Paysandú, Domingo 15 de Diciembre de 2013
Opinion | 11 Dic A más de diez mil kilómetros de distancia, y en el frío invierno europeo ya instalado en los hechos --pese a que el almanaque todavía indique el otoño en el hemisferio norte--, se está registrando una protesta popular en Ucrania, que en su momento integraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en rechazo a la decisión del gobierno de Nikolai Azarov de mantenerse atado a Rusia y rechazar un acuerdo para integrarse a la Unión Europea, como reclama la enorme mayoría de la población de Ucrania.
Este puede parecer un hecho menor, que debe dilucidarse internamente por la ciudadanía ucraniana, como efectivamente debe ocurrir, pero no es más que un resabio de la férrea dominación soviética en una región en la que el Partido Comunista impuso a sangre y fuego, durante más de sesenta años, la impronta de una tiranía que sojuzgó a poblaciones de varias etnias integrantes de numerosas naciones, aplastadas y obligadas a integrarse a la nueva “esperanza” del liderazgo de la presunta revolución popular mundial, que era la Unión Soviética.
Ya todos sabemos lo que ocurrió con la ex URSS y con otros países del exsocialismo real, tras hechos que marcaron una dictadura defendida a sangre y fuego, con hitos como fueron la masacre perpetrada por Moscú contra Hungría en la década de 1950, la posterior Primavera de Praga y la más reciente reunificación de las dos Alemanias, que fue la piedra fundamental para la posterior caída en cascada de los países comunistas de detrás de la Cortina de Hierro.
Pero las protestas masivas, de un millón de personas en las calles de la capital ucraniana Kiev, contra su gobierno y contra Moscú, no corresponden a un nuevo intento de sacudirse el yugo comunista, porque felizmente para estos pueblos ese nefasto período ya pasó, sino que se trata de un conflicto de intereses, de viejas rivalidades y del sentimiento que todavía subyace en Ucrania como hermano despreciado por Rusia.
En este caso Ucrania tiene fuertes lazos con su vecino, de cuyo gas dependen tanto este país como otras naciones de esa región, y ni lerdo ni perezoso el gobierno de Moscú, con Vladimir Putin a la cabeza, puso entre la espada y la pared al gobierno ucraniano, con veladas amenazas si Ucrania se integra a la Unión Europea.
La población ha asumido plenamente cuál es el juego ruso y reclama a su gobierno una postura digna ante los embates de su gran vecino, que si bien no forman parte de una invasión ni escalada “retro” comunista, sí forma parte de un juego de intereses y conflictos históricos que han recrudecido a partir del sentimiento proeuropeísta de la mayoría de los habitantes de Ucrania, hartos de los desplantes y soberbia del “hermano mayor”.
Y con un millón de personas en la calle, a despecho de las nevadas del crudo otoño de aquellas latitudes, el gobierno de Azarov se aferra al poder, pese a que las protestas pueden terminar en un baño de sangre en tanto algún extremista gane la calle y protagonice actos de violencia, como se teme.
Por lo pronto han resurgido ya brotes anticomunistas de grupos que recuerdan todavía con horror no exenta de ira y ansias de revancha la represión sufrida durante décadas, y es así que decenas de personas, con los rostros cubiertos, rodearon la última estatua de Lenin que existía en Ucrania, la rodearon con una cuerda de acero y la ataron a unos árboles cercanos para derribarla al grito de “al suelo, miseria comunista”. Es que Lenin es una figura detestada por los nacionalistas ucranianos, que ven en ella un símbolo de la sumisión de su país a Moscú durante la época de la Unión Soviética.
Sin dudas que debe ser muy difícil para Azarov pretender desconocer esta masiva protesta popular que busca acercar al país hacia la Unión Europea y desligarse de la atadura a Moscú, más allá de que en su fuero íntimo debe saber que la razón está del lado popular, ante una conflictiva relación histórica.
Pero es de desear que la sangre no llegue al río, que la razón y el sentido común se impongan sobre la violencia y que se tiendan canales de entendimiento en un país que demasiado sufrió en la época de la tiranía soviética, aunque el destino quiso que siga dependiendo de la energía que le suministra Moscú, como el factor que ha hecho que el gobierno cediera a la presión de descartar el acercamiento a la Unión Europea.
Sin embargo la historia ha demostrado que es muy difícil establecer por mucho tiempo una barrera de contención al sentir popular, que ya ganó en su momento una batalla que se creía imposible, al sacarse de encima el yugo comunista una tras otra las naciones que lo sufrieron durante tanto tiempo.
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