Paysandú, Viernes 04 de Octubre de 2013
Opinion | 27 Sep Seguramente gran parte de la población de la humanidad comparte las reflexiones filosóficas expresadas en el reciente mensaje del presidente José Mujica ante la Asamblea General, si bien fue excesivamente largo --con menos de la mitad del tiempo hubiera dicho lo mismo sin entrar en tantas disquisiciones y lo hubiera seguido mucho más gente-- en lo que para el mandatario exguerrillero fue una oportunidad única y soñada para decir lo que piensa de la vida actualmente, con muy pocos puntos de contacto con aquel pasado de violencia.
Y decimos compartible en su gran mayoría, porque en su reflexión filosófica de la oposición entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, la integración de los excluidos, el consumismo omnipresente, la prevalencia de los mercados por sobre la distribución equitativa, entre otras tantas iniquidades, falencias y necesidades insatisfechas, difícilmente haya quien discrepe.
El jefe de Estado uruguayo en esta oportunidad salió de sus acostumbradas reflexiones radiales domésticas y las llevó al ámbito internacional. En síntesis, criticó el consumismo desenfrenado, la codicia, el despilfarro y el “dios mercado”, fustigó la globalización ingobernable, criticó la guerra y el enorme presupuesto que se gasta en armamentos que solo realimentan el odio, el fanatismo y la desconfianza.
También aprovechó esta tribuna para aludir a la patria grande latinoamericana y asumió por su cuenta la representación de muchos postergados del subcontinente, cuando dijo que “cargo con los millones de compatriotas pobres de América Latina, patria común que se está haciendo. Cargo con las culturas originales aplastadas, con restos del colonialismo en Malvinas, con bloqueos inútiles a ese caimán bajo el sol del Caribe que se llama Cuba. Cargo con las consecuencias de la vigilancia electrónica que nos envenena con la desconfianza”, en lo que recuerda más a la letra de alguna canción del grupo portorriqueño de protesta Calle 13 que a un discurso presidencial.
Asimismo, “cargo con una gigantesca deuda social, con el deber de luchar por el Amazonas, por una patria para todos y para que Colombia pueda encontrar el cambio de la paz. Cargo con el deber de cargar con la tolerancia, que se precisa para con los que son distintos y no para los que estamos de acuerdo”, continuó, por si faltaba algo. También tuvo un momento de autocrítica, cuando dijo que “mis errores son hijos de mi tiempo. No miro para atrás, no miro para cobrar cuentas”, aunque en la misma medida podrían justificarse quienes los cometen hoy, señalando que se trata de errores consecuencia de los tiempos que vivimos. Pero eso es harina de otro costal en la larga cuenta de conceptos del mandatario, quien apuntó asimismo que “mientras el hombre viva en clima de guerra, está en la prehistoria”, y que “lo único trascendente es el amor, la amistad, la solidaridad y la familia”.
¿Quién puede estar en contra de tales conceptos? Seguramente muy pocos en el mundo, no ya en nuestro país. Pero claro, el mandatario expuso reflexiones filosóficas sobre cómo deberían ser las cosas, y al fin de cuentas, si todos hiciéramos lo que tenemos que hacer para cumplir con esos anhelos, estaríamos en un abrir y cerrar de ojos viviendo en un mundo mejor, al menos en teoría.
Pero mientras abundan las lindas palabras, que son gratis, la realidad es la realidad, con los errores, defectos, virtudes y el lado bueno y malo de las cosas, los vicios, las adicciones, la ambición, la solidaridad y el egoísmo. Y el consumismo que tanto le preocupa es la hasta ahora única forma de distribuir la riqueza, mal que le pese, tanto entre naciones como dentro de cada país, a menos que él sepa cómo sostener un país en base a asistencialismos, sacándole todo lo posible a los pocos que producen cosas “importantes” para mantener a los que no tendrán dónde trabajar, porque lo superfluo no merece ser comercializado. Este mundo que queremos cambiar es lo que tenemos, y por ahora, tanto el mandatario dentro de fronteras, como en su filosofía de exportación, debe poner su granito de arena para hacerlo mejor, con sus limitaciones pero siempre haciendo todo lo mejor que se pueda hacer, como también debería ser el caso de los que toman las decisiones a nivel mundial que afectan a toda la Humanidad.
Pero además, se vive y convive con los defectos que con razón ha cuestionado el mandatario.
Cuando reflexiona que hay que dejar de pasarse horas y horas trabajando para quedarse en casa, disfrutando de la familia, tomando mate y filosofando, lo que es plenamente compartible y deseable, también soslaya que los ciudadanos que tienen dos y tres trabajos, para poder consumir porque si no, no les alcanza el dinero, son los que pagan más IRPF que recauda el Estado para financiar las políticas sociales que supuestamente apuntan a generar una sociedad más justa. Y si todos nos quedáramos en la retranca por esta sugerencia, estaríamos igualando hacia abajo, creando menos riqueza, con menos para repartir, sin recursos para sostener la educación y la salud para todos, y logrando tal vez la “igualdad” del mediocre, del que poco tiene, poco ambiciona y ve pasar la vida sin apuro, viviendo como en la prehistoria.
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