Paysandú, Miércoles 03 de Julio de 2013

La sociedad de la moneda

Opinion | 30 Jun De manera tradicional, se considera trabajo a cualquier actividad del ser humano que siendo remunerada o no produce bienes o servicios en una economía, o que satisface las necesidades de una comunidad o provee los medios de sustento necesarios para los individuos. Así lo determina el Tesauro de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Agrega que el pago puede ser por medio de salario, sueldo, comisiones, propinas, pagos a destajo o pagos en especie y que no importa la relación de dependencia (si es empleo dependiente-asalariado, o independiente-autoempleo).
Conviene tener presente esta definición, en una sociedad donde paulatinamente se desdibuja la frontera entre lo que es trabajo y lo que es rebusque. No hay dudas que cada integrante de la sociedad tiene el derecho --y además es su deber como ser humano-- a obtener recursos para su supervivencia y la de su familia, sin caer en delito.
Por eso mismo, se aprecia con tristeza como la sociedad poco a poco (desde hace ya años) ha comenzado a aceptar actividades que claramente no son trabajo --y menos empleo-- porque no sabe cómo responder ante su instalación, puesta en marcha y desarrollo. Tal el caso de los cuidacoches o cuidamotos, que primero tímidamente se ubicaron en algunas esquinas y hoy se los ve por toda la ciudad.
El estacionamiento es gratuito, pero en la práctica hay que “colaborar” con el cuidador para evitar problemas de cualquier tipo. No obstante, eso es solo una ilusión, porque es un trabajo que carece totalmente de responsabilidad. Los vehículos igualmente pueden (y son) dañados, pueden (y son) robados, y los cuidadores pueden (y lo hacen) irse cuando lo consideren sin importar los vehículos bajo su (supuesta) custodia. No obstante, aquí estamos en proceso para reglamentarlos, inscribirlos en la seguridad social y proveerles de “herramientas” (chaleco, linterna, etcétera).
No se trata del único ejemplo ni del único lugar del país. Por el contrario, una de las primeras actividades de capacitación que el Mides llevó adelante entre los jóvenes fue enseñar técnicas de “circo callejero” para dar salida “laboral”.
Luego de promoverlos, en las esquinas de Montevideo comenzaron a buscar la moneda –al fin y al cabo, de eso se trataba el “curso”--, lo mismo que quienes lavan parabrisas, con idéntico objetivo. No se puede discutir que había y hay una problemática social compleja en determinados sectores, especialmente del área metropolitana y de la capital en particular.
Nada más loable que hacer todo lo posible para mejorarla. A partir de la educación, de inculcar que el trabajo concreto y real, que claramente es la verdadera salida.
Sin embargo, con el concepto esgrimido hasta ahora podríamos seguir estableciendo trabajos que no son tales. El “cuida zaguán” por ejemplo. Deje tranquila su casa y cuando vuelva antes de entrar no se olvide de darle una moneda (mejor dos) al que está en su puerta. O el “porta paraguas” en días de lluvia: camine tranquilo y relajado, haga esa llamada telefónica pendiente y cuando llegue a la esquina, deje una moneda a su gentil acompañante. El “empuja carrito de supermercado”: no haga esfuerzos, deje que se lo lleven a su vehículo. Y por supuesto, dele una moneda. No son trabajos, pero como de algo hay que vivir, no parece raro que la sociedad los termine aceptando y hasta pueden ser reglamentados.
Aunque suena disparatado, no lo es tanto: hubo un tiempo --en años recientes-- que los limpiavidrios y los malabaristas fueron promovidos y apoyados por aquello de la “emergencia social” en que vivía esa gente, sin tomar en cuenta los efectos de tales acciones. Hasta ahora. Recientemente en Montevideo las cosas comenzaron a cambiar y parece que luego de casi dos décadas justificando estos rebusques, hoy la Intendencia los quiere erradicar rápidamente; de la misma forma en que también fomentaron los “carritos de hurgadores” y que como a los “limpia vidrios” se busca eliminar, aunque en este último caso todavía no han encontrado la forma de hacerlo.
Pero lo interesante del caso es el artilugio legal en que se basan para las medidas de “limpieza” de la ciudad, haciendo uso de un desempolvado decreto municipal que prohíbe permanecer en la calle sin necesidad aparente. Es decir, los usos comunes que se le da a la vía pública, pero no para estar por largos períodos, aunque estén haciendo malabares o lavando parabrisas.
El decreto, que parece emergido de aquellos momentos oscuros de la historia reciente del país, de todas formas sirve de base para combatir la presencia en las calles de estas personas, con la intención de reducir lo que se califica como “mendicidad abusiva”, a la que también se subraya como motivo para el aumento de la delincuencia callejera.
Cabe entonces reflexionar sobre lo que pasó y a lo que nos ha llevado. De los tiempos en que Jesús hizo el milagro de los peces para alimentar a quienes estaban con él, ha quedado claro que lo mejor es enseñar a pescar. Estratos de contexto social crítico siempre hubo. Pero la sociedad los apoyó enseñándoles el valor del trabajo duro. No todos lo entendieron, sin dudas, pero la mayoría sí.
Hoy, la situación es diferente. Sólo se trata de dar y de facilitar el trabajo que no es empleo. Aun desoyendo lo que la propia OIT impulsa, nada más ni nada menos que el “trabajo decente”, concepto incorporado el 1999 por el chileno Juan Somavia, primer director general proveniente del hemisferio sur.
Se caracteriza por cuatro objetivos estratégicos: los derechos en el trabajo, las oportunidades de empleo, la protección social y el diálogo social. Cada uno de ellos cumple, además, una función en el logro de metas más amplias como la inclusión social, la erradicación de la pobreza, el fortalecimiento de la democracia, el desarrollo integral y la realización personal. Pero en Uruguay ese concepto no se aplica con la fuerza necesaria. Las ayudas sociales aumentan pero no hay obligaciones como contraparte. Y crecen los trabajos que no implican capacitación, esfuerzo ni responsabilidad. Lo que importa es la moneda que el cada vez más reducido resto de la sociedad puede darles, simplemente porque no hay razón ni para dársela ni para negársela.
La sociedad de la moneda no puede ni debe tener futuro. Tímidamente el gobierno (por ahora el departamental capitalino) intenta poner coto a parte de ese problema, quitando de las calles a limpia parabrisas y malabaristas, con el “trabajo sucio” en manos del ministerio del Interior, dispuesto a sacar de las castañas del fuego a la Administración capitalina. Pero no se establecen alternativas. Lo promovido por tantos años, ahora va camino al limbo.
Para peor, no ha habido reducción de la delincuencia sino que aumentó exponencialmente desde 2000 hasta ahora, por lo que aquello de que “es preferible que estén haciendo eso a que roben” no es de recibo. Y también es muy discutible que la pobreza en estos sectores de la población realmente haya retrocedido, en la medida que no se aprecia aumento en la educación, en el interés por el futuro (que seguimos diciendo es de los más jóvenes como si no tuvieran suficiente con no saber qué hacer en este presente inestable), en el credo en el trabajo real, en lo que verdaderamente implica vivir en una sociedad donde todos debemos corresponder a obligaciones y derechos.
No hay crecimiento posible si no se establece una sociedad dispuesta al trabajo concreto, tal y como lo determina la OIT el “trabajo decente”. No es posible el crecimiento económico si mantenemos a parte de la sociedad convencida de que el rebusque es mejor que el empleo porque se “gana” más. Y le pagamos para que lo siga creyendo.
Una cosa es una salida temporal, pero no hubo medidas alternativas que permitieran reconversión laboral, teniendo en cuenta que la gran mayoría de quienes tienen trabajos rebusque son jóvenes.
Lo que antes se promovía hoy comienza a ser una piedra en el zapato del gobierno, especialmente --por ahora—en Montevideo. Ya no se ve bien el trabajo callejero. Mucho menos se piensa en que la solución está en el “monotributo”, que fue creado –según se argumentaba al comienzo de la reforma tributaria—para que todos los trabajadores, incluidos –especialmente—los cuidacoches y limpia parabrisas pudiesen regularizar su situación.
Hay que aprender la lección. Ya es tiempo de apuntar al empleo. Pero el rebusque puede más. La verdad, en cambio, sigue siendo la misma. Nada se logra sin esfuerzo, aunque hoy se acepte como normal dar una moneda para esto y aquello, que sumando a fin de mes, implica una interesante cantidad de dinero que ilegítimamente sale de nuestros bolsillos, aunque con resignada entrega.


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