Paysandú, Lunes 06 de Enero de 2014
Opinion | 02 Ene Con ritmo sostenido, pero naturalmente en base a las posibilidades que se derivan de la disponibilidad acotada de recursos, se está llevando adelante la restauración de la histórica Basílica Nuestra Señora del Rosario y San Benito de Palermo. El templo fue reconstruido en el Siglo XIX sobre los escombros del original, que fuera derribado a cañonazos durante el sitio de Paysandú en 1865, y por lo cual fue declarado Monumento Histórico Nacional, lo que quiere decir que es un bien a preservar por todos los uruguayos al ser parte de nuestra rica historia.
Este mes, una vez finalizada la licencia de la industria de la construcción, se abordará la instalación de un nuevo sistema eléctrico, para reemplazar el antiguo cableado, con su vida útil superada hace ya décadas y afectada naturalmente en sus aislaciones y otros elementos por las humedades de la centenaria construcción. En este caso la inversión será del orden de los 120.000 dólares, cubierta en base a donaciones voluntarias de la sociedad sanducera y de la Congregación Salesiana, en la medida que no existe colaboración del gobierno nacional para la reparación de este monumento.
Mientras tanto, hay todavía por delante muchos trabajos para complementar la ciclópea tarea de restauración del preciado bien, desde que es necesario por ejemplo el repintado de toda la basílica, a cuyos efectos estuvo recientemente en Paysandú la profesora Virginia Santamarina Campos, restauradora española de reconocida experiencia internacional, acompañada del arquitecto Fernando Collet, integrante del estudio profesional que lleva adelante la restauración. Se trata naturalmente de una tarea muy delicada y por cierto que la profesional española estuvo efectuando cateos en todo el edificio, a efectos de su posterior análisis en el laboratorio y por lo tanto identificar los materiales y técnicas más apropiadas para encarar el formidable desafío de devolver a la basílica su esplendor original en cuanto a la calidad de los interiores.
El trabajo que le ha precedido no ha sido menos importante ni delicado: nada menos que la erradicación de humedades y recuperación del enorme techado y paredes, que es un aspecto básico para el sellado contra futuras humedades y por lo tanto para la calidad de la superficie y preservación de la tarea que se avecina.
Para acometerlo se carece de fondos, y la apuesta se centra nuevamente en la colaboración y espíritu solidario de población e instituciones sanduceras, a cuyos efectos se han abierto respectivas cuentas en pesos y en dólares en el Banco de la República, además de recibirse las contribuciones en la propia secretaría parroquial.
Pero hasta aquí lo que hemos visto es solo el esfuerzo y la contribución de los sanduceros, a partir de la propia congregación, que enajenó terrenos para poder llevar adelante los trabajos que se han desarrollado hasta ahora, pero no debemos perder de vista que se trata de un patrimonio histórico nacional, y que por lo tanto su preservación no solo es de interés de los sanduceros, sino de los organismos pertinentes del gobierno nacional, empezando naturalmente por el Ministerio de Educación y Cultura, que ha sido el gran ausente en esta cruzada por restaurar la emblemática basílica derruida durante el holocausto de Paysandú.
Lamentablemente, la constante en todos los gobiernos ha sido la de solo tener en cuenta particularmente la historia que se ha generado dentro de los muros de la ciudad de Montevideo, y el papel de la Cenicienta ha sido reservado para todo lo que sean bienes inmuebles ubicados al norte del Santa Lucía, con muy pocas excepciones.
Así, nos imaginamos que si hubiera una cruzada similar para recuperar, a modo de ejemplo, la Iglesia Matriz de Montevideo, aparecería como por arte de magia el dinero de todos los uruguayos, volcado a través de organismos nacionales, para recuperar un monumento histórico “nacional” (asimilado como tal por los capitalinos exclusivamente a lo que ocurre en Montevideo). Pero no es ese el criterio seguido para la basílica sanducera, como tampoco han aparecido los fondos del gobierno central en auxilio del gran esfuerzo que se realiza en Paysandú por recuperar el también histórico edificio del Teatro Florencio Sánchez.
Mientras tanto, sí han aparecido los cuarenta, cincuenta ó sesenta millones de dólares --lo que termine costando-- que decidió volcar Antel a la construcción del denominado Antel Arena, en Montevideo, en lugar del incendiado Cilindro Municipal, porque la desfinanciada Intendencia capitalina no tiene fondos para encarar una obra de esta envergadura, y no cabe en la cabeza de los directivos de organismos nacionales que su Montevideo no cuente con un escenario de estas características. Como aparecieron también en su momento los recursos para reconstruir a todo lujo el Auditorio del Sodre, otro organismo presuntamente nacional que financiamos todos los uruguayos, pero que concentra prácticamente el cien por ciento de sus instalaciones y servicios en Montevideo. Por cierto que estamos ante una omisión flagrante de las autoridades nacionales, que necesitan por supuesto “sensibilización” para que participen en la cruzada por recuperar la basílica sanducera, para lo que es preciso encarar las gestiones del caso por representantes de fuerzas vivas locales, autoridades departamentales y legisladores, de forma de lograr que podamos recuperar antes y de la mejor forma posible el mayor símbolo histórico de la heroica Paysandú.
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