Paysandú, Martes 15 de Octubre de 2013
Opinion | 10 Oct Las señales que provienen del primer mundo son todavía en alguna medida contradictorias respecto a la evolución de la economía, porque incluso hay heterogeneidad de situaciones en los países europeos, y en el caso de Estados Unidos, pese a contarse con signos alentadores de recuperación, sobre todo por un mayor consumo, la base de ese logro es un mayor endeudamiento público, lo que está lejos de ser lo más deseable.
Sin dudas que el motor de la economía mundial todavía está a media máquina, y la demanda de nuestros commodities proviene sobre todo de naciones emergentes como China, lo que significa que está lejos de despejarse la incertidumbre si se tiene en cuenta que es un mercado que a su vez depende de sus exportaciones a las economías ricas. El titular de la Secretaría General Iberoamericana, Cr. Enrique Iglesias, analizó para el suplemento “Economía y Mercado” la realidad mundial y sus posibles efectos sobre la región, sobre la que se ha derramado bonanza sin antecedentes en la última década, aunque ya el panorama del futuro inmediato presenta nubarrones por los factores apuntados.
Para Iglesias, en el caso de Uruguay “tenemos que cuidar lo que hemos logrado, que no es poco, aprender del pasado y estar en condiciones, como tomadores de políticas que se generan a nivel global, de enfrentar lo que puede venir”.
Evaluó además que “una de las consecuencias de la crisis global es la nueva redistribución del poder económico en el mundo que, entre otras cosas, se traduce en que América Latina sea la gran región emergente del mundo occidental. Sin embargo, debemos tener cuidado con el ‘latino optimismo’, porque las cosas ya no serán tan fáciles como en los últimos años”.
Seguramente esta última alusión al optimismo latino del secretario general iberoamericano es una forma rebuscada que refiere a la idiosincrasia latina de pensar solo en el presente, vivir el momento y tener la esperanza no siempre bien fundada de que mañana las cosas van a ser mejores, sin necesidad de pasar mucho trabajo hoy.
Es que precisamente la historia del subcontinente está plagada de ejemplos sobre este modo de ver las cosas, y que hicieron que se desaprovecharan períodos de vacas gordas sin las reformas estructurales y previsiones que fueran una medida anterior a las crisis que vinieron después, para las que bastó en muchas ocasiones una caída de la demanda o de los precios internacionales de las materias primas para desencadenarlas.
Es que cuando estamos ante economías frágiles, con serios problemas estructurales que hoy persisten, como la ineficiencia del Estado y una infraestructura con serias carencias, cualquier factor de este tipo puede hacer tambalear economías que precisamente solo viven el momento de auge, con buen efecto multiplicador, pero que decaen drásticamente por falta de sustentabilidad.
Felizmente, la región sigue transitando una década en que las cosas son muy favorables, pero como muy bien sostiene Iglesias, ya se presentan signos de alerta que sería de tontos desatender, por más que el peligro no sea inmediato.
Pero como advierte el economista compatriota, en toda América Latina, pese a que “en algún momento se advirtió que debíamos ahorrar aprovechando el ciclo favorable, solo unos pocos acumularon recursos en momentos en que a otros les podía resultar algo exótico. Era la oportunidad de hacerlo, previendo los momentos no tan buenos que podían venir”.
Es decir que en la región --y Uruguay no ha sido una excepción-- la constante ha sido la de adoptar políticas procíclicas, es decir aumentando el gasto público sin retorno a medida que ha ido creciendo la economía, y aún por encima del incremento de recaudación, dejando de lado la lógica del ahorro para tener margen de maniobra cuando la economía mundial no fuera tan amigable.
Y el problema al fin de cuentas no radicaría tanto en cuanto se ha gastado, sino en cómo se ha gastado, aunque no se hubiera ahorrado para la época de las vacas flacas. Por motivaciones ideológicas o por interés electoral de corto plazo, las más de las veces, el dinero no ha sido destinado a las reformas estructurales pendientes, a inversiones para dar sustentabilidad al crecimiento, para una real mejora en la educación, en la logística, en exenciones impositivas para incubar emprendimientos de riesgo.
En cambio se han puesto en marcha políticas sociales de neto sesgo asistencialista –justamente cuando se supone que el país mejora; basta imaginarse entonces las políticas que habrá que implementar cuando las cosas no vayan tan bien--, que atienden el momento y no tienen retorno en cuanto a sacar de la marginación y la exclusión a miles de familias que volverán a la misma situación de antes cuando no haya más dinero del Estado --de todos los uruguayos, en realidad-- para repartir.
Es también parte del “optimismo” latinoamericano con mezcla de ideología y electoralitis, una combinación poco recomendable para un país y una región en subdesarrollo en la que no se han hecho bien los deberes cuando se ha tenido la oportunidad de hacerlo al contarse con recursos y condiciones como nunca se tuvo antes.
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