Paysandú, Miércoles 20 de Noviembre de 2013
Opinion | 14 Nov Es notorio que la economía venezolana no pasa por un buen momento, y sus crecientes dificultades no pasan por la “generosidad” que en determinado período tuvo el expresidente Hugo Chávez para generar protagonismo personal en el exterior, sino que las políticas económicas “socializantes” y buscadoras de rédito popular han sido un factor decisivo para seguir acumulando decisiones voluntaristas contraproducentes.
En las últimas horas el controvertido sucesor de Chávez, el presidente Nicolás Maduro, anunció que se ampliarán las rebajas de precios que habían sido aumentados ilegalmente, al tiempo que se limitarán los márgenes de ganancias del aparato productivo y se impondrán severas penas a la “especulación”.
El mandatario proclamó que “una vez que se apruebe la ley habilitante en la Asamblea Nacional, yo voy a colocar límites porcentuales a la ganancias del capital en todas las ramas de la economía del aparato productivo venezolano”, en el marco de un extenso mensaje emitido de manera obligatoria por radio y televisión.
Ya Maduro había solicitado el mes pasado a la Asamblea Nacional que aprobara una denominada “ley habilitante”, para gobernar por decreto durante un año con el objetivo de “combatir la corrupción” y lo que describe como una supuesta guerra económica de la oposición contra su gobierno.
Según el jefe de Estado, “voy a pedir normas y penas al máximo nivel que permitan la Constitución para este tipo de delitos, porque tenemos que equilibrar el funcionamiento de la economía”.
Por supuesto, estamos ante otro delirio del mandatario --bastante más peligroso que los pajaritos que le dicen lo que Chávez le comunica desde el más allá-- y pone de relieve que las cosas están mucho peor de lo que podía pensarse en la economía del país caribeño, cuyos gobernantes, ciegos de populismo toman el camino opuesto a lo que aconseja el sentido común, y en cambio la “república socialista bolivariana” se encamina hacia el despeñadero al tomar como ejemplo sistemas harto fracasados en los regímenes de producción colectivizada, como la ex Unión Soviética y sus satélites, que se derrumbaron en cascada por su propia inviabilidad.
Incluso en estos antecesores había por lo menos un esquema productivo y tecnología, además de un montón de mentes tan brillantes como dogmáticas al servicio del socialismo, tratando de hacer posible la utopía, con la que no cuenta ni por asomo Venezuela, un país que solo tiene gran disponibilidad de petróleo pero con un déficit enorme en su esquema productivo, prácticamente inexistente.
Por supuesto, los problemas de fondo de Venezuela no los inventaron Chávez ni Maduro, sino que éstos forman parte de una larga historia de gobiernos con gran corrupción y que se basaron en la enorme riqueza petrolera para hacer funcionar un país en el que los ingresos exuberantes por la exportación del crudo permitieron comprar todo lo que necesitaba el país en el exterior, sin tener que gastarse en promover esquemas productivos. Entonces era más fácil comprar hecho absolutamente todo, desde papel higiénico, hasta los alimentos, automóviles, etcétera, con las divisas que recibía el país por la exportación de petróleo, y así y todo la cosa mal o bien funcionaba.
Pero la historia de corrupción, de falta de inversión productiva, de fuentes de trabajo genuinas y ahora el mazazo de la “revolución bolivariana” para una economía devastada por nula producción, el dinero dilapidado en la superposición de planes fracasados del Estado y una inflación galopante, que es la mayor de América Latina por lejos, configuran una interrogante aún mayor ante el tenor de las respuestas que se necesitan.
No puede haber dudas que éstas no pasan por establecer férreos controles y subsidios en prácticamente todas las áreas, empezando por el control cambiario, ante un dólar negro que es de ocho vez la cotización del oficial, y precios que se reajustan prácticamente a diario por la vorágine inflacionaria, y que el gobierno procura contener a decretazo limpio. Por el contrario, los “parásitos burgueses, especuladores y saqueadores” que denuncia Maduro, no son más que la consecuencia natural de la aplicación de sus propias políticas, donde el Estado inventa un dólar ficticio, determina lo que las empresas necesitan para funcionar en base a su visión de la realidad, fija precios y ganancias y ataca todo aquello que le demuestre que están cimentando la economía del país sobre arena movediza. Nada de esto pasaría en una economía más liberal, y los hechos en Latinoamérica están demostrando que cuanto más controles y presencia del Estado en la economía, peor les va; empezando por el tembladeral en que se encuentra Argentina y terminando en la caída libre actual de Venezuela.
Sin dudas se impone un sinceramiento de la economía, como principio fundamental, que tendrá sus costos políticos iniciales, los que no parece dispuesto a querer pagar Maduro, aferrado a sus esquemas ideológicos.
Lo peor de este esquema es que se retroalimenta y exige cada vez más “profundizar la revolución”, arrastrando a Venezuela, miembro pleno del Mercosur, hacia el totalitarismo. Por lo pronto el presidente del “pajarico” ya ordenó el saqueo de los comercios que no se ajustan a sus lineamientos --aunque sean inviables--, algo inconcebible en una democracia.
Tanto nuestros gobernantes como los de los demás socios del bloque deberían estar observando muy de cerca lo que pasa allá en el Caribe, no sea cosa que terminemos apadrinando una dictadura disfrazada, aunque sea de izquierda.
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