Paysandú, Martes 17 de Diciembre de 2013
Opinion | 15 Dic Recientemente el presidente José Mujica expresó su preocupación ante la posibilidad de que se registre un contagio de los saqueos y levantamientos policiales que comenzaron en varias provincias argentinas hace unos diez días y que en medio del caos han derivado en la muerte de varias personas, numerosos destrozos y daños materiales incalculables.
Según el mandatario uruguayo “a veces los fenómenos que ocurren allá, acá se tienden a imitar. Es algo que ocurre en la civilización del twitter y de mucho teléfono portátil que permite organizar esas cosas”, para acotar que siempre se está en guardia con lo que se tiende a imitar.
A la vez aseguró que en caso de que el “contagio” ocurra, en Uruguay “no habrá un vacío de poder” como en Argentina, porque “siempre han existido mecanismos previsores y velocidad de respuesta”, en tanto consultado acerca de cuáles son esos mecanismos, respondió que cuando en Uruguay hubo paros y huelgas policiales durante los gobiernos colorados y blancos inmediatamente el Ejército patrulló las calles. “Estos mecanismos siempre están aceitados y previstos”, indicó, para acotar que “cuando uno ve las barbas de su vecino arder debe poner las propias en remojo”.
Por cierto no habla bien de la Policía que aquellos en quienes el Estado deposita la misión de vigilar, disuadir y reprimir, de un momento para otro abandonen su tarea, como si un médico cirujano dejara al paciente a media operación en el quirófano por acompañar una medida gremial.
Evidentemente estos saqueos masivos, esta desconsideración hacia el prójimo, el “todo vale” porque nosotros somos los buenos y pobres --muchos confunden estos términos como sinónimos-- y ellos los acaudalados explotadores --ídem--, y por lo tanto es válido arrebatarles lo que obtuvieron con el sufrimiento de los demás --interpretación popular--, no es una reflexión y actos consecuentes que han surgido de la nada, ni se debe a que ahora la gente se comunica por celular.
El efecto “contagio” a que refiere Mujica, como eventual derivación de imitar en esta orilla lo que se hace en la otra, es de recibo, pero no porque sí, sino porque también en nuestro medio se han desvirtuado los valores, cada vez más se desdibuja línea divisoria entre lo correcto y lo que no es, lo legal o lo ilegal, y hasta el propio presidente se ha encargado de decir que lo “político está por encima de lo jurídico”, es decir cuestionando nada menos que el estado de Derecho cada vez que desde su óptica particular entiende que la ley es injusta.
Debemos tener presente que desde hace varios años, a partir de la Administración Kirchner en la Argentina y los gobiernos de izquierda en el Uruguay, se han desarrollado políticas que han hecho hincapié en que la postergación que sufren algunos sectores de la sociedad se deben a que unos pocos se “llevan” la riqueza y que no la devuelven en la medida en que deberían.
De esta forma se transmite, quizás sin intención de hacerlo, que siempre hay margen para sacarle algo más al que “durante décadas” se enriqueció a costillas del pueblo; y en el caso argentino hasta desde el propio gobierno se alimentan indirectamente acciones como estos saqueos.
La salvedad está en que quienes así actúan no son tanto los “postergados” sino delincuentes consumados, inadaptados y sectores marginales que nunca han trabajado ni les interesa adquirir hábitos de trabajo, y se llevan no solo alimentos y lo que puedan necesitar puntualmente para el consumo diario, sino televisores plasma y otros electrodomésticos de los supermercados saqueados. Y es en este punto donde el mensaje de los gobiernos juega un papel importante, porque la culpa pasa a ser del “consumismo” que nos impone el “capitalismo”, que lleva a los pobres a desear lo que no pueden obtener legalmente.
Sin embargo, de esta forma lo único que se fomenta es la cultura del odio que se traduce en intolerancia, donde el que piensa distinto es “fascista”, así se trate de un grupo ecologista reclamando leyes contra el fracking para defender el agua subterránea, con la consecuencia previsible de la violencia manifiesta.
Por lo tanto, el caos que hoy vive la Argentina no sorprende. Los uruguayos sabemos a lo que se puede llegar cuando constantemente desde el gobierno se arenga contra “los otros”; lo vivimos con los cortes de puentes por el capricho contra las “pasteras”; con las amenazas de sabotaje y hasta “acciones” en Fray Bentos y el puente de Paysandú, o el patoterismo con que se manejan las relaciones internacionales. El caldo de cultivo estaba; más vale aprender de lo que está pasando al otro lado del río y poner las barbas en remojo.
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