Paysandú, Miércoles 25 de Septiembre de 2013
Opinion | 20 Sep Hace pocas horas reanudó actividades la empresa local Azucarlito, aunque todavía está en proceso de dilucidación una situación conflictiva con sus empleados sindicalizados, los que han puesto sobre la mesa una serie de reivindicaciones de carácter salarial y una serie de mejoras en beneficios con los que cuentan actualmente. Esta resolución es una buena noticia para Paysandú luego de la posibilidad del cierre definitivo del añejo y emblemático emprendimiento sanducero.
Pero el planteo que corresponde, tanto para esta fuente de trabajo y de reciclaje de riqueza que se vuelca a la plaza local, es si a la vez se están dando las condiciones para contar con por lo menos cierto período de paz laboral y sobre todo condiciones para la sustentabilidad de la fábrica, desde que estamos ante situaciones que forman parte de una ecuación negativa que no amenaza solo el desenvolvimiento de la refinadora local, sino de gran parte de los emprendimientos locales, tanto los ya tradicionales, que han sido orgullo del Paysandú industrial, como de otros que se han ido incorporando con el paso de los años y han dado lugar a una diversificación.
Por un lado, es indudable que el costo país y aún más, el costo Interior para producir y para el desenvolvimiento empresarial en el Uruguay es cada vez más alto respecto al mundo, y no puede extrañar que entre otros factores esta condición influya para que sistemáticamente el Uruguay siga cayendo en competitividad.
A la vez, están de por medio políticas laborales que últimamente han inclinado sistemáticamente la balanza hacia los sindicatos en la ecuación laboral, y peor aún, ha transmitido el mensaje de que siempre es posible seguir reclamando más porque en su óptica las empresas ocultan su riqueza y están en condiciones de pagar más a sus trabajadores, sin ninguna consecuencia en su viabilidad. La postura es repartir la caja como socios de la empresa, donde siempre que haya algo de plata corresponde repartirla, y a la vez exigir cada vez más en cuanto a flexibilidad y condiciones de trabajo.
Esta postura es delirante, y ya no se da en ninguna otra parte del mundo, porque los gobiernos, las empresas y los sindicatos han madurado y han asumido que no se trata de una lucha de clases ni de enemigos, sino que están todos en el mismo arco, y que una empresa para funcionar necesita de las dos partes, el capital y el trabajo. Es que cada uno depende del otro, y conforman una asociación indisoluble para funcionar adecuadamente y generar riqueza, con determinadas reglas y condiciones, pero con la premisa de que si falta uno el otro no tiene razón de ser.
Esta es precisamente la situación de Azucarlito, por referirnos a un ejemplo vigente, desde que sus trabajadores --que perciben remuneraciones que ya quisieran para sí la mayor parte de la fuerza laboral sanducera, con 122 pesos la hora, 48 horas semanales, lo que representa unos 24.000 pesos por mes, en categoría de personal permanente-- puso como condición para iniciar la tarea de refinado que se le igualara con lo que paga ALUR, que es de 130 pesos la hora, más otras reivindicaciones que significan más costos para la empresa.
Ahora, poner como referencia a ALUR no solo no es de recibo, sino que es delirante, desde que estamos ante una empresa que funciona dentro del régimen privado, pero que tiene detrás nada menos que el patrimonio de Ancap, que la financia y subsidia cuanto sea necesario, y que puede manejar números en rojo porque tiene la posibilidad de aumentar tarifas a clientes cautivos. De hecho, la ecuación siempre le cierra porque lo único que tiene que hacer para equilibrar las cosas es sumar todos los gastos y dividir el resultado por los productos que comercializa, determinando así el precio del alcohol --que vende a Ancap para mezclar con las naftas--, por supuesto que agregándole un plus de ganancia.
ALUR por lo tanto tiene una ecuación económica cuya realidad se desconoce y está en condiciones de sufrir desbalance financiero disfrazado sin por ello tener que cesar sus actividades, del mismo modo que hace la propia Ancap con la fabricación de cemento, que también es deficitaria y desde hace muchos años.
Pero en el ámbito privado, como ocurre con Azucarlito y tantas otras empresas, la disyuntiva es tener aunque sea un mínimo de rentabilidad o desaparecer, cerrando definitivamente sus puertas y la fuente de trabajo para aquellos que siempre reclaman más. Paysandú ya ha experimentado ese trauma, el último producido por el cierre de Paylana, que luego de arduas negociaciones fuera resucitada como Tessamérica por los propios trabajadores. Ahora, si lo que se busca es seguir el mismo camino que con la textil, las partes deberían sincerarse, para al menos saber las reales intenciones de las acciones que se llevan adelante.
Esta perspectiva es la que deben evaluar los sindicatos que siguen tirando cada vez más de la piola en el ámbito privado y comprometen con sus reclamos fuera de lugar la viabilidad de su fuente de trabajo.
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