Paysandú, Viernes 21 de Junio de 2013
Opinion | 19 Jun La cada vez más retrasada posición de Uruguay en las pruebas internacionales PISA, que aplica un estándar de parámetros para medir la calidad y la evolución de la enseñanza en nuestro país, debería haber sido un llamado de atención para que las autoridades, y también el cuerpo docente y todos quienes están involucrados en el tema, consideren que ya es tiempo de encarar un diagnóstico real, sin eufemismos, sobre la problemática, para actuar en consecuencia.
Pero lejos de estar en ese camino, autoridades de la enseñanza y los propios gremios docentes han tratado de minimizar el tema y hacer hincapié en que las mediciones de este tipo son relativas, y que solo sirven para medir el nivel en países desarrollados, con características propias de esas naciones.
En todo caso, desde algunos voceros del sector, incluyendo al Ministerio de Educación y Cultura, se mencionó la posibilidad de que se hagan pruebas “PISA especiales” para nosotros, con menores exigencias, para establecer comparaciones solo con quienes se encuentran en similar situación y no con los países que avanzan en el plano educativo y en el conocimiento.
Así, no puede extrañar que en las últimas horas el subsecretario de Educación y Cultura, Oscar Gómez, informara que en la reciente reunión de ministros de Educación del Mercosur se acordó enviar una nota al Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE (PISA) para que se modifiquen las pruebas contemplando las “peculiaridades” de la enseñanza en cada estado latinoamericano.
Debe tenerse presente que las pruebas PISA sirven para evaluar la educación en cada país y, en base a los mismos estándares, elaborar un ranking de países. Uruguay participa en ellas desde 2003 y en los últimos años ha ido cayendo, con resultados que ubican al país entre los peores de los 66 que participan en la evaluación, poniendo en evidencia un estancamiento de la educación en diversas áreas.
El subsecretario dijo que en la reunión de ministros se aprobó una nota que enviarán a las autoridades responsables de las pruebas PISA, que señalará los aportes que hace esta prueba internacional pero también “llamando la atención sobre las peculiaridades que nuestros pueblos tienen para cuando son medidos los alumnos de 15 años de edad sin tener en cuenta su trayectoria educativa”.
Así, el jerarca puso el énfasis en el esfuerzo que se realiza para “traer nuevamente al sistema a aquellos que no estaban, y por lo tanto 15 años no coinciden con la etapa que analiza esta prueba, los 15 años ideales que sería un tercero de liceo”.
Gómez aseguró a la vez que el Mercosur es muy diverso en pautas culturales y no siempre las preguntas o los ítems responden a esas características culturales de los pueblos. Agregó que “muchas veces no es que no se sepa lo que se tiene que saber, sino que se pregunta con cabeza de otro país y de otra cultura”.
Realmente de antología, si no fuera porque se pretende que esta conclusión se tome en serio y no como como una caricatura de razonamiento que es, que deja en evidencia que todavía hay quienes se resisten a ver la realidad y apelan a todo tipo de excusa para negar la realidad que le estalla en la cara.
La idea de compartir desventuras con otros países de la región --algo así como hacer un pequeño campeonato entre perdedores--, para conformarnos con la mediocridad nuestra y de los vecinos de la región, indica que lejos de asumirse responsabilidades, se las está esquivando y pretendiendo justificar la inacción por la vía que sea.
Meter la cabeza en un agujero, como el avestruz, con grandes “ideas” como bajar la vara de la exigencia para que puedan pasar de grado, de forma de proclamar que se han mejorado los índices de escolaridad y que hay mayor porcentaje de egresados, no va a ayudar en nada al país ni a los jóvenes, porque estamos simplemente conformándonos con números que no tiene nada que ver con la medición de conocimiento y formación, que siguen tan deficientes como antes.
Lo peor es que les estamos mintiendo a los propios estudiantes, a los cuales les aseguramos una vida de frustraciones para cuando “papá Estado” no pueda inventar soluciones a cada uno de los problemas que se les presenten en la vida adulta. Pero tampoco es bueno para para el país, que en este mundo globalizado deberá competir en mercados que no tendrán ese miramiento con la “generación de 15 años especiales” a que hace referencia Gómez.
Contrariamente a la propuesta del gobierno, lo que se necesitan son respuestas ante diagnósticos precisos, con un aggiornamiento en todos los niveles, para impedir que sigan llegando a la enseñanza superior generaciones de semianalfabetos, con serias deficiencias en lectoescritura y comprensión --nada menos--, además de la baja formación en valores.
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