Paysandú, Lunes 26 de Agosto de 2013
Opinion | 19 Ago El artículo 40 de la Constitución de la República dice que “la familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad”.
Las continuas transformaciones sociales, culturales y de inserción laboral de sus integrantes, dificultan una definición de familia que se ajuste a esa realidad. Más aún cuando las estadísticas indican que casi la cuarta parte (23,3%) de los hogares son unipersonales. Hoy, cuatro de cada diez hogares son dirigidos por una mujer, alimentando las cifras de feminización de la pobreza y la necesidad de recibir subsidios. De acuerdo a las estadísticas, si existen 1.161.000 hogares, entonces hay 450.000 mujeres solas al frente de su casa.
El último censo del Instituto Nacional de Estadística mostró una realidad que mirábamos sin ver, al contemplar que reciben menos salario, cuentan con un único ingreso y en general esos hogares se manifiestan con mayor vulnerabilidad. En los últimos veinte años, descendieron los casamientos y subieron los divorcios, generando a su vez otras transformaciones, como una disminución de la cantidad de personas por hogar.
A su vez, las mujeres deben enfrentarse a la realidad de aumentar la cantidad de horas trabajadas para solventar la economía del hogar, dejando a sus hijos al cuidado de otros familiares o solos.
Si la realidad de Uruguay es ésta, hay que mirar un poco más allá de las fronteras y observar que el fenómeno se repite con variantes en los demás países de América Latina, cuyas salvedades se enfocan desde los niveles de religiosidad, cultura o grupos étnicos. Sin embargo, una misma constante los atraviesa: la feminización de la pobreza indica que los hijos de las mujeres jefas de hogar pueden continuar en ese círculo.
A su vez, la idealización de la conformación de una familia tipo, la sensación de frustración ante la separación, la necesidad de pertenecer a un núcleo seguro y la culpabilización sobre lo ocurrido que abrió el camino a un hogar monoparental, no permitirá el crecimiento de sus integrantes.
Todo esto, sumado a los condicionamientos tradicionales de una sociedad que acostumbra a sus miembros a conceptualizar, agregará una carga aún más pesada, que ni los subsidios del Estado servirán para cubrir.
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