Paysandú, Jueves 20 de Junio de 2013
Locales | 17 Jun Seguramente que su sola presencia despertó, sobre todo en los más veteranos, una irrefrenable sensación de nostalgia.
También un sentimiento de admiración para quien supo preservar semejante joya mecánica, un antepasado del transporte automotor, cuidarlo y mantenerlo hasta nuestros días en excelente condiciones mecánicas y estéticas, tanto que fue capaz de desfilar con su capacidad locativa a pleno, como lo hacía en sus viejos tiempos, allá en Mercedes, viniendo desde el centro hasta la hermosa rambla costera, para dejar la gente allí, en las márgenes del caudaloso río Negro.
Primero lo encontramos allí, en el paseo del Mercado Municipal, compartiendo la mañana con otros especímenes de su tiempo, todos lozanos, con motores que le cantan un himno a la fortaleza y a la calidad con que fueron construidos. Antes de salir rumbo al paseo mañanero por el Balneario Municipal, conversamos con su conductor, Gustavo Velazco, vestido a la usanza de aquel tiempo y acompañado por pasajeras también con traje de época. “Este ómnibus era el que hacía el recorrido hacia la rambla”, nos decía, señalando el cartel que aparece arriba en el frontal. “Lo utilizaba mucha gente y de manera especial en verano”.
“El motor y el chasis corresponde a un Ford T del año 1922. Hoy vinimos gustosos a Paysandú a participar de la fiesta y a su vez mostrar este viejo ómnibus, que se mantiene, como en los tiempos que prestaba servicios”.
Reluciente la chapa de la carrocería y los guardabarros pintados de amarillo. Impecable el frontal y toda la parte de madera que corresponden al techo, la parte posterior y el piso, todo muy bien barnizado.
Los estribos, dos por lateral, que corren a los costados y donde el pasajero apoya sus pies para subir al habitáculo. Cuatro asientos en perfecto estado que puede transportar entre ocho y doce pasajeros, en este último caso si no están excedidos de peso.
Atrás se ubican la cubierta y cámara para el caso de un pinchazo. Ya en la tarde y con capacidad colmada, se escucharon dos bocinazos, más bien cornetazos, y el ómnibus --fiel a su destino-- salió nuevamente en cumplimiento de su misión.
“Mirá hermano, si hasta se me cae una lágrima”, sentenció un veterano que andaba por allí. Sí, un ómnibus de aquellos que hicieron camino al andar o --si lo prefieren-- la nostalgia sobre ruedas.
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