Paysandú, Sábado 31 de Agosto de 2013
Opinion | 26 Ago El nivel de violencia verbal con el que finalizó la ocupación del Hospital Vilardebó deja de lado cualquier concepto de “conciencia de clase”, por donde se lo mire.
La intolerancia de una sociedad radicalizada en conceptos de cualquier especie se demuestra en las manifestaciones. Si falta nivel en las discusiones políticas y los debates son inexistentes –por decisión de algunos referentes políticos--, ni que hablar en las movilizaciones colectivas y desde el llano. Al menos en política, pensar distinto, es pensar en contra, por esa razón no habrá riqueza ni debate porque cualquier expresión diferente será –sin dudas-- marcadamente adjetivada.
En los últimos años tenemos ejemplos que sobran: facho, zurdo o su variante “zurdito”, carnero, de derecha, de izquierda, lumpen y un largo etcétera.
Durante la desocupación del Vilardebó se observó la virulencia de los discursos que apuntaban a un enemigo en igualdad de condiciones, o sea, otros trabajadores que no ocuparon. Si el dirigente de la salud, Pablo Cabrera, reflexionó que “el colectivo cuando define y lucha, consigue cosas para el colectivo y hay gente que después accede a derechos sin haber hecho nada”, también deberá reconocer ese colectivo que desde un comienzo las cartas barajadas por el Ejecutivo estaban sobre la mesa. Y esas cartas tenían un mensaje claro: no había aumento por sobre la pauta fijada en la Rendición de Cuentas.
Después vinieron otros cálculos, la presurosa llamada del presidente José Mujica al ministro de Trabajo, Eduardo Brenta, para que convoque a una reunión de acercamiento y a su vez, la no menos presurosa llamada al coordinador del Pit Cnt, Fernando Pereira, para que citara a los sindicatos en conflicto.
En el encuentro surgió la propuesta de destinar los recursos del Fondo de Suplencias, creado en la Rendición de 2010, y destinar esos 30 millones de pesos a salarios y aunque el beneficio está muy lejos del reclamo de los trabajadores, reconocieron que no aceptarla hubiese sido peor.
Mucho peor y por varias razones. No hubiera aumentado el número de ocupantes, empeoraba la imagen de la ciudadanía sobre el colectivo que no iba a lograr el aumento salarial a $ 26.000 y hubiesen continuado solos en la lucha como sindicato.
Inmolarse en la plaza pública ya no sirve y eso –probablemente-- es una lección a aprender. Por algo el secretario general de Cofe, José Lorenzo López, opinó que estas movilizaciones no tuvieron un “respaldo contundente” del Pit Cnt, que “no rodeó” el conflicto “como en otras épocas y en otros gobiernos”.
El veterano dirigente debería saber por qué.
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