Paysandú, Martes 30 de Julio de 2013
Opinion | 24 Jul No hace falta ser docente o familiar de alguno de ellos para darse cuenta de que la tarea de un maestro no comienza cuando toca el timbre de entrada y termina con el de salida. La docencia implica dedicar, además de ésas, otras varias horas diarias a la planificación de los contenidos que se trabajarán en clase, corrección de trabajos, estudio permanente y actualización profesional.
En muchos casos, ser maestro implica también hacer seguimiento y contención de variadas y muchas veces complejas situaciones personales y familiares de los alumnos, que de una u otra forma repercuten en su inserción en el grupo, en la conducta, estabilidad emocional o el rendimiento académico. Además, en los últimos años a la función específica del maestro se le han sumado una serie de obligaciones que nada tienen que ver con lo que supuestamente son contratados para hacer, y hoy además de educar y enseñar deben ser psicólogos de familia, asistentes sociales, controladores de las obligaciones con el Estado, entre un sinfín de etcéteras.
Por eso, el cuerpo docente del país se siente dolido cuando el presidente de la República dice que los maestros trabajan “cuatro horas, 180 días en el año” y que deben “proponerse trabajar un poco más” si quieren aumentar sus ingresos.
Como tantas otras veces en que ha arremetido con distintos colectivos de la actividad nacional --periodistas, abogados y contadores por nombrar algunos--, el mandatario simplifica grueso y mal.
Razón tiene el presidente del Consejo de Primaria y exgremialista, Héctor Florit, al manifestar que “todo lo que procure simplificar la función docente me parece que no abona en el sentido correcto” y “no le hace bien a la educación pública y no le hacen bien al magisterio”.
Tampoco le hace bien a la cohesión ciudadana, ni a la imagen pública del país y sus autoridades que alguien que ha sido investido por el sufragio popular como presidente, realice declaraciones que no corresponden y desconozca de esta manera la realidad de un colectivo de tanta incidencia en la cultura nacional, como su magisterio.
Un magisterio que, por otra parte, tiene importantes problemas como el hecho que los jóvenes estén dejando de verlo como una profesión atractiva y que incluso muchos, al finalizar sus estudios no trabajen como docentes. La disminución de la cantidad de maestros que se titulan cada año y los problemas que tienen algunos departamentos para completar su plantel docente para todas las escuelas --debiendo recurrir a departamentos vecinos por ejemplo-- sí deberían ser tema de debate y preocupación aunque parecen no figurar en una agenda marcada más por los vaivenes de conflictos y cruces de declaraciones en tiempos de Rendición de Cuentas.
Indudablemente, no solucionaremos los problemas de la enseñanza generando resquemores y distancias, sino a través de la promoción de un diálogo social eficaz y maduro que se encamine hacia las acciones necesarias.
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