Paysandú, Jueves 26 de Septiembre de 2013
Opinion | 19 Sep Desde el fondo de los tiempos la Humanidad ha sido escenario de fundamentalismos de toda especie, los que por supuesto, por su carácter absolutista y exclusivista, nunca han llevado a nada bueno, ya sea cuando se trata de sustentarlos desde el punto de vista religioso, como racial, étnico y otros aspectos que conllevan un alto grado de intolerancia como común denominador.
Lamentablemente, para estas posturas del todo o nada, según el punto de vista de sus promotores, todo lo que encuadre fuera de su universo colide con su esencia y por lo tanto debe ser combatido hasta sus últimas consecuencias y en lo posible erradicarlo, si es que no se puede alinear a quienes piensan distinto con su “verdad revelada”, y estos elementos precisamente han sido el punto de partida de muchas tragedias, guerras, persecuciones y conflictos.
En la época contemporánea los fundamentalismos se expresan de variadas formas, y evolucionando naturalmente de acuerdo a los tiempos, pero por ejemplo contamos con fanatismos religiosos que sustentan regímenes, sobre todo en el mundo islámico –aunque la historia registra épocas de extremismos católicos, judíos, etcétera--, por citar un ejemplo por todos conocido.
Pero aquí cerquita, nomás, ya que estamos señalando la forma en que los fundamentalismos afectan a los pueblos, los países, la vida cotidiana, tenemos a los seudoambientalistas de Gualeguaychú, que cortaron el puente Fray Bentos - Puerto Unzué durante años, y en ocasiones también el General Artigas entre Paysandú y colón o hasta el de la represa de Salto Grande, porque a su juicio la planta de celulosa de Botnia era una potencial fuente de terrible contaminación para el río Uruguay, que iba a cambiar prácticamente todo el ecosistema de este curso de agua.
Incluso hasta ahora se resisten a aceptar la inocuidad demostrada por los análisis de laboratorios internacionales, que Argentina precisamente no quiere dar a conocer y que ratifican que la empresa vuelca vertidos dentro de los mejores parámetros internacionales, al nivel de los que se dan en la exigente Europa. Sin embargo, cerrando los ojos y amparados en su visión oblicua de las cosas, los activistas se niegan a aceptar la realidad y siguen en sus trece --cada vez con menos apoyo, naturalmente, porque la realidad los pasa por arriba-- de que UPM Botnia tiene que contaminar, y que todo el que así no lo asuma, es un tonto o está vendido a los intereses de las transnacionales.
También grupos “defensores” de derechos humanos, --y esto lo vivimos frecuentemente en nuestro país-- con el apoyo de otros tantos radicales, se las ingenian para arrastrar a parte de la opinión pública a situaciones conflictivas y reclamos que son marcadamente sesgados en pro de sus posturas ideológicas, porque centran las acciones –muchas veces violentas-- en reivindicaciones que solo formulan cuando los derechos que a su juicio se vulneran son los de militantes de izquierda. Dicho de otra manera, los “derechos humanos” son válidos para los que defienden las posturas de izquierda --cuanto más hacia esa tendencia, mejor--, y para los demás no existen. Y por supuesto los reclamos forman parte de la propaganda.
Asimismo, hay grupos fundamentalistas que predican por ejemplo reivindicaciones muy atendibles, de igualdad de derechos ante discriminaciones de corte racista, o por diferencias de género, que sin embargo aceptan solo sus puntos de vista y pierden por lo tanto ecuanimidad a la hora de evaluar situaciones.
Ese fue el caso de una activista militante en reivindicaciones de afrodescendientes, cuando en una riña a la salida de un baile, pretendió que la justicia se pronunciara como si se hubiera tratado de un acto racista, cuando en realidad los insultos racistas derivaron del incidente primario, que fue una de las tantas disputas violentas e intolerantes que se dan entre jóvenes después que se ha ingerido alcohol.
Igualmente, y mucho más cerca, tenemos los sanduceros lo ocurrido en medio de un fuerte intercambio de epítetos en reciente sesión de la Junta Departamental de Paysandú, cuando una edila de la oposición fue expulsada de sala luego que el presidente de la mesa exhortara a mantener las diferencias en un clima de respeto y sin adjetivaciones inconducentes, lo que no hizo la edila, evidentemente, que siguió gritando.
Posteriormente, la afectada anunció que llevará su reclamo a la comisión nacional de género, porque entiende que si hubiera sido hombre no se le habría expulsado de sala.
Esta tesitura aparece como absolutamente indefendible para quienes hayan seguido de cerca la sesión a través de la emisión radial, teniendo en cuenta que por el contrario, como regla general la mujer incluso es más contemplada en estas salidas de tono.
El punto es que ahora se pretende trasladar el tema a la comisión de género para buscar un respaldo ante una presunta discriminación de género, cuando se trata a todas luces de un tema político.
En los casos y ejemplos que hemos citado –apenas una muestra en un mar de actitudes radicales apoyadas en puntos de vista fundamentalistas--, a lo que se apunta es a llevar agua para los respectivos molinos pretendiendo confundir a la opinión pública.
Y asimismo, cuesta poco inferir que como común denominador lo que se logra es afectar negativamente las causas que se pretenden defender, algunas de ellas muy respetables y hasta compartibles, porque en busca de protagonismo se confunde a sabiendas el fin con los medios y las buenas intenciones quedan por el camino.
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