Paysandú, Domingo 17 de Noviembre de 2013
Opinion | 11 Nov Escenas propias de una película de Hollywood se vivieron en Paysandú durante la noche del jueves y la madrugada del viernes, cuando un grupo de reclusos se amotinó en la cárcel sanducera --perdón, Centro de Rehabilitación Paysandú-- con el detonante aparente de que un corte de energía programado de UTE se extendió prácticamente el doble de lo que había indicado el ente, y por lo tanto en la noche el establecimiento seguía sin electricidad.
Este desfasaje colmó la paciencia de este grupo de reclusos, que aparentemente tenían muchas cosas para hacer dentro de su esquema de rehabilitación, suponemos, y no encontró mejor forma de exteriorizar su disconformidad que amotinarse, empezando por golpear objetos contra paredes y otros métodos para hacer ruido, para luego optar por la rotura de los vidrios que dan hacia el patio.
Ello permitió que algunos presos salieran al patio del establecimiento y comenzaran a liberar a otros presos, lo que degeneró en que el motín se generalizara --no es fácil establecer responsabilidades cuando se llega al descontrol generalizado-- y a la vez desatar un incendio que tras ardua labor fue controlado luego por los bomberos.
En realidad no estamos ante un tema menor, desde que los presos durante varias horas se adueñaron del recinto carcelario, incluso tomando rehenes, en tanto ya los guardias por orden superior, con apoyo de otros efectivos, habían establecido un cerco perimetral y llegaron a disparar balas de goma contra los amotinados en momentos críticos del hecho.
Pese a contarse con la autorización del juez actuante, las autoridades policiales y por planteo de las máximas jerarquías de la Dirección Nacional de Cárceles, optaron por no ingresar al recinto y apelar a la reflexión de los amotinados, en una decisión que siempre es discutible porque no es poca cosa que un centro de reclusión quede en poder de los propios presos, que puede llegar a tener consecuencias inimaginables para la integridad física de los propios amotinados y la población carcelaria en general, para los efectivos policiales y para los vecinos, ante el riesgo de fugas y acciones delictivas de quienes en la desesperación de la fuga y la represión pueden generar actos de suma violencia.
Y si bien en la madrugada pudo llegarse a que los amotinados depusieran la medida de fuerza, los hechos dejan planteadas interrogantes, inquietudes y cuestionamientos en varios planos, porque no es una cosa menor que pueda darse en otro momento cualquier detonante, por leve que sea, si es que la falta de electricidad puede derivar en incendios, saqueos, destrucción masiva y amenazas.
Por lo pronto, no es de recibo ni mucho menos que porque falte electricidad se depriman al mínimo las medidas de seguridad en el recinto carcelario, con corte programado o no, porque el mantenimiento de la seguridad es el ABC de todo centro de reclusión, y lo menos que puede tenerse es un equipo electrógeno con alimentación dirigida a que estén en funcionamiento elementos primarios de vigilancia y seguridad, como luces, cerraduras, cámaras, como parece ser el caso, porque un corte de electricidad es un imprevisto que puede ocurrir en cualquier momento.
Estos aspectos están contemplados por ejemplo en el funcionamiento de un hospital o sanatorio, donde no puede concebirse que un quirófano se quede sin electricidad en plena intervención quirúrgica o en otros actos médicos en que se apela a la tecnología y equipos que requieren de un funcionamiento confiable.
Un centro de reclusión tiene otros aspectos de riesgo en juego, a los que se agrega la imprevisibilidad de las reacciones de los reclusos en determinadas condiciones o cuando aprovechan una oportunidad para generar motines como el que nos ocupa, pero es indudable que situaciones como la descripta figuran entre las posibilidades frecuentes.
Ello indica que hay falencias en medidas para la prevención, la disuasión y la detección de revueltas, así como acciones apropiadas para cortar de raíz tan pronto se generen, para evitar que pasen a mayores, como ocurrió el jueves.
Por supuesto, hay una infraestructura que denota no estar a la altura de las exigencias para un recinto de estas características, y así, en lugar de haberse invertido en su momento para contar con equipo electrógeno y otros elementos apropiados para seguridad, hoy deben volcarse mucho más recursos para reparar los graves daños generados en la revuelta y, lo que es peor, todavía con respuestas pendientes para que estos hechos no se repitan.
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