Paysandú, Lunes 30 de Diciembre de 2013
Opinion | 23 Dic La soberbia ha sido planteada por algunos autores como el más serio de los siete pecados capitales e incluso encabeza la lista de los males que aquejan a la humanidad.
Desde los albores del cristianismo hasta hoy, poco o nada ha cambiado. Sigue siendo la base que sostiene los pilares de algunas formas de construcción de sociedades modernas. En el campo político, social, económico o cultural se encuentran conductas que llevan al convencimiento de que cada vez es más difícil ser humilde, confrontar opiniones respeto a las diferencias sin menospreciar o agredir a quien tenemos enfrente.
Descalificar a partir de la razón propia y utilizar adjetivos de fuerte contenido, continúan marcando a una sociedad que recibe mensajes contra la violencia y a favor de cultivar valores por parte de referentes que –en la práctica-- no aterrizan ese discurso.
Es así que esa forma de actuación se lleva a todas partes y se observa con pasividad desde el llano hasta “casi” permitir, sin quererlo, que determinadas conductas se vuelvan habituales. En la política son cada vez más comunes las respuestas de alto contenido, sin importar la imagen que generen en el ciudadano y reconocer un error se ha vuelto algo imposible de superar.
Es soberbia también trasladar la responsabilidad de un hecho consumado y constatado a quien lo ha hecho visible e instalado en la opinión.
Y en este aspecto hay varios botones de muestra: los resultados en la educación, la respuestas en la atención sanitaria, la seguridad ciudadana, el aumento de la violencia en la sociedad o la desprolijidad en el manejo de asuntos relevantes que en las últimas horas hizo correr un frío por las espaldas del gobierno, que ya no son tan anchas.
Pero la soberbia de algunos, a pesar de los ojos llorosos ante otros, parece anquilosada en su alma y lejos de transformarse en un aprendizaje, transmuta para aparecer bajo otras formas caprichosas.
Explicaciones incongruentes, traslado de responsabilidades y culpabilización de otros han hecho que la arenga sea la misma una y otra vez. La soberbia, que también es camaleónica, ha perdido la memoria y le cuesta recordar un pasado bastante reciente, donde algunos hechos similares y otros diferentes, se manejaban bajo otros discursos que ahora se pretenden anular.
O como escribió el genial Francisco de Quevedo: “Nada consigue la soberbia, menos que lo que pretende; más su fin es ser reverenciada, y siempre al principio y al fin es aborrecida. Nadie está seguro del soberbio, y por eso el soberbio no está seguro de nadie. La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió”.
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