Paysandú, Domingo 14 de Julio de 2013
Opinion | 13 Jul La entrevista publicada en reciente edición del matutino capitalino El Observador a uno de los fundadores del movimiento tupamaro, Héctor Amodio Pérez, permite confirmar, por si alguien tenía alguna duda, que la historia reconstruida del Uruguay de los últimos cuarenta o cincuenta años, a partir de la irrupción de la guerrilla, pretende disfrazarse y sobre todo edulcorarse, con una presunta aureola romántica de los subversivos, por buena parte de éstos y por intelectuales de izquierda que posan de historiadores pero que en realidad solo buscan arrimar agua para el molino de su ideología.
Como bien confiesa el exguerrillero en entrevista que concedió en Madrid a un periodista de El Observador, los tupamaros se alzaron en armas a principios de la década de 1960 contra un gobierno democrático, porque querían tomar el poder por la fuerza, contagiados y embriagados por el triunfo de la revolución cubana pocos años antes, en 1959, contra la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba.
Es decir, como todos deberíamos ya saber, el movimiento tupamaro no se levantó en armas contra ninguna dictadura y ni siquiera alcanzó a disparar un tiro contra los militares que se adueñaron el poder en junio de 1973, simplemente porque para ese entonces el movimiento ya no existía como tal. No efectuó ninguna acción armada a partir de que en 1972 las Fuerzas Armadas desarticularon el movimiento, y el que no fue detenido en ese momento fue porque alcanzó a irse del país por el medio que fuera.
La reflexión viene a cuento de que naturalmente, lo que dice Amodio Pérez es rechazado por la mayoría de los integrantes del movimiento, o por lo menos de los que están dispuestos a comentar el tema, pero sí da la pauta de que no hay muchos que se allanan a hacer la autocrítica de su responsabilidad por haber contribuido a que los militares dieran el golpe de Estado, al sacarlos de los cuarteles mediante su campaña de atentados, secuestros y robos, de forma de generar el caos que les permitiera tomar el poder como hizo Fidel Castro en Cuba.
Y muy poco hay que agregar a este razonamiento, por más que este no fuera el único factor –pero sí el fundamental-- que generó el escenario para que los militares fueran traídos prácticamente como “salvadores” de la patria, porque ya la violencia guerrillera justificaba al fin de cuentas para muchos ciudadanos cualquier cosa con tal de llevar algo de paz y tranquilidad a las calles.
Lo demás, los argumentos y “justificaciones”, la proclamada heroicidad de la lucha armada contra la dictadura, no existió. Es un invento de punta a punta, para intentar justificar lo inexcusable y que tanto drama trajo al país. Así de simple. Y de terrible.
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