Paysandú, Domingo 01 de Diciembre de 2013
Opinion | 27 Nov Además de ser parte del subcontinente sudamericano, Venezuela y Argentina integran el Mercado Común del Sur (Mercosur), por lo que quiérase o no, nuestro país está ligado de una forma u otra a estas economías. Sobre todo, naturalmente, a la de Argentina, que en otros tiempos fue el principal socio comercial pero que a la luz de las políticas de la Administración Kirchner fundamentalmente, ha llevado esta relación a un retroceso que aún hoy no parece haber llegado a un piso.
El punto es que el lazo común entre estos dos países es sin duda un gran voluntarismo y populismo trasnochado de los gobiernos de turno, que a la vez tienen un alto grado de corrupción interna y de confusión en sus ideas, y a la vez intereses electorales indisimulables que hacen que se busquen resultados en el cortísimo plazo, para tratar de salvarse en la próxima elección, emparchando situaciones y tirando la pelota hacia adelante.
Aunque en nuestro país más de un gobierno ha hecho lo mismo, sobre todo en algunos temas puntuales, en el caso de Venezuela y Argentina la cosa va mucho más allá, porque se ha hecho de la mentira y el autoengaño un modus vivendi que está generando una olla de presión con final previsible, aunque nunca se sabe de antemano el momento en que ocurrirá.
El afán de obtener réditos electorales llega a que se instalen regímenes autoritarios, y en el caso de Venezuela --en Argentina ocurre algo parecido-- se ha ingresado en la espiral de control desenfrenado de todo lo que se haga, apuntando sobre todo a presionar sin límites ni garantías a los empresarios, con amenazas y expropiaciones, porque son considerados “piratas” que se llevan “la riqueza” que le pertenece al pueblo.
Eslóganes y frases hechas que se repiten hasta el hartazgo y que todavía sirven para atrapar incautos, es cierto, aunque lo que hoy parece simpático y solidario es en realidad una bomba de tiempo y un paso más en el proceso de desquicio total de la economía, porque se ahuyentan los capitales y la inversión, que carece de las mínimas garantías jurídicas, donde la justicia está controlada por el Ejecutivo y al servicio de los antojos presidenciales. A su vez la inflación galopante aniquila lo último que pueda subsistir de estabilidad para el crecimiento económico, y sólo sobreviven y hasta se enriquecen algunos privilegiados o quienes gozan de determinados favores del poder.
En las últimas horas el despistado y delirante presidente venezolano Nicolás Maduro ha redoblado la apuesta a los controles en la economía, y es así que el sábado comenzó un censo de pequeños y medianos comerciantes en centros comerciales y otros puntos del país. Los comerciantes deberán informar al registro datos que van desde su nacionalidad, sus proveedores nacionales e internacionales, hasta el número de trabajadores que emplea.
Asimismo, en cadena de radio y televisión Maduro dijo que los descuentos “voluntarios” en algunos artículos y alquileres de locales comerciales que llegan hasta el 30 por ciento, eran reducciones que “llegaron para quedarse” y que no se está ante medidas coyunturales.
El gobierno sigue acosado por una inflación real del 56,4 por ciento acumulada en los últimos 12 meses y sostiene que la oligarquía y sectores empresariales inflaron artificialmente los precios para generar malestar entre los venezolanos y causar desorden en las calles.
Por cierto, el mandatario tiene el dudoso mérito de perseverar y profundizar el error en el camino del “socialismo bolivariano” que ha elegido y heredado del difunto presidente Hugo Chávez, enmendando medidas absurdas con otras más ridículas aún, con los ojos puestos --por lo menos así lo dicen-- en ejemplos del socialismo real que en el mundo sólo ha llevado pobreza y aislamiento a los pueblos que lo experimentaron.
Y este control administrativo de precios, expropiaciones, amenazas, regulación, e hiperinflación solo es garantía de más drama para el pueblo venezolano, con el contrasentido de que estamos ante una nación enormemente rica, que tiene mares de petróleo y que sin embargo debe importar combustible refinado porque ni siquiera tiene refinerías propias como para autoabastecerse de combustibles.
Tampoco cuenta con suficiente energía eléctrica y escasea el agua potable, además de un sinnúmero de productos afectados por la “regulación”, que es la mejor garantía de mercado negro y escasez, y la antítesis de lo que se debe hacer para sincerar una economía que hace agua por todos lados, pese a la riqueza de recursos naturales. Por supuesto que como se trata de un gobierno populista que pretende arrastrar a toda América Latina al precipicio donde se encuentra, de todas formas se da el gusto de derrochar la riqueza que le priva a su pueblo para comprar afinidades a través de negocios “solidarios” de dudosa rentabilidad en países como Uruguay, cosechando aplausos de la ceguera ideológica.
Es decir, que salvo un milagro de reproducción de los panes y de los peces –no los penes, como dijo Maduro--, Venezuela se precipita hacia un caos económico y social, un combustible peligroso en un país donde la violencia está a flor de piel y cualquier chispa puede iniciar una situación impredecible.
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