Paysandú, Martes 14 de Enero de 2014
Opinion | 10 Ene El robo de un manto de bronce del Monumento a Perpetuidad se suma a otros muchos ataques al patrimonio de la ciudad, que nunca fueron resueltos y que, pese a esos antecedentes, no han generado las medidas de seguridad imprescindibles para cuidar lo que va quedando. Cada vez menos, a fuer de ser sinceros.
Desde el Monumento a la Madre hasta el busto a Gabino Ezeiza, pasando por la pistola de chispa del Brigadier Lavalleja, la lista es larga y parece interminable.
Hace muchos años que Paysandú sufre el ataque a su patrimonio de manera continuada, desde los espacios públicos a sus museos. Y estos ataques sobrepasan una administración en particular, sino que de hecho han sido perpetrados en las últimas sin excepción.
Es indudable que, en el caso de los museos por ejemplo, los sistemas de seguridad necesarios son costosos. También es cierto que el ciudadano común está más preocupado porque le arreglen el pozo en la calle frente a su casa que en acondicionar los museos para evitar los robos.
Pero hay que tener en claro que se trata nada menos de un acervo que ha sido reunido durante décadas, y que en realidad expone la historia de este lugar. Si bien es cierto que un concepto considerado moderno en la gestión de museos sostiene que deben colocarse carteles contando la historia en lugar de exhibirla a través de los objetos que fueron sobreviviendo a aquellos días, no quedan dudas que el sistema tradicional es ciertamente el mejor.
Pero si ese acervo se ha ido perdiendo año tras año, la ciudad se viene quedando sin los objetos que hicieron historia. Y pasan los gobiernos departamentales, sufren los robos, pero no se toman medidas de fondo.
Y hay varias. La primera, elemental, un inventario detallado y completo que --hasta donde se sabe-- no existe. A este debe agregarse un registro fotográfico de cada pieza. Estos son los recaudos elementales.
Pero hay que ir más allá, porque con esto solo obviamente no alcanza. De la misma manera que en varias reparticiones municipales hay guardias de seguridad las 24 horas del día, los museos los deben tener. Y buenos sistemas de alarma, que a su vez permitan el accionar directo desde la central de la empresa que las administra. O al menos, un sistema de videovigilancia, cuyo costo es ínfimo tanto en equipos como en instalación, y al menos permitiría saber quién o quiénes son los que impunemente roban y destruyen el patrimonio sanducero. Es cierto que todo cuesta dinero, vaya novedad, pero mucho más cuesta la desidia de no tomar las acciones que se necesitan con la rapidez que imponen para preservar nuestro patrimonio. Hay mucho en juego con cada pieza que desaparece, y lo principal: nuestra propia identidad. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para hacer algo?
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