Paysandú, Viernes 12 de Julio de 2013
Opinion | 10 Jul El Poder Ejecutivo modificó su previsión de aumento de las exportaciones para 2013, como derivación de una pobre cosecha de trigo y bajos remanentes de arroz en los primeros meses del año, de acuerdo al informe económico-financiero que acompaña al proyecto de Ley de Rendición de Cuentas remitido por la Administración Mujica, lo que da la pauta de que estamos con un escenario menos favorable en los próximos meses, por este factor.
Ocurre que es demasiado simple presentar solo este aspecto como un elemento negativo en el nivel de exportaciones, por cuanto la incertidumbre mundial deja margen para por lo menos poner en duda cualquier cálculo más o menos optimista que se teja sobre la evolución próxima de los mercados, y como el Uruguay es un neto tomador de precios, estamos a expensas de lo que ocurra en el mundo que nos compra materias primas.
El gobierno había previsto un aumento del 8 por ciento en las ventas externas para este año, lo que fue modificado con una rebaja de 3,2 puntos porcentuales, para llevarlo a un 4,8 por ciento, aparentemente más ajustado a la realidad que se presenta. Igualmente, el gobierno es optimista en que habrá un muy buen dinamismo en otros rubros de exportación, como la soja, la carne y la celulosa, incluyendo la entrada en funcionamiento de la planta de Montes del Plata sobre fines de este año.
Ojalá que se de por lo menos este crecimiento modificado, porque la problemática del sector exportador no solo involucra a las empresas que trabajan para vender al mercado exterior, sino que pese a tratarse de productos primarios, existe un retorno en infraestructura de apoyo que dinamiza otros sectores y genera fuentes de empleo que a la vez reciclan riqueza en la economía.
Por lo pronto, aunque a primera vista no parezca, hay miles y miles de personas que dependen de lo que ocurra con nuestras exportaciones, incluyendo numerosos servicios, teniendo en cuenta que decenas de millones de dólares circulando significan una reproducción de actividad dentro del país.
Pero claro, estamos hablando de productos primarios, que han estado en la cresta de la ola durante los últimos ocho a diez años, con muy buenos precios en los mercados internacionales y que son el gran motor de la bonanza que ha vivido el país en el período, arrastrando a la vez a otras actividades de apoyo, como señalábamos.
Por supuesto, quisiéramos que el período de bonanza durara para siempre, y que el escenario tan favorable para nuestros commodities se siga dando, porque de ello depende nuestra economía y calidad de vida en gran medida, pero a la vez, deberíamos haber sido ya previsores desde el principio de esta coyuntura, para ponernos a cubierto de los avatares de los precios internacionales, que están decayendo en más de un caso, o se mantienen estables o con poca declinación en algunas materias primas.
Pero, si bien tenemos grandes ventajas comparativas para producir materias primas, pese a los altos costos internos, es notorio que falta el salto diferencial por el que se generan empleos de calidad, sobre todo en el área de la industria y determinados servicios, que aportan valor agregado a nuestros granos y otros productos de producción primaria, que en cambio reciben procesamiento fuera de fronteras.
Debimos haber aprovechado la coyuntura favorable para destinar parte de los recursos y el impulso del Estado a la actividad privada para promover este desarrollo, del que todavía estamos muy lejos, para que si queda atrás la coyuntura favorable de los commodities, tengamos alternativas en inversión, tecnología, conocimiento y mano de obra calificada para ofrecer respuestas ante los escenarios cambiantes de la economía.
De eso se habla poco y se hace mucho menos, y en este déficit de anticipación nos encontramos ante los avatares de mercados menos receptivos, que son la explicación de esta caída en la previsión para las exportaciones, aunque sin llegar a desastre ni nada que se parezca.
Pero tenemos una muestra de que se han incorporado por el Estado costos fijos, sobre todo en salarios, que más o menos se pueden atender --aunque no sin déficit-- en período de bonanza, pero que serán una pala para cavar nuestra propia sepultura si se cambia drásticamente la pisada en la coyuntura internacional, porque habrá de mermar la actividad, los ingresos y la recaudación, y habrá que seguir pagando igualmente los costos inflados del Estado.
Ojalá que nunca se de, porque en mayor o menor medida caeremos todos en la volteada. Pero todavía hay cierto margen de maniobra, aunque tardío, para tratar de salvar la ropa con presupuestos austeros y ahorros en el gasto que no condicionen tan rigurosamente a los gobernantes que tomarán la posta en poco tiempo y a la economía del país.
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