaz de entender bien un texto, mal puede ser un buen profesional, en cualquier área en que se desempeñe. Hasta ahora el daño no se aprecia en toda su magnitud, porque el grueso de la población uruguaya se formó en la época en que hablar bien era valorado; en que antes de escribir había que pensar y la Internet y los mensajes de textos no existían para destrozar el idioma. Pero si seguimos así, más temprano que tarde empezarán a verse las consecuencias de esta mala educación, con cada vez más ciudadanos incapaces de entender un artículo, o con serias dificultades para comunicarse entre sí, por no poder transmitir con precisión una idea o no comprender lo que el otro quiere expresar.
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