Paysandú, Sábado 22 de Junio de 2013
Opinion | 22 Jun En un mundo globalizado y con persistentes crisis en países del primer mundo, es muy positivo que América Latina siga por ahora con indicadores positivos en la macroeconomía, mientras se mantienen niveles récord de desempleo en Europa, y Estados Unidos todavía está en un delicado reacomodamiento de su economía.
Es que el subcontinente, aunque ante una notoria desaceleración de la demanda internacional, sigue con previsiones de crecimiento con una media del orden del tres por ciento anual, aún frente a un escenario recesivo europeo y de demanda deprimida en la nación norteamericana.
Igualmente, hay desempeño más que aceptable de varios países de la región y de las naciones emergentes asiáticas, sobre todo China, lo que es alentador pero a la vez exige cautela y un seguimiento de la situación.
Hay economías poderosas que siguen enlentecidas y sin encontrar respuestas, y todo indica que todavía habrá de transcurrir un lapso considerable para que reaparezca la demanda que se ha deprimido desde el primer mundo.
Aunque positivo por el momento, este escenario no es prometedor para América Latina, y corresponde que se tome nota de que no va a ser en el futuro inmediato tan favorable como lo ha sido en la última década, con un crecimiento que ha permitido mejorar la calidad de vida de amplios sectores de la población, aun reconociendo que quedan grandes bolsones de pobreza y déficit en la sustentabilidad de la presunta redistribución que se ha alcanzado.
En el seguimiento que hacen los organismos financieros internacionales se destaca el último informe de situación del Fondo Monetario Internacional (FMI), el que insta a las economías latinoamericanas a que aprovechen condiciones externas “que no durarán eternamente” y sentar así las bases de un “crecimiento sostenido” en el momento.
En este informe, conocido cuando se espera un crecimiento regional del orden del 3,4 por ciento para 2013, y de 3,9 por ciento para 2014, impulsado por la abundancia de financiación y la demanda sostenida por materias primas, se advierte también de los riesgos a mediano plazo derivados de un potencial endurecimiento de las condiciones de financiación mundiales y la posibilidad de una “fuerte desaceleración en los países emergentes de Asia, con sus consiguientes efectos en los precios de las materias primas”.
El FMI advierte que se empiezan a ver señales de moderación en los precios de las materias primas, tendencia que podría intensificarse y considera que los tipos de interés aumentarán a medida que las economías mejoran, pero “el desafío para muchos países de la región es aprovechar el escenario actual para rellenar sus arcas y sentar las bases para un crecimiento más robusto e inclusivo”.
Precisamente recomienda en cuanto a políticas macroeconómicas “una política fiscal más prudente que contribuiría a aliviar la presión sobre la capacidad interna y mitigar el aumento de los déficit en cuenta corriente”, y en cuanto a la inflación, el FMI destaca que se ha mantenido controlada mayoritariamente, aunque países como Brasil, Uruguay y Venezuela registran cifras por encima de las metas.
Debe tenerse presente que todo es relativo, y que una década de crecimiento no es poca cosa para un subcontinente que históricamente ha tenido crisis muy severas, que ha pasado de bonanzas a depresiones en menos de lo que canta un gallo, y que en este caso ha contado con estabilidad por un largo período. Uruguay no ha escapado al crecimiento espectacular por las condiciones internacionales, sobre todo el alto precio de las materias primas que produce por ventajas comparativas, pero ha dejado pasar de largo una oportunidad para mejorar la infraestructura y ordenar la situación fiscal sin mayores traumas.
Y las oportunidades siempre deben aprovecharse, porque nunca se sabe cuándo volverán a presentarse y si ello ocurre, si estaremos en condiciones tan favorables para hacer el mejor uso de los instrumentos que tenemos a mano.
En Uruguay, como es el común denominador para América Latina, al crecimiento no se le ha agregado la necesaria inversión para el desarrollo para hacerlo sustentable, por lo que hay coincidencias respecto a que no estamos ni por asomo a cubierto de los cambios en las condiciones que hasta ahora nos han favorecido, en una imprevisión que puede pagarse cara ya en el corto plazo.
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