Paysandú, Lunes 20 de Enero de 2014
Opinion | 13 Ene Recientemente ha sacudido a los medios informativos internacionales y a la opinión pública mundial el asesinato de una ex miss Venezuela y su esposo ante su hija de 5 años, lo que además no aparece como un episodio aislado sino como una manifestación más del aumento notorio de la criminalidad en Venezuela, pero que además no puede evadirse de un contexto de intolerancia y violencia en varias naciones del subcontinente.
El analista internacional Andrés Opppenheimer, en su columna del diario El País, al comentar el episodio, subraya que “muchos nos preguntamos si la epidemia de crímenes que sacude al país no está siendo al menos parcialmente generada por un discurso gubernamental que glorifica la violencia. No hay duda de que los altos índices de criminalidad de Venezuela se deben principalmente a la corrupción policial, la debilidad del sistema judicial, y un sistema carcelario disfuncional. Además, el deterioro del sistema educativo y los subsidios gubernamentales para los jóvenes ha creado una generación que ni estudia ni trabaja --los famosos “ni-nis”-- que muchas veces se dedican a delinquir”.
Advierte sin embargo que “Venezuela no se diferencia mucho de algunos otros países con altas tasas de criminalidad. Pero en Venezuela hay una gran diferencia: durante los últimos quince años, desde que el difunto presidente Hugo Chávez asumió el poder, el gobierno ha empleado una retórica incendiaria que glorifica la violencia”, y recordó que “el propio Chávez asumió un nuevo mandato en el 2007 al grito de “¡Patria. socialismo o muerte!”. El ex militar convirtió a ex golpistas y guerrilleros en “mártires”, promovió la creación de “milicias populares” constituidas por civiles armados, y pidió el apoyo del pueblo para librar una “guerra” contra la “oligarquía fascista”.
Así, “en el discurso oficial venezolano, los simpatizantes del gobierno no son partidarios, sino “combatientes”. Los empresarios no son hombres de negocios, sino miembros de “la burguesía parasitaria”. Los adversarios políticos no son rivales, sino “escoria” y “apátridas”, en tanto el presidente Nicolás Maduro ha continuado --y a veces exacerbado-- el discurso del odio. En noviembre, Maduro llamó a la “ocupación” de supermercados que supuestamente no cumplían con los controles de precios ordenados por el gobierno, generando una ola de saqueos. Hasta los militares fueron vistos cargando sus motocicletas con plasmas”.
Algunos de estos elementos particulares de Venezuela que resume Oppenheimer, sin embargo, son recreados en otros países con gobiernos de corte “progresista” mediante un sin fin de justificaciones y de incitación implícita al uso de la violencia para obtener objetivos “justos” para una mejor redistribución de la riqueza, de la que en esta particular visión ideológica se apoderan algunos en forma ilegítima en desmedro de las “clases populares”, explotadas por lo que más tienen.
Ergo, sostienen que ante esta injusticia está bien arrancarles por la fuerza lo que otros tienen de más y se haga justicia por mano propia, con un alto grado de tolerancia hacia quienes llevan adelante estas prácticas.
Ocurre que una vez lanzado este mensaje, la máquina se vuelve contra el inventor, que luego se siente amenazado por la generación de caos en su gobierno y pretende imponer cierto orden en una situación que contribuyó a generar con las arengas de justicia popular por encima de la ley y el ordenamiento institucional, como hicieron en su momento los movimientos guerrilleros terroristas de izquierda que se alzaron en armas contra las democracias “formales” en varios países latinoamericanos, incluyendo al Uruguay.
Todos sabemos lo que pasó con estos alzamientos que de “populares” nunca tuvieron nada, sino que fue una elite de intelectuales y carne de cañón reclutada que sembró violencia y destrucción y le dio a los militares la excusa que necesitaban para apropiarse del poder e imponer las dictaduras que luego fueron condenadas por quienes las trajeron y se colocaron como las únicas “víctimas” de la contraparte exacerbada en la represión.
En el escenario actual, con muchos de estos guerrilleros en el gobierno por voto popular en democracias que contribuyeron a derribar --y que felizmente han sido restituidas tras un hondo pasado de drama--, se han alentado expropiaciones en el caso de Venezuela, así como saqueos a supermercados de empresarios “apátridas” y alentado así la violencia contra los “enemigos” de la revolución bolivariana.
En cada país ha habido invocaciones y razonamientos similares que son interpretados literalmente, muchas veces, por grupos que al fin de cuentas han sido puestos en situación de víctimas por los gobernantes enmarcados en esta ceguera ideológica de la confrontación y que por lo tanto se ven envalentonados para usar la violencia. Y la aplican contra quienes son sus “enemigos” y se niegan a repartir la riqueza; lo que además se conjuga con una formación cultural y de valores deficiente, en muchos casos con automarginación.
Y una de las respuestas, entre otros aspectos, que se requiere para hacer frente a esta situación es la formación en valores, la inclusión social, educación y fomento de hábitos de trabajo, en lugar del ocio y exacerbar el papel de víctimas que se promueve con fines político-ideológicos.
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