Paysandú, Jueves 20 de Junio de 2013

No dejemos que nos arrastren

Opinion | 15 Jun La capacidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias, aún cuando al principio se registre un ciclo traumático, constituye parte de un mecanismo de autodefensa que evita que la valoración negativa sistemática y resistencia a la nueva situación, genere problemas en nuestra psiquis y hasta eventualmente llegar a la alienación, entre otras posibles derivaciones para el insondable misterio que es siempre el alma humana.
En fin, esta respuesta de autodefensa sin dudas se da en todos los órdenes de la vida, tanto en lo que refiere a nuestra vida personal como en la valoración de hechos que se nos van presentando en todas las áreas, y si bien ello no quiere decir que haya resignación ante lo que no podemos cambiar o resulta harto difícil lograrlo, seguimos con nuestras cosas y en gran medida tendemos con el tiempo a aceptar los hechos como tales, aunque tal vez con la secreta esperanza de que algún día las cosas van a cambiar.
En buena medida esto es lo que está ocurriendo actualmente en nuestra sociedad, en el ciudadano común, ante situaciones que se presentan y que responden a una degradación de valores que tienen que ver con problemas de formación desde la niñez, que continúan en la adolescencia y que nos marcar en la edad adulta. El caso es que no surgen solas, sino que se ven potenciados o apañados por falta de respuestas, tanto en el ámbito familiar como en lo que refiere al plano legal y el desenvolvimiento en la sociedad, que se transforma en un escenario en extremo tolerante ante estos nuevos valores, y generalmente para peor.
Lamentablemente, la cultura del masomenismo, de buscar lo fácil y el éxito inmediato, en la forma que sea y en el ámbito que nos toque, tiene mucho que ver con los facilismos y la degradación de valores, a partir de hogares problemáticos y de costumbres sociales que se han extendido rápidamente y se trasladan al resto de la sociedad como vasos comunicantes.
Estas expectativas en baja, además, a fuerza de la manifestación repetida de los hechos que forman parte de esta degradación, tienden a un conformismo que sin embargo no debe dar lugar al silencio cómplice o tolerante por quienes apuntamos a que las cosas sean como deben ser, porque callar es lo que necesitan los intolerantes y los que medran en este estado de cosas para sentirse alentados a seguir adelante ante la impunidad.
Uno de los tantos aspectos que tienen que ver con este razonamiento es la postura de algunos sectores radicales, tanto en el plano de organizaciones sociales que defienden solo los derechos humanos que les sirven para su causa, y algunos sectores del gobierno y el movimiento sindical, que condenan abiertamente y tienen gruesos epítetos hacia la Suprema Corte de Justicia, porque recientes fallos van en contra de su ideología o de sus intereses.
En esta línea de acción encuentran cualquier excusa o situación como un ámbito favorable para manifestarse e incluso protagonizar hechos violentos, como las pedreas recientes ante la sede de la Corte durante festejos deportivos, para tener rienda suelta e impunidad para cometer sus desmanes, la misma impunidad que dicen querer combatir contra quienes violaron los derechos humanos.
Y la sociedad, el sistema político, los uruguayos todos, no debemos plegarnos a la vocinglería de quienes pretenden torcer los fallos judiciales porque no les gustan, sino que debemos identificar las cosas en sus debidos términos para que la corriente de los que más protestan y gritan no nos arrastre a un caos en el que siempre salen adelante precisamente los que no cultivan valores ni escrúpulos.
Es que la defensa de la legalidad equivale a defender el estado de Derecho, y ya sabemos lo que pasa cuando los valores decaen y los cuestionamientos llegan a tal grado que se comienza a ser indiferente a todo, creando el caldo de cultivo para y se extiende el coro de que el “que se vayan todos” como ha ocurrido en su momento en la vecina orilla.
El punto es no dejarse llevar por quienes pretenden arrearnos con el poncho, como si fueran dueños de la verdad y todos los que defienden la legalidad sean instrumento de la derecha, de la oligarquía o que sólo pretenden impunidad para los violadores de derechos humanos, cuando la verdad es que son ellos a los que poco les importa el interés general o la sociedad en su conjunto, sino sólo sus intereses sesgados.


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