Paysandú, Sábado 07 de Diciembre de 2013

Seguimos cada vez peor, y buscando excusas

Opinion | 05 Dic La difusión en las últimas horas de los resultados de las pruebas internacionales PISA para Uruguay, que intervino por cuarta vez en esta convocatoria, no han arrojado en realidad sorpresas, porque como es conocido por todos, la educación mantiene desde hace años un proceso de avanzado deterioro, pese a que hace pocos días el ministro de Educación y Cultura, Ricardo Erhlich, asombrara a propios y extraños cuando proclamó que hay indicadores “positivos” en cuanto a su evolución.
Sin embargo en esta una prueba que apuntó a las matemáticas, aunque comprendió también lectura y ciencias, el Uruguay no solo retrocedió en la comparación con el nivel de la enseñanza en un escenario de 65 países, sino que también se atrasó comparativamente respecto a sí mismo, lo que no puede dejar ninguna duda respecto a la tendencia. Es así que los números tiran por tierra toda argumentación de las autoridades de la enseñanza y del propio ministro Ehrlich, excusados en que las políticas se han dirigido más a la inclusión que a la calidad. La prueba PISA se aplica cada tres años en matemáticas, lengua y ciencias, sobre estudiantes de 15 años de edad, cualquiera sea el grado que estén cursando y el tipo de educación que reciban. El objetivo es medir si los alumnos han incorporado las habilidades que les permitirán tener oportunidades en la vida. El nivel de suficiencia equivale a los requisitos necesarios para obtener un buen empleo.
Debe tenerse presente que la prueba tiene un importante soporte técnico y es ampliamente respetada como instrumento de comparación internacional. Al participar Uruguay desde 2003, este período de diez años ya resulta suficiente para identificar tendencias, las que indican precisamente que la educación se va por el despeñadero, sin siquiera existir un diagnóstico para salir de este círculo vicioso que condiciona el presente y el futuro del país.
Precisamente en 2003, cuando Uruguay participó por primera vez, nuestro país había logrado los mejores resultados de América Latina, algo positivo aun teniendo en cuenta la floja performance de la región en el concierto mundial en cuanto a nivel educativo.
Es así que de 40 países que participaron en las pruebas PISA en 2003, Uruguay quedó en el puesto 34 en lectura, en el 35 en ciencias y en el 36 en matemáticas, en tanto en la edición 2006 hubo una caída relativa, en la de 2009 los resultados más o menos se mantuvieron y en la última, en 2012, son los más bajos desde que Uruguay participa en esta evaluación.
La diferencia radica en que a diferencia de Uruguay, aún los países que están muy mal mejoran, e incluso la distancia con Perú, que quedó último en la edición 2012, se redujo de manera contundente en la última década.
Sin embargo las autoridades educativas relativizan los resultados, descartando lo medular para centrarse en que si bien ha descendido el nivel, actualmente hay más adolescentes de 15 años cursando estudios, debido a una mayor inclusión, es decir incluyendo a gente que antes estaba afuera del sistema. La razón de esto es que la apuesta habría sido más a la cantidad que a la calidad, aspectos estos que sin embargo no deberían ser incompatibles, si las cosas anduvieran más o menos bien.
Pero la enseñanza debe ser mucho más que la de una mayor participación, bajar la deserción y aumentar el número de egresados bajando las exigencias, que es ni más ni menos que hacerse trampas al solitario, sobre todo cuando al asumir su cargo el 1º de marzo, el presidente José Mujica había proclamado que el Uruguay requería “educación, educación y educación”.
Al cabo de cuatro de sus cinco años de gobierno, sin embargo, no solo no se ha avanzado un ápice en la calidad educativa, sino que se ha retrocedido a ojos vistas, y lo que es peor, ni siquiera se han ensayado posibles soluciones; primero, porque ni siquiera hay una diagnóstico de la situación. Tampoco se sabe a ciencia cierta hacia dónde se quiere ir y peor aún, los que llevan la batuta en materia educativa son los gremios de docentes, contra los cuales “no se puede”, según reconociera resignado el propio mandatario.
Ello habla a las claras de que el barco sigue sin rumbo, porque las cosas deben arreglarse con soluciones en aras del legítimo interés general, en lugar de solo satisfacer las demandas de más y más dinero de los docentes y funcionarios, sin contrapartida de resultados, como si todo lo demás viniera solo.


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