Paysandú, Miércoles 04 de Diciembre de 2013
Opinion | 28 Nov Las micro, pequeñas y medianas empresas --que concentran el 93% del total de empresas registradas en el país-- son uno de los motores importantes de la economía nacional y la generación de empleo.
El período de crecimiento registrado en la economía uruguaya en los últimos años ha incidido en el aumento de la cantidad de micro, pequeñas y medianas empresas, especialmente en el sector de servicios, a la vez de verificarse en el período una mejora en el porcentaje de emprendimientos que trabajan en la formalidad.
En todo el país están en actividad unas 140.000 micro, pequeñas y medianas empresas, lo que representa un incremento del 14 por ciento frente a las 120.000 que habían sido relevadas en 2008.
La mayor cantidad de micro, medianas y pequeñas empresas está en Montevideo (53%). Fuera de esta ciudad, Canelones tiene un 10%, seguido del litoral Sur (San José, Colonia, Soriano y Río Negro) donde se halla el 9%. Luego, se ubica la costa Este (Maldonado y Rocha) con un 7% y seguidamente el Litoral Norte (Paysandú y Salto) y centro (Durazno, Flores y Florida), con 6% respectivamente.
Dentro de un sector que es columna vertebral de la economía nacional --hay muy pocas empresas realmente grandes en nuestro país-- existen micro y pequeños emprendimientos que si bien en su conjunto son un aporte sustancial como creadores de riqueza y fuentes de empleo –generan el 67 por ciento del empleo en Uruguay--, se caracterizan por el común denominador de la precariedad del emprendimiento, el ser en buena parte prácticamente un trabajo que bordea la ilegalidad o está parcialmente en negro, y muchas veces con una viabilidad muy condicionada ante los vaivenes del mercado.
Precisamente el emprendedor, ya sea pequeño o grande, es en suma la antítesis de lo que la mayoría de los uruguayos tiene como meta, que es el empleo público bien remunerado, seguro y poco exigente.
Es plausible, en el marco de este razonamiento, que la Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas (Dinapyme), del Ministerio de Industria, Energía y Minería (MIEM), y la Universidad de la República (UdelaR) firmaran en las últimas horas un convenio de cooperación para el impulso de proyectos que promuevan el desarrollo de las PYME.
El objetivo de este convenio es precisamente tratar de incorporar profesionales y técnicos para la promoción del desarrollo y el fortalecimiento del tejido empresarial que responde a estas características, en el marco de otras acciones y normas que han sido aprobadas en los últimos años en procura de apuntalar el desarrollo de las micro y pequeñas empresas.
Pero debe tenerse presente que el mundo de las PYME es muy complejo y que en su gran mayoría no se trata de iniciativas que responden al espíritu emprendedor de quienes están al frente de estas empresas, sino que es producto de la necesidad en un país donde la oferta de empleo es muy escasa, pese a haber mejorado los niveles de desempleo, y el que hay disponible es de mala calidad y mal remunerado, en la enorme mayoría de los casos.
Así, los datos divulgados en el Reporte de Economía y Desarrollo (RED), titulado “Emprendimientos en América Latina”, financiado por el Banco de Desarrollo CAF, indican entre las principales conclusiones en base a relevamientos realizados en 17 ciudades de América Latina, “una parte significativa de los emprendedores impulsa su propio negocio unipersonal como alternativa al desempleo y no como opción de crecimiento”.
Lo confirma el director de Investigaciones Socioeconómicas de CAF, Pablo Sanguinetti, al señalar que el 75 por ciento de los emprendedores desarrolla sus microempresas como una forma de “subsistencia”, optando por un emprendimiento propio generalmente a partir del desempleo, y tienen ingresos iguales o inferiores a los de un asalariado --en este caso no hay Consejo de Salarios que valga, porque cada uno genera su propio “sueldo”--, en tanto el 25 por ciento emplea al menos a cinco personas.
Debemos recordar que en nuestro país, a partir de la crisis de 2002, con su secuela de desempleo y caída de la demanda, surgieron cientos de microempresarios, de empresas unipersonales, constituidas por personas que habían cobrado el despido, en el mejor de los casos, y que optaron por montar su pequeño negocio o artesanía para “ir tirando” y tratar de subsistir, a la espera de poder retornar en algún momento al círculo de asalariados.
En el caso de Paysandú, esta situación incluso se dio bastante antes, debido al cierre o reducción de personal de las grandes fábricas, por lo que no es un fenómeno nuevo, y la experiencia indica respecto a la suerte de estos emprendimientos, que se han dado diversidad de situaciones, porque algunos han sobrevivido hasta hoy y hasta han crecido, pero la mayor parte se ha quedado estancada o ha desaparecido.
El punto es que más allá de la capacidad o el espíritu emprendedor, la mayoría de las microempresas unipersonales nacen de la necesidad, muchas veces como un recurso extremo y con más voluntad que capacidad, y las más de las veces sin capital, por lo que es difícil que en un lapso más o menos razonable, por los magros ingresos, puedan integrarse al circuito formal pagando el monotributo, para tener cobertura social, lo que indica que es preciso seguir apoyando al sector por intermedio de varios instrumentos, algunos de los cuales ya están vigentes, detectar situaciones y eventualmente corregir y mejorar las herramientas, de forma de contribuir a la inclusión y a su desarrollo.
Por otra parte, sería importante que estos esfuerzos llegaran claramente al conocimiento de los microempresarios, que no siempre están debidamente informados ---lo que implica pérdida de oportunidades-- respecto a las posibilidades existentes en las diferentes “ventanillas” que otorgan capacitación y financiamiento. Un aspecto que las instituciones no deberían descuidar ni tampoco las gremiales empresariales.
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