Paysandú, Domingo 14 de Julio de 2013
Locales | 14 Jul (Por Horacio R. Brum) “¡Se robaron a Artigas!”, me dijo con tono de broma un amigo argentino, al recibirlo en Santiago de Chile. Pensando en los ladrones de metales, que en este país llegan incluso a paralizar los trenes, cuando roban los cables de cobre de las líneas que dan energía a las locomotoras, supuse que tampoco se había salvado la estatua de bronce de Artigas que está en la Alameda, la avenida principal de la ciudad. Sombrero en mano y poncho al hombro, el General es el único de los próceres del lugar que no monta un caballo con aires napoleónicos ni viste un uniforme militar de charreteras operáticas; su imagen parece reflejar algunas características de la historia del Uruguay: sin estridencias nacionalistas, con principios y valores defendidos tranquilamente, sin iluminismos ni gestos mesiánicos.
Artigas sigue en la Alameda santiaguina, pero mi amigo se refería al descubrimiento hecho por Cristina Fernández de Kirchner, de que el patriota que siempre se definió como oriental, ahora es argentino. Así como en Israel hay profesionales e instituciones que se especializan en ajustar los hallazgos arqueológicos a los textos bíblicos, para dar un barniz de respaldo científico a las teorías nacionalistas sobre la existencia pretérita de un estado israelí, en la Argentina kirchnerista se está tratando de reescribir la historia para justificar la existencia del gobierno “nacional y popular”. En ese intento, Artigas es una figura valiosa porque en otros tiempos fue escarnecido por los constructores de la Argentina moderna, como Bartolomé Mitre o Domingo Faustino Sarmiento, quienes lo vieron como un obstáculo a la influencia supuestamente civilizadora de las élites de Buenos Aires, esas élites que hoy la Casa Rosada pone, junto a las clases medias que no votan K, en la bolsa de la “oligarquía”.
“Lo quieren para su Patria Grande americana, ¡pero de qué Patria Grande me hablan, si Néstor Kirchner no tuvo dudas en dejar a los chilenos sin gas cuando le sirvió a sus intereses de política interna, y encima nos mintió sobre el precio!”, fue el comentario de un colega chileno, que me recordó también la manipulación política del tema de la planta de celulosa de Fray Bentos, hecha por el difunto expresidente y su esposa. En los medios, el reclamo de la nacionalidad argentina para el héroe uruguayo fue registrado como otro ejemplo de las desmesuras de la presidenta argentina, y se sumó a los muchos hechos y expresiones que han contribuido, en los últimos años, a reforzar una desconfianza histórica en los cantos integracionistas provenientes del otro lado de la Cordillera.
Releyendo los textos que uno ha llevado a cuestas por el mundo, para no perder las referencias de la propia identidad, parece difícil que se declarase “argentino” quien siempre habló de “los orientales”. Más aún, cuando el gentilicio que le adjudicó la Sra. Kirchner sólo comenzó a tener uso general a mediados del siglo XIX, y Artigas murió en 1850. Por otra parte, no hay pruebas firmes de la autenticidad del testamento mencionado por la Presidenta y todo parece indicar que esa referencia estuvo inspirada por el Instituto del Revisionismo Histórico, creado en 2011, el cual en su declaración de propósitos incluye al General como una de las figuras a rescatar y reivindicar, para escribir la historia “nacional y popular”.
Al respecto, es interesante comprobar en la sección Efemérides de la página de Internet del Instituto, que el 19 de Junio, natalicio de prócer oriental, aparece con un solo hecho digno de recordar: “Se crea la fundación Ayuda Social María Eva Duarte de Perón, la que creó siete grandes policlínicos... y diversas actividades relacionada (s) con la extraordinaria sensibilidad social de EVITA y su enorme vocación de servicio”.
El revisionismo es “una nueva forma de uso político de la historia nacional como reacción contra otra anterior”, dice el historiador independiente argentino José Carlos Chiaramonte en su obra ‘Los usos políticos de la historia’, publicada recientemente en Buenos Aires. En el caso del Protector de los Pueblos Libres, ese uso político parece ignorar las muchas incompatibilidades fundamentales entre el pensamiento artiguista y los dichos y hechos del kirchnerismo. En política, Artigas era cercano a las ideas del liberalismo europeo y estadounidense y dos de sus frases no podrían estar más en contraste con lo que hoy sucede en Argentina: mientras que en el entorno de la Presidenta se prepara la operación para alterar la Carta Magna y facilitar que ella sea reelegida, las palabras del Prócer sostienen que “es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la constitución puede afirmarla”.
Por otra parte, a los intentos de Cristina Fernández de poner bajo su control al poder Judicial y la existencia de un Congreso que actúa como caja de resonancia de la Casa Rosada, se le opone la idea de Artigas, expresada en las Instrucciones del Año XIII, de que la división entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial debe ser estricta: “Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí, y serán independientes en sus facultades”.
Guillermo Moreno, el omnipotente Secretario de Comercio argentino, quien decide a voluntad y capricho qué entra y qué sale del país, seguramente nunca leyó el artículo 14 de las Instrucciones: “Que ninguna tasa o derecho se imponga sobre artículos exportados de una provincia a otra; ni que ninguna preferencia se dé por cualquiera regulación de comercio, o renta a los puertos de una provincia sobre los de otra...” Además, si los revisionistas leen con atención todos los documentos artiguistas, sin dejar de lado los párrafos que contradicen la visión del mundo a la cual quieren adaptar la Historia, corren el riesgo de encontrarse con un partidario del vilipendiado imperialismo, porque pedía la apertura total de los puertos al comercio mundial y en el artículo 12 de las Instrucciones solicitaba que “se oficie al comandante de las fuerzas de Su Majestad Británica... para que proteja la navegación, o comercio, de su nación”.
Observando a Artigas, el oriental de todos los orientales, cuya estatua se destaca por su sencillez y sobriedad entre los demás libertadores atrapados en bronce en la Alameda de Santiago de Chile, me vino a la memoria otra de sus frases, recordada justamente en Paysandú, en 1815, por un militar argentino que le había sido enviado prisionero, para que lo castigara con el fusilamiento: “No soy verdugo del gobierno de Buenos Aires”.
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