Paysandú, Martes 07 de Enero de 2014

Hundidos en un mar de petróleo

Opinion | 04 Ene Tras una década de bonanza inédita en América Latina, por un escenario internacional favorable y ampliamente receptivo en precios y demanda para las materias primas de la región, se puede trazar una raya para determinar si los ingresos adicionales han permitido mejorar la calidad de vida y el perfil económico-financiero de los países de la región, no solo por un mayor Producto Bruto Interno (PBI) sino por una mejor redistribución de ingresos, la creación de infraestructura, reducción de las vulnerabilidades y para aportar a la vez desarrollo al crecimiento coyuntural.
Y el saldo no es halagüeño, aunque hay situaciones distintas, porque el común denominador ha sido el de atender urgencias y buscar réditos inmediatos mediante transferencia de recursos desde el Estado, a través de políticas voluntaristas, que sólo sirven para maquillar situaciones en el corto plazo y que a su vez condicionan la sustentabilidad tan pronto cambie el signo económico del escenario internacional.
Y entre los países que no salvan la nota, ante la mediocridad de las políticas a que nos referíamos, entre los populismos y voluntarismos, tenemos en primer lugar a Venezuela, una nación que está asentada sobre un mar de petróleo, pero que no solo no ha logrado avances de tipo alguno en lo productivo, sino que sigue siendo uno de los países con mayor desigualdad, con millones en la pobreza y la indigencia, pese a las políticas social-“bolivarianas” implantadas desde el advenimiento del desaparecido expresidente Hugo Chávez. Todo eso pese al altísimo valor del crudo, y a que Venezuela cuenta con una de las mayores reservas en el mundo.
Es así que recientemente la consultora Moody’s investors service rebajó la calificación crediticia soberana de Venezuela y advirtió que podría recortarla nuevamente debido a lo que considera como el creciente riesgo de un colapso financiero y económico en el país.
Moody’s fue la segunda agencia que rebajó la nota del país en pocos días, luego de que Standard & Poors redujera su calificación sobre los bonos venezolanos por la radicalización de la política económica y por la reducción en sus reservas internacionales.
Moody’s explicó que rebajó la calificación de Venezuela en moneda local y extranjera a Caa1 desde B1 y B2, respectivamente, mientras el panorama de la nota sigue siendo negativo.
“La rebaja refleja la opinión de Moody’s de que Venezuela enfrente desequilibrios macroeconómicos cada vez más insostenibles, incluyendo una inflación galopante y una fuerte depreciación del tipo de cambio paralelo”, indicó la agencia en un comunicado, para acotar que “a medida que las políticas del gobierno han exacerbado estos problemas, el riesgo de un colapso económico y financiero ha aumentado considerablemente”.
Entre los aspectos más salientes de los desajustes, figura la más alta inflación del subcontinente, una tasa de cambio en el mercado negro diez veces superior al oficial, escasez generalizada de bienes, disminución del superávit de cuenta corriente, reservas internacionales “peligrosamente” bajas y un “anémico” crecimiento de 1,4 por ciento durante los tres primeros trimestres del año, en tanto que un fuerte aumento de los rendimientos de la deuda soberana en Venezuela a más del 15 por ciento a comienzos de diciembre, desde menos del 10 por ciento a mitad de mayo, “sugiere que la capacidad del país de acceder a los mercados ha sido severamente disminuida”.
Este panorama alcanzaría para justificar plenamente las aprensiones sobre la marcha de la economía y la realidad socioeconómica venezolana.
Pero más preocupantes aún son las políticas que ha ensayado hasta ahora el gobierno de Nicolás Maduro, el que ha profundizado los intentos por consolidar el control estatal sobre la economía, fijando precios administrativos hasta para las cosas más inverosímiles, y lo que es peor aún, alentando las “expropiaciones” y saqueos a supermercados, porque los empresarios “enemigos de la revolución”, según su particular óptica, se solazan poniendo los artículos fuera del alcance de la población.
Es decir, puro delirio y ceguera ideológica, voluntarismo y desconcierto, porque se va contra las leyes de la economía, contra el sentido común, contra la propia población y siempre echándole la culpa a otros para justificar su propia incapacidad para identificar donde están los problemas y acometerlos con ingenio, reconociendo errores, sin fanatismos y anteojeras ideológicas.


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