Paysandú, Lunes 23 de Septiembre de 2013
Opinion | 21 Sep La instancia que vivió recientemente el Partido Colorado en Montevideo, pero con repercusión en todo el país, en el sentido de aprobar que se entablen negociaciones firmes para alcanzar un acuerdo con El Partido Nacional para comparecer con un lema común en las elecciones departamentales del próximo año, puede dar lugar a varias lecturas, dependiendo de la óptica y eventualmente de los intereses con que se evalúe.
En este caso, ante una realidad incontrastable, en el sentido de que la izquierda cuenta con un electorado firme en Montevideo que le permite incluso poner una “heladera” como candidato y ganar cómodamente, como viene haciendo desde 1989, los partidos opositores decidieron abrir una instancia nueva para el ciudadano, uniendo fuerzas para mejorar su caudal electoral y eventualmente “hacerle partido” a la izquierda.
Este acuerdo, igualmente, pese a que pueda resultar novedoso para las nuevas generaciones, no lo es en cambio para quienes peinan canas, por cuanto las mismas motivaciones y expectativas dieron lugar al Frente Amplio en febrero de 1971, cuando fuerzas de izquierda tradicionales, como el Partido Comunista y el Partido Socialista, se unieron al Partido Demócrata Cristiano y a disidentes de los partidos tradicionales, para conformar la coalición que no solo ha ganado el gobierno departamental de Montevideo, sino también otras intendencias y en forma consecutiva dos elecciones nacionales.
Es decir que bajo el común denominador de un programa con determinada propuesta electoral, se conformará la base de un acuerdo que se pondrá a consideración del elector, quien es al fin de cuentas quien tiene la última palabra, y se pronunciará llegado el momento sobre la propuesta electoral del nuevo partido.
A esta instancia se ha llegado ante el corsé que implica nuestra normativa electoral, establecida en la Constitución, que no contempla el balotaje departamental pero sí para el gobierno nacional, donde si el partido mayoritario no llega al 50 por ciento más uno de los votos debe ir a una segunda vuelta con el que le siga en porcentaje de votos.
Es decir que quedan seguramente como árbitros los votantes de los partidos menores, que al no contar con chance para su candidato preferido, podrán elegir al que prefieran entre los dos que recibieron más votación y eventualmente votar contra el que menos gusta, porque de eso se trata cuando se ofrecen opciones, y al fin de cuentas las mayorías son las que deciden, como corresponde en una democracia.
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