Paysandú, Domingo 05 de Enero de 2014
Opinion | 30 Dic Tras atravesar una oleada de comentarios en las redes y medios de comunicación en general hasta llegar a la opinión pública, finalmente se han acallado las voces que repetían a los cuatro vientos la designación de Uruguay como “país del año”, bajo el argumento de que desarrolla “su receta de la felicidad humana”.
Ese mismo rango de observaciones se trasladaron más tarde a otros aspectos, hasta llegar a establecer –por ejemplo-- un “riesgo muy alto de conflicto” en Argentina, Bolivia o Venezuela.
En el caso uruguayo se apuntó a tal designación por la adopción de determinadas iniciativas que no involucran a una mayoría, sino a colectivos rezagados que reclamaban por derechos en la diversidad sexual, pero en cuyos argumentos mezclan la regulación del mercado del cannabis y la vida espartana que lleva adelante el presidente José Mujica.
Posteriormente, otro diario internacional destaca al Uruguay “laico” que festeja el “Día de las Familias” en vez de la Navidad, además de la Semana Santa --que ha adoptado otras denominaciones-- y cuya historia data de 1919 cuando la Constitución separó al Estado de la Iglesia, pero que descubrieron ahora.
No obstante, es interesante destacar la influencia que tienen tales definiciones por estas tierras y sobre todo quienes esgrimen sus comentarios.
Ahora habrá que observar si esos mismos que repitieron tal designación aceptan que en los tres países latinoamericanos, donde se desarrollan gobiernos populares y nacionales, exista una grave inestabilidad, producida por malos gobiernos que provocaron una erosión en las instituciones.
En realidad, hay que tomar tales apreciaciones como de quienes vienen. A veces hay que vivir en esos países para saber si algo es tanto o tan poco y nadie como sus propios ciudadanos para medir el riesgo en sus países. Ni la espectacularidad de uno ni la “grave inestabilidad” en otros establecen una medición real. Todos los aspectos van –inexorablemente-- de la mano de la fuerte carga cultural de sus habitantes, costumbres, tradiciones y forzosas comparaciones con su pasado. Un pasado del cual ninguna opinión externa ha formado parte.
Por eso hay que ser respetuosos de todas las realidades y cuidadosos de la imagen que se proyecta de las naciones involucradas y sus efectos negativos sobre asuntos económicos o turísticos.
En el caso uruguayo hemos salido favorecidos, pero debemos acostumbrarnos a que esas imágenes positivas han sido demasiado cambiantes como para repetirlas hasta el hartazgo.
Y hay que acostumbrarse también a todas las opiniones en un mundo tan mediatizado, pero no adoptarlas como un sino. O sea, como diría el presidente: “ni fu, ni fa”.
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