Paysandú, Jueves 30 de Enero de 2014
Opinion | 26 Ene En la primera quincena de enero se observó una escalada de difusión de videos de contenido sexual y su multiplicación en las redes generó el alerta de las autoridades de la Dirección de Lucha contra el Crimen Organizado Interpol, que han manifestado su preocupación en torno a estas nuevas conductas.
Y las nuevas conductas –obviamente— se dan por la difusión de las imágenes a través de las redes sociales hasta transformar las escenas en una nueva definición: los “videos virales”.
En uno de los casos, un mayor subió un video donde dos menores se filmaron manteniendo relaciones y en el último que investiga la justicia aparece una joven participando en una instancia de sexo grupal en un baño del Parque de Santa Teresa, luego que su familia denunciara abuso sexual.
La amplia circulación de las nuevas tecnologías y el ojo del “gran hermano” que todo lo ve, hecha por tierra cualquier definición de “intimidad”. Un aspecto que probablemente se haga respetar celosamente, pero se requiere observar con ansiedad cuando se trate de otros.
Ocurre que este material se obtiene con escribir alguna palabra clave en un buscador cualquiera y alcanza con observar la cantidad de visitas para confirmar la necesidad de “ver” este tipo de material.
Las razones por las cuales se transforman en “virales” pueden ser materia de explicación de profesionales tales como psicólogos o sexólogos, pero a simple vista arroja problemas no resueltos en la “psique” colectiva. Incluso hasta en los comentarios.
Se ha vuelto común la frase “pobre la familia de la joven”, cuando en realidad deberíamos agregar “pobre la familia de los muchachos”, que en algún sentido también son responsables.
Es que la responsabilidad compartida incluso nos parcializa la visión de un problema más amplio. La familia de la mujer radicó la denuncia por abuso de esos jóvenes, cuando en realidad el abuso es colectivo por parte de quienes comparten y vuelven a mirar para juzgar únicamente la conducta de ella.
Y es esa misma visión sesgada la que nos lleva a no lograr interpretar cómo un senador de la República puede solicitar sexo a cambio de dinero a un efectivo policial en la Parada 4 de la Playa Mansa y encima espetarle que “es tu palabra contra la mía”.
En realidad la sociedad se ha vuelto voyeurista y para esto, las redes sociales se han transformado en un arma y una herramienta.
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