Paysandú, Sábado 27 de Julio de 2013
Opinion | 23 Jul En cualquier escala de medición, ya sea de distancia, aceleración, peso, masa, etcétera, sin duda que un elemento fundamental es la unidad a utilizar. Si bien es algo que en general todos tenemos asimilado bastante bien, a veces se presta a confusión; especialmente cuando por desconocimiento o por estar influenciados por factores que nada tienen que ver a la física, la química o las matemáticas, la lectura rápida de un determinado guarismo lleva a interpretaciones erróneas. Lógicamente, hay gente completamente ignorante de lo que es el sistema métrico y son incapaces de ver la diferencia entre un gramo y una tonelada.
Por eso la escuela --tanto la pública como la privada-- incluso antes de la reforma vareliana siempre le prestó especial importancia al estudio de las unidades de medición, sin cuyo conocimiento el estudiante no está capacitado para superar los primeros años de la enseñanza básica.
Cualquiera que haya pasado por un salón de clases recordará la tan trillada frase “no se pueden sumar peras con tomates”, que en cada oportunidad que se le ofrecía machacaba la maestra. Por supuesto, no se refería necesariamente a los saludables frutos de la naturaleza sino a los fríos números de las matemáticas. No lo hacía por ser repetitiva sino porque es algo elemental que todos debemos tener bien presente por el resto de nuestras vidas, para evitar problemas que pueden llegar a salir muy caros como adultos.
Por ejemplo, nadie duda lo importante de saber que 1.000 kilogramos equivalen a una tonelada, así como que 1.000 gramos equivale a un kilogramo. Hasta ahí, es bastante fácil: “kilo” es “sinónimo” de mil, por lo que juntando mil unidades de gramo hacemos “un kilogramo”. Pero precisamente en la unidad de peso --o masa--, la cosa comienza a complicarse con las fracciones de gramo, o sea, “a la derecha de la coma”. ¿Qué son esos números? Pues uno que suele ser mal entendido es el “primer lugar después de la coma”: el “decigramo”. Y ahí surgen las confusiones, tanto las que surgen por desconocimiento como las inducidas por terceros. Porque a veces uno puede tener las cosas claras, pero la duda surge cuando “el que se supone que sabe” la erra.
Volviendo a tan ínfimo valor, el “decigramo” es, como decíamos, el primer lugar a la derecha de la coma, por lo que obviamente diez decigramos forman un gramo. Probablemente muchos se preguntarán a quién se le va a ocurrir utilizar semejante unidad, que se presta para confusiones y exige constante razonamiento para su interpretación. Pues, por ejemplo, a la Ley Nacional de Tránsito, que caprichosamente –o no— determina que el máximo de alcohol por litro de sangre permitido para conducir es de 3 decigramos; o sea, 0,3 gramos por litro.Entonces, con un elemental cálculo matemático podemos establecer que 10 decigramos de alcohol por litro de sangre es igual a 1 gramo/litro, o por ejemplo 18,2 decigramos/litro es lo mismo que decir 1,82 gramos de alcohol por litro de sangre.
Por eso, en lo que a normas de tránsito se refiere no alcanza con decir “está permitido hasta 0,3” o “iba manejando con 14,8”, porque si las unidades no corresponden se puede malinterpretar que el infractor conducía con un nivel de alcohol casi 50 veces mayor al que permite la ley, lo que es absurdo porque no hay cuerpo que lo resista. Ahora ya sabe: si el inspector que le realiza una alcoholimetría le indica que usted tiene 14,8 gramos de alcohol por litro de sangre, no se preocupe por la multa. Seguramente, usted ya esté muerto por la intoxicación.
Entonces, para ser claros en el ejemplo: si se trata de “decigramos” es legal conducir con hasta 3 por litro de sangre; o lo que es lo mismo, 0,3 gramos por litro. Y 18,2 decigramos es lo mismo que 1,82 gramos. Eso, se aprende en la escuela.
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