Paysandú, Martes 16 de Julio de 2013
Opinion | 09 Jul La visita, este martes, de una delegación uruguaya encabezada por el canciller Luis Almagro a Brasil, estará signada por una serie de elementos que hacen que difiera el escenario que en los últimos tiempos han caracterizado el relacionamiento bilateral y los planteos y objetivos de nuestro país, por cuanto en la vecina nación hay vientos que han cambiado, y aparentemente no para bien, mirándolo incluso desde la óptica de los intereses de Uruguay.
Es así que Almagro y el vicecanciller Luis Porto viajarán a Brasilia para revisar la marcha de los acuerdos de complementación que impulsan ambos países, en una etapa que es previa a la cumbre de presidentes del Mercosur que se reunirán este viernes 12 en Montevideo, oportunidad en la que el recién ingresado Venezuela asumirá la presidencia semestral del bloque regional.
Según Porto, la idea es que se procurará profundizar los lazos en materia comercial, complementación productiva, en materia energética y en infraestructura, apuntando además a generar avances en áreas como la libre circulación de bienes, servicios y de personas, así como en proyectos de infraestructura.
En su momento, ante las enormes dificultades en el intercambio con Argentina y decisiones intempestivas del gobierno Kirchner, con serias restricciones para el ingreso de mercaderías uruguayas y de otros países en el propio bloque, el presidente José Mujica subrayó que Uruguay debe “subirse al estribo” de Brasil, una nación emergente que en ese momento estaba en plena expansión de su economía, en sostenido crecimiento y era claro ejemplo a seguir por estas condiciones pero además por su liderazgo regional natural.
Pero en poco tiempo buena parte de esta ilusión --porque aparentemente no era mucho más que eso--, se ha venido al suelo, ante graves problemas tanto sociales como en la economía vecina, hasta ahora difíciles de desentrañar en cuanto a causas exactas y consecuencias, afectada además por fuertes protestas en numerosas ciudades, con reclamos que hasta no hace mucho tiempo parecían impensables.
Los brasileños reclaman contra la mala calidad de las escuelas, hospitales y transporte público, protestan contra los aumentos de precios, el crimen y la corrupción y por una clase política que entienden ha sido incapaz de anticipar y mucho menos de responder a la insatisfacción que reflejan estas protestas, más allá de que siempre hay grupos radicales que alimentan el fuego, como en todo país.
De acuerdo a los analistas, al auge de la exportación de materias primas –al igual que lo que sucedió en el Uruguay-- alentó una explosión del consumo y ambiciosos programas sociales --que naturalmente involucran altos costos--, realimentó un crecimiento económico alentador, que habría sacado a unos 35 millones de brasileños de la pobreza. Pero a medida que la economía se frena, se ha despejado la espuma y no hay tanta sustancia como se creía para dar sustentabilidad al proceso.
Indican los observadores que el auge brasileño se agotó, que la demanda de productos básicos de China se ha enlentecido y que los consumidores brasileños están presionados por las deudas más que en ningún otro momento desde que el Banco Central comenzó a medir el crédito de los hogares. Así, un aumento del incumplimiento de las deudas llevó el año pasado a los bancos a restringir el crédito, y el crecimiento económico ha descendido al dos por ciento anual tras haber superado sostenidamente el cuatro por ciento en los últimos años. En tanto, la inflación ha aumentado y se registra un “frenazo” de la economía, mientras el buque insignia de las empresas estatales –un modelo que el gobierno uruguayo tomó como referencia--, Petrobras, con su ineficiencia y negocios desastrosos amenaza frenar aún más lo que queda del crecimiento del país. Hoy Brasil, el principal productor de etanol del mundo –en base a caña de azúcar--, se ha visto obligado a importar para abastecer el consumo de su parque automotor, algo imposible siquiera de imaginar hace unos años.
Las respuestas del gobierno de Dilma Rousseff, tras los efectos traumáticos de las manfestaciones, ha sido bastante ortodoxa, porque se ha pasado a un ajuste fiscal que apunta a reducir el déficit, de acuerdo a lo anunciado por el ministro de Hacienda, Guido Mantega, quien estudia un recorte de unos 6.800 millones de dólares para equilibrar la ecuación y garantizar el superávit fiscal este año.
Dijo el secretario de Estado que esa decisión ha sido tomada entre otras cosas por la necesidad de dar respuesta a muchas de las demandas de las protestas que tomaron las calles del país, que implicaron una reducción de tributos en algunas áreas, como el transporte público.
Mantega dio que la medida afectará servicios contratados por el Estado, viajes de funcionarios y otros tipos de gastos considerados no prioritarios. Es que las medidas adoptadas por el gobierno ante las protestas insumirán unos 22.700 millones de dólares, y la plata hay que sacarla de algún lado, aplicando más impuestos o reduciendo gastos. En suma, Brasil está complicado, y se trata nada menos que de la economía que es considerada por el gobierno de Mujica como el motor regional y la locomotora del Mercosur. Con todo, ya no hay tanto entusiasmo por el estribo de Brasil, o por lo menos no debería haberlo, y sí en cambio debería ser un argumento más para ir explorando con decisión alternativas extrarregión de una buena vez y sin ataduras ni encasillamientos ideológicos.
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