Paysandú, Viernes 08 de Noviembre de 2013
Opinion | 01 Nov El de 14 años le extendió la mano al de 11, que se había arrojado a un aljibe para evitar los machetazos que aquél y otro de 11 le habían propinado de manera sorpresiva. Pensó que el ataque había pasado. Y le dio su mano. Pero fue un error fatal. Los dos agresores continuaron atacándolo con un machete y un cuchillo, y luego lo golpearon contra una pared de piedra, hasta provocarle la muerte. Lo tiraron dentro del aljibe y se fueron a jugar al fútbol. Todo esto ocurrió ante los ojos de una niña de 5 años, hermana del de 14, en el asentamiento Mario Benedetti, en Maldonado.
Este crudo crimen ciertamente conmovió --y aun conmueve-- a la sociedad uruguaya por el ensañamiento de los precoces homicidas, por la planificación para matar y por la determinación de continuar el ataque por varios minutos hasta que finalmente pudieron dar muerte a su víctima.
Ciertamente, la edad de los asesinos pone en un brete a la propia sociedad, que por un lado pide ejemplar castigo y por otro comprende que están en plena etapa de crecimiento, que no tienen la capacidad para hacerse cargo del crimen de la misma forma que lo puede hacer un adulto.
No obstante, las estadísticas son lapidarias: la cuarta parte de los homicidios en 2012 fueron cometidos por menores de edad. Esto equivale a 71 casos de los 289 homicidios registrados durante el año pasado. En el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, hay 82 menores recluidos por asesinatos. Nueve por homicidios múltiples.
Este crimen pone en el tapete el tema de la reducción de la edad de imputabilidad, de 18 años a 16. Hay un plebiscito pendiente, y eso será una de las cuestiones a resolver por la ciudadanía. En tanto, lo cotidiano golpea fuerte.
Sin dudas que el medio ambiente, la realidad familiar, una economía doméstica plena en carencias, incidieron en la violencia infantil desatada. Pero también es cierto en las clases económicamente protegidas hay bulling y que este crece sin pausa. Esto es, la violencia está en nosotros, por encima de situaciones sociales y económicas.
Siempre se pone mayor énfasis cuando ocurre en un escenario de pobreza y carencias, pero la realidad es que la violencia se apodera de la sociedad sin pausa y con prisa. Es ante eso que la misma sociedad debe levantarse. Frase que se ha usado muchas veces, pero la violencia sigue creciendo, incluso entre los niños. Hay quienes claman por mano dura; hay quienes piden educación y contención. Todos coinciden en que la violencia juvenil preocupa y mucho. Pero en unos días el horror de este caso también se olvidará. Hasta el próximo hecho de violencia. Ese es, precisamente, el peor pecado de todos nosotros. Hasta que no actuemos, nada cambiará. Y hay mucho --de verdad mucho-- por cambiar.
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