Paysandú, Martes 30 de Julio de 2013
Opinion | 29 Jul Durante la visita que efectuó en las últimas horas a Cuba el presidente de la República, José Mujica, --que incluyó participar en los actos conmemorativos del asalto al cuartel de La Moncada-- recordó “viejos tiempos” con el exmandamás cubano Fidel Castro, precisamente, y otros integrantes de la vieja guardia de la revolución de la isla caribeña.
Por cierto ha sido una recordación muy especial, por tratarse de gobernantes y dirigentes políticos que comparten ideologías que cobraron impulso durante la década de 1960 fundamentalmente, sobre todo porque se trató de reproducir versiones de la revolución cubana en otros países latinoamericanos, que ante el fracaso sistemático de la vía de las urnas se reclutó y formó grupos armados que intentaron tomar el poder por la fuerza.
Mujica dijo en Cuba, que “con los sueños de aquellos cubanos, oleadas de juventud, nos movimos por toda nuestra América. Hoy somos viejos, arrugados, canosos, llenos de reumatismo, de nostalgia y recuerdos. Y nos reímos de nosotros mismos, de las chamboneadas que hemos cometido, pero chamboneadas sin precio, por una causa, por el sueño de una humanidad con igualdad básica, con garantías básicas, con sueños básicos”.
Las expresiones fueron incluidas en su discurso en el acto por el 60º aniversario del asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, primer intento fallido de Fidel Castro por derrocar al dictador Fulgencio Batista pero que es considerado el inicio de la revolución que lo llevó al poder en 1959.
A su vez el presidente cubano Raúl Castro encabezó la ceremonia efectuada en la ciudad de Santiago de Cuba, 900 kilómetros al sureste de La Habana, a la que asistieron 10.000 personas, incluida la cúpula cubana y ocho gobernantes latinoamericanos y caribeños. Además de Mujica, asistieron los presidentes Nicolás Maduro (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Daniel Ortega (Nicaragua), además de los primeros ministros Roosevelt Skerrit (Dominica), Kenny Anthony (Santa Lucía), Ralph Gonsalves (San Vicente y las Granadinas), y Wilndson Baldwin Spencer (Antigua y Barbuda).
En su discurso, Mujica dijo que los cambios sociales “son una larga construcción colectiva, de esfuerzo, de trabajo, de errores, de aciertos, de compromiso, de sacrificio”. “Entonces, esta revolución, que fundamentalmente ha sido la revolución de la dignidad, de la autoestima para los latinoamericanos, nos sembró de sueños, nos llenamos de quijotes. Soñamos que en 15 o 20 años era posible crear una sociedad totalmente distinta y chocamos con la historia. Los cambios materiales son más fáciles que los cambios culturales”, agregó el presidente, en una especie de indulgente autocrítica y a la vez reconocimiento parcial de hechos que indican que una cosa es lo que se dice y otra la que se hace cuando se buscan determinados objetivos sin reparar en los medios.
“Hemos aprendido una cosa --que la estamos viviendo en nuestra América Latina--: solo es posible el mundo si respeta lo diverso. Solo es posible el mundo y el porvenir si nos acostumbramos a entender que el mundo es diversidad, respeto, dignidad y tolerancia. Y que nadie tiene derecho, por ser grande y fuerte, de aplastar a los pequeños y débiles. Lección de oro de estos 60 años de revolución”, subrayó Mujica.
Estos últimos conceptos son ampliamente compartibles, y revelan que algo se ha aprendido de vivir tantos años, felizmente, y se ha dejado de poner el mundo en blanco y negro, como se hizo durante varias décadas.
Pero no corresponde dejar pasar alegremente el hecho de que “nos reímos” de las “chamboneadas” cometidas, porque se cometen chamboneadas cuando no se sabe jugar al fútbol, y se cometen errores intrascendentes, propios de novatos aprendiendo algo nuevo. Las “chamboneadas” que cometieron tanto Mujica como muchos otros exguerrilleros en aquellos años, fue intentar imponer por la fuerza de las armas, levantándose contra gobiernos democráticos, un régimen similar al cubano, por encima de la voluntad popular, a través de actos terroristas, muertes, secuestros, robos, que acarrearon hondo drama a los pueblos latinoamericanos, incluido Uruguay, durante las nefastas décadas de 1960 y parte de 1970.
El caos generado por la sedición fue la excusa que necesitaron los militares para apropiarse del poder, como “salvadores” e imponer dictaduras en varios países del subcontinente, que potenciaron el drama ya promovido por los levantamientos de los guerrilleros mesiánicos que por la fuerza de las armas pretendieron enseñar a los pueblos todo lo que se estaban perdiendo por no allanarse a repicar por el voto popular la experiencia de Cuba.
Por lo tanto si se trata de aprender de nefastas experiencias, bienvenida sea la autocrítica, pero hay que dejarse de hablar de “chamboneadas”, y sí del irreparable error, de la tragedia generada por la soberbia, por la intolerancia, por la violencia, como camino para imponer su voluntad a las mayorías populares, presuntas ignorantes de como debían ser las cosas.
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