Paysandú, Jueves 10 de Octubre de 2013
Locales | 06 Oct (Por Horacio R. Brum). Domingo 22 de setiembre; viaje desde Berlín a Francfort en un tren InterCity Express (ICE), símbolo de lo más avanzado de la tecnología alemana. Velocidad promedio: 250 kilómetros por hora (suficiente para ir desde Paysandú a Montevideo en una hora y media), sin que se mueva una moneda puesta de canto sobre la mesa de un compartimiento con características de cabina de avión.
En las ciudades que pasan rápidamente por la ventana, la gente aprovecha el calor inusual para el inicio del otoño sentándose en las mesas de las veredas de los cafés, corriendo por los parques o haciendo las compras semanales en los supermercados. En los campos, numerosos ciclistas y caminantes recorren senderos asfaltados y trazados en forma especial para sus actividades, los automovilistas se desvían por un rato de las autopistas para tomar una cerveza o comer un plato de caza en las posadas y hosterías, y embarcaciones deportivas de todo tipo circulan por los ríos y los canales. Un domingo normal, aunque no tanto, porque los alemanes deben elegir un nuevo gobierno y sobre todo, decidir si la actual jefa del Ejecutivo, la Canciller Ángela Merkel, inicia su tercer período al frente del país que gobierna desde 2005.
Más de una semana ha transcurrido desde el viaje realizado por este corresponsal y a causa de que Merkel y su alianza de partidos de centro-derecha, compuesta por la Unión Cristianodemócrata (CDU) y la Unión Socialcristiana de Baviera (CDU/CSU) no obtuvieron la mayoría absoluta, la economía más poderosa de Europa y una de las naciones con mayor peso político en el continente y en el mundo se encuentra técnicamente sin gobierno.
La esencia del sistema político alemán está en la formación de coaliciones, y aunque la canciller cuenta con los sufragios necesarios para mantenerse en el cargo, ello no implica que tenga el respaldo parlamentario para ejercerlo. En consecuencia, Ángela Merkel ahora está negociando con los partidos perdedores de la elección para obtener ese respaldo y todo parece indicar que, al igual que lo hizo en su primer período, compartirá el poder con el Partido Social Demócrata (SPD) de centro-izquierda. En los términos de la política latinoamericana o rioplatense, es como si los radicales argentinos se unieran para gobernar con los peronistas, o el Frente Amplio lo hiciera en Uruguay con el Partido Nacional; como si las ideologías dieran paso al pragmatismo, por el interés superior del país.
Si la madurez democrática de una sociedad y su desarrollo pueden relacionarse directamente, en la jornada electoral que presenció este corresponsal abundaron las explicaciones de por qué Alemania es una potencia mundial en tantos aspectos. La participación, que es voluntaria e incluso puede hacerse por correo varios días antes de que se instalen las urnas, superó el 70%, una cifra normal para Europa.
Nada de actos masivos ni calles ensuciadas por la propaganda; apenas unos discretos carteles con las caras de los candidatos, de menos de un metro de alto, adosados a algunas columnas del alumbrado o a las rejas de protección de los peatones, y las gigantografías sólo se vieron en las sedes centrales de los partidos. Ni largas colas ni custodia militar en los lugares de votación. En Fráncfort, por ejemplo, la mayor movilización policial del domingo 22 fue para un partido de la liga nacional de fútbol, la famosa Bundesliga, que también terminó en total tranquilidad. Entre los políticos, no hubo insultos a los contrarios ni promesas del paraíso, y la actitud de que ir a votar era una más de sus actividades diarias. La canciller, vestida con uno de sus tradicionales trajes de chaqueta y pantalón, llegó a sufragar a la Universidad Humboldt de Berlín con su esposo, el científico Joachim Saber --quien jamás da entrevistas sobre su esposa--, después del almuerzo.
El líder del SPD, el principal partido opositor, votó en Bonn, la antigua capital de Alemania Occidental, y a la salida dijo a los periodistas que iba a comprar unos libros y unos discos, para después pasar por una tienda de artículos de construcción, porque necesitaba unos estantes para su casa de Berlín.
Ya conocidos los resultados, no hubo fuegos artificiales, bocinazos ni caravanas de autos, y menos aún discursos altisonantes. Ángela Merkel expresó su alegría por la victoria, pero de inmediato la atemperó con una frase que bien podría ser la divisa con que ha gobernado hasta ahora: “Manejaremos la situación con responsabilidad y cuidado”.
Responsabilidad y cuidado en el manejo de los asuntos públicos parece ser también lo que buscaron los votantes al renovar la confianza en la canciller, que ha llegado a ser conocida popularmente como “Mutti” (mamá). Los vientos de crisis llegados desde el sur de Europa alarmaron a los alemanes, que además se indignaron por la posibilidad de que el dinero para resolver los descalabros financieros de los griegos o los españoles saliera de sus impuestos.
“Mutti” calmó las angustias y maniobró la política regional para que los manirrotos del sur pusieran sus casas en orden sin destruir el euro o deteriorar la economía de toda la Unión Europea. Así, Alemania permanece con 5,3% de desempleo, frente al 26% de España, y el endeudamiento de los hogares españoles figura entre los más altos del continente y del mundo, mientras que los alemanes tienen las menores deudas, porque, entre otras cosas, no hacen demasiado uso del crédito y las tarjetas. Los días transcurridos desde las elecciones alemanas sin la formación de una coalición gobernante tienen otro correlato: en un país desarrollado, el Estado puede seguir funcionando sin el gobierno, porque existen políticas de Estado que todos los partidos respetan, aunque dándoles los matices de sus propias ideas. Cuando “Mutti” por fin logre un acuerdo para recuperar el respaldo parlamentario, no será necesario despedir hasta el último portero de un ministerio, para reemplazarlo por los amigos, parientes o votantes de los políticos que le den ese respaldo.
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