Paysandú, Miércoles 07 de Agosto de 2013
Opinion | 07 Ago El mundo asiste lenta pero inexorablemente a un cambio demográfico que, aunque tiene su mayor manifestación en países desarrollados, ocurre en naciones del tercer mundo como Uruguay y Argentina --por citar solo dos países de nuestra región-- que tienen un perfil similar pero con diagnósticos diferentes respecto al primer mundo ante su realidad socioeconómica.
El envejecimiento de la población mundial es precisamente el elemento distintivo del nuevo escenario y conlleva una serie de desafíos y condicionamientos para los cuales todavía no se han diseñado respuestas a medida, que varían con el escenario en cada país, pero naturalmente, con mayores urgencias en las naciones que, como la nuestra, tienen sin resolver grandes problemas estructurales.
Pero hay situaciones coyunturales que aceleran manifestaciones de la problemática, como está ocurriendo actualmente en Europa, sobre todo en los países más afectados por la crisis económica --como España--, y es así que Europa se está enfrentando a tendencias demográficas que socavarán su crecimiento económico a largo plazo. Todo indica que obligará a los países a elegir entre recortar pensiones y beneficios sociales o pagar más impuestos para mantenerlos.
Precisamente la crisis a que nos referimos está determinando que algunas naciones estén ya recibiendo señales de las dificultades que esperan a Europa a medida que los denominados “hijos del baby boom” posterior a la Segunda Guerra Mundial se van jubilando y debido a los bajos niveles de fertilidad la edad media de los que quedan trabajando aumenta.
Hay reclamos y protestas de los sindicatos en Francia, ante medidas para frenar el déficit de financiación de las pensiones de 14.000 millones de euros, que van en aumento, en tanto España, presionado por la Comisión Europea, está preparando reformas para hacer frente a la insuficiente financiación de su sistema de pensiones, que obligó al gobierno a echar mano del fondo de reserva de la seguridad social el año pasado.
Pero la difícil situación de las pensiones en España es en parte cíclica, pues más de tres millones de trabajadores han perdido sus empleos desde el inicio de la recesión y han dejado de contribuir al sistema de pensiones. Tenemos así que España, Portugal e Irlanda están perdiendo alrededor del dos por ciento de los adultos en edad de trabajar entre 2010 y el primer trimestre de 2013, y a mediano plazo esta situación plantea cuestiones sobre quien paga las pensiones y los costos sanitarios relacionados con la edad.
Tenemos además que esta tendencia, en su gradualidad, indica que no hay posible reversión, sino que debe atenderse en sus consecuencias y manifestaciones la evolución de este escenario, que cambia de acuerdo a cada país y/o región del mundo.
Uruguay, precisamente, es uno de los pocos países que presenta los dos aspectos más negativos de la ecuación, por cuanto por un lado su envejecimiento poblacional por mayor expectativa de vida y baja natalidad es similar al de los países desarrollados, pero por otro lado su economía tiene las vulnerabilidades y falencias de los países subdesarrollados.
Las naciones del tercer mundo, contrariamente al Uruguay, tienen una alta tasa de nacimientos y su promedio de población es más joven, lo que indica que no tienen los perfiles que condicionan a nuestro país como consecuencia de su escenario demográfico.
De todas formas, los datos estadísticos indican que la población del mundo desarrollado envejece y que la del pobre por lo general está solo algunas décadas rezagada en cuanto a esta tendencia, pero más tarde o más temprano esos caminos se cruzarán.
De acuerdo al pronóstico de población realizado por las Naciones Unidas, la media de edad para todos los países crecerá de 29 años en la actualidad a 38 para dentro de cuatro décadas. Así, en la actualidad, menos del 11 por ciento de la población mundial de 6.900 millones de personas tiene más de 60 años, pero para 2050 el doble de esta porcentaje alcanzará esa edad, que será sin embargo el 33 por ciento en los países desarrollados, y seguramente también en Uruguay, donde --como en el primer mundo-- una de cada tres personas estará jubilada y casi una de cada diez tendrá más de 80 años.
Este perfil nos da la pauta de que sin alternativa posible con el paso de los años habrá grandes consecuencias económicas, sociales y políticas, pese a que hasta ahora pocos países han decidido enfrentar decididamente la problemática, e incorporar políticas para hacer frente al problema con la debida disposición y sobre todo antelación, dentro de la relatividad del término.
Como señalábamos, el peor escenario es el del envejecimiento poblacional acompañado de subdesarrollo y economía muy condicionada por problemas estructurales. Sin duda es hora de que el sistema político y los sectores involucrados en esta problemática analicen concienzudamente la situación, con un diagnóstico ajustado a la realidad, y buscar desde ya acuerdos para desarrollar políticas de Estado que hasta hoy están pendientes, como si el problema no estuviera ya planteado.
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