Paysandú, Miércoles 07 de Agosto de 2013
Opinion | 07 Ago La decisión del presidente ruso Vladimir Putin de conceder asilo por un año a Edward Snowden, pese a los repetidos y solemnes avisos de Washington, representa una seria humillación para Barack Obama. Y pone en el tapete una realidad que Estados Unidos se empeña aún en ocultar pero que salta a la vista: el mundo progresivamente multipolar resta espacio a la gran potencia mundial, más allá que no hay que engañarse tampoco, y pensar que ya no tiene poder.
Pero queda claro que en situaciones como esta, en ausencia de un tratado de extradición con Rusia, las airadas protestas de la Casa Blanca por la medida del Kremlin tienen escaso valor. Obama y Putin deben reunirse el mes próximo en Moscú, lo que quizás sea pospuesto, pero mucho más que eso no puede hacer el presidente de Estados Unidos.
Durante su primer mandato encaró una política conciliatoria con Rusia, esperando ayuda en algunas de las serias dificultades internacionales de Washington, se trate del desafío nuclear iraní, la retirada de Afganistán, la lucha contra el terrorismo islamista o la situación en Oriente Próximo.
Pero en verdad poco obtuvo y lo que logró tuvo efecto contrario, como en el caso de Siria, donde Moscú se ha convertido en el más sólido aliado de un tirano sanguinario como Bachar el Asad.
Con el caso Snowden, quien aparece como claro ganador es Putin, pero en realidad también eso -curiosamente- es una ayuda para Estados Unidos, aunque seguramente esa no es la intención de Moscú.
Snowden no es un héroe para el gobierno de Estados Unidos, pero sus revelaciones sobre la trama global de vigilancia y espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), básicamente secreta y virtualmente incontrolada, han tenido la virtud de despertar al resto del mundo sobre una realidad intolerable, aunque autorizada por leyes estadounidenses. En esa onda de simpatía por el denunciante perseguido, el asilo otorgado por Putin lo convierte para muchos en una suerte de campeón de los derechos humanos. Precisamente el título que quiere para sí el propio gobierno estadounidense.
Mas, no quedan dudas tampoco, Estados Unidos sabe sacar provecho de la situación, porque la suerte de Snowden ha desviado la atención sobre el meollo de la cuestión: el asalto frontal de la NSA a las libertades individuales.
Ha bastado este tiempo, sin embargo, para que aparezcan en Estados Unidos indicios alentadores de una actitud menos indulgente hacia el Estado Vigilante. Ahora ya son varias las voces que piden recortar los poderes de la NSA. Seguramente, el gobierno de Obama deberá crear otro “estado de situación” para desviar la atención.
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