Paysandú, Lunes 03 de Febrero de 2014
Locales | 01 Feb Por Horacio R. Brum. El partido terminó: Perú 1, Chile 0. No fue otra etapa de las eliminatorias para el Mundial de Brasil, ni de ninguna copa sudamericana, pero a juzgar por la inmadurez nacionalista con que trataron el asunto casi todos los medios de comunicación, muchos políticos y más de un columnista de ambos países, la resolución en la Corte Internacional de La Haya del diferendo por el límite marítimo despertó todos los sentimientos primitivos de un partido de fútbol binacional. No faltó ninguno de los elementos de esa representación de la guerra entre tribus que suele describirse ingenuamente como “pasión de multitudes”; se vieron los barrabravas aullando el odio al rival, los políticos usando el enfrentamiento para distraer la atención de los problemas reales, los periodistas de televisión llenando minutos con informaciones irrelevantes y la masa sin capacidad de crítica, tragando los mensajes repetitivos y simplistas transmitidos por las pantallas y las hojas de papel. Una vez conocido el resultado, también aparecieron los comentarios al tono de “nos robó el árbitro” y la actitud característica de nuestras sociedades subdesarrolladas, que alaba a la justicia y los jueces cuando su veredicto es favorable a nuestros intereses, o los tacha de incapaces e inoperantes cuando se pronuncian a favor de la otra parte. Afortunadamente, la cordura provino de los gobiernos de Lima y Santiago, que al igual que casi todos los de la región, parecen ir entendiendo que estos no son tiempos de atrincherarse detrás de las fronteras ni de tapar con las banderas los agujeros de las alfombras y las cortinas de la casa.
En términos concretos, Chile perdió alrededor de 21.000 kilómetros cuadrados de mar territorial, que en rigor histórico no habían sido suyos, ya que forman parte de los extensos territorios que quitó a Perú y Bolivia mediante la guerra del Pacífico (1879-1883). En los tres países, ese conflicto ocupa el lugar de las Malvinas en la realidad de los argentinos: envuelto en verdades manipuladas, mitos y mentiras, sirve para reforzar las identidades nacionales y despertar de cuando en cuando sentimientos útiles para distraer la atención de los temas que realmente afectan a las poblaciones. Con un ojo crítico, varios de esos temas se pudieron ver entre la niebla de informaciones que envolvió al trabajo de la Corte de La Haya.
Los pescadores artesanales de Arica, la ciudad chilena más cercana al límite en discusión, vivieron días de angustia porque, en su visión elemental del problema, iban a perder la zona del mar que constituye su fuente de trabajo. Aunque esto no ocurrió, quedó una vez más en evidencia la vulnerabilidad económica de ese sector. Las estadísticas dicen que hay en Chile aproximadamente 80.000 pescadores artesanales; sin embargo, existen trabajadores que entran y salen del rubro, según los avatares del mercado de la pesca. Todos dependen para su subsistencia de la venta diaria de la captura y por lo general operan en condiciones tan deficientes de seguridad, que no es raro que un cambio brusco de las condiciones meteorológicas provoque naufragios con la pérdida total de las tripulaciones. En un viaje por los archipiélagos del extremo sur, donde llueve la mayor parte del año y predomina el clima invernal, este corresponsal pudo ver en islas antes desiertas, aldeas construidas con nailon y carpas ligeras de camping por los pescadores artesanales y sus familias, que navegaban siguiendo los cardúmenes de especies de buena cotización. En el norte desértico, las caletas suelen ser conjuntos de casillas de chapas y restos de madera de embalajes. El agua potable les llega en camiones enviados por la intendencia municipal más cercana y la luz eléctrica proviene de generadores a nafta, cuando el presupuesto de los pescadores les permite comprarlos.
Del lado peruano de la frontera en disputa la situación no es mejor y con frecuencia los botes terminan perdidos en el territorio chileno, donde las autoridades navales los tratan con una severidad que ignora toda consideración social. Unidos en la pobreza, los pescadores se ayudan en este predicamento sin barreras nacionalistas y en Arica hay actualmente un grupo de peruanos que recibe trabajo, alojamiento y alimentos de sus colegas chilenos desde hace varios meses. No pueden regresar a Perú, porque se les exige el pago de una multa que es largamente superior a sus posibilidades económicas. Tacna es la mayor ciudad peruana cercana a Arica, al otro lado de la frontera terrestre de la zona del diferendo y a una distancia por carretera similar a Paysandú-Young. Otra comunicación es provista por un traqueteante coche-tren, como los antiguos motocares que iban a Guichón o a Quebracho, operado por la empresa de ferrocarriles de Perú. La división fronteriza no es más que una línea en el desierto, pero la tentación de cruzarla por los pasos no controlados puede llevar a la mutilación o la muerte, porque apenas en la última década se han comenzado a despejar los campos minados que sembró en la década de 1970 la paranoia de los militares chilenos, al igual que en partes de la frontera con Bolivia y en el sur, con Argentina.
Cinco millones y medio de personas es la circulación anual entre Tacna y Arica. Hacia Chile vienen, además de los cargadores de drogas, los peruanos pobres que creen en el mito del milagro económico chileno, en gran parte mujeres que terminan en el servicio doméstico. A Perú van los chilenos que no gozan de ese milagro: justamente en la semana anterior al veredicto de La Haya, una comisión de expertos en medir la pobreza entregó al presidente Piñera un informe que sugiere cambiar la forma de elaborar las estadísticas, porque en términos reales, el 44,5% de la población es pobre o cae en esa condición con la más mínima alteración de su ingreso. El año pasado, el hospital público de Tacna atendió a 184.000 chilenos, que llegaron desde Santiago, 2.100 kilómetros al sur. Este centro tiene mejor tecnología que el de Arica y cuenta con todas las especialidades médicas, algo no muy común en los establecimientos de la salud pública chilena, porque el gran negocio de la medicina privada de Chile absorbe a los mejores profesionales. Incluso atendiéndose como pacientes privados, los ciudadanos chilenos pagan tres a seis veces menos que en su país por los mismos servicios, incluso en odontología y en tratamientos estéticos, como las liposucciones. Esta situación no se debe solamente a las diferencias en el cambio de la moneda, sino también a que en Perú hay una mayor preocupación del Estado por controlar el lucro con los servicios esenciales para la población.
Hace unos meses, cuando los diarios chilenos informaron que en Argentina era posible comprar un mismo medicamento al 20% de su costo en las farmacias de Chile, la única explicación que pudo dar el director del instituto de salud pública fue que aquí hay libertad de precios y por lo tanto, son las farmacias y la industria quienes los fijan.
El fenómeno de Tacna se repite en las zonas de frontera con Argentina, donde algunas municipalidades chilenas han hecho convenios para que sus habitantes se atiendan en los hospitales argentinos, y vale la pena anotar que ya son varios miles los estudiantes chilenos en las universidades de ese país, porque con lo que cuesta una matrícula mensual a este lado de los Andes, pueden pagarse alojamiento y alimentación. Una realidad que tiene poco que ver con cualquier discusión sobre dónde se pone la bandera nacional o cuántos kilómetros más o menos se corre una línea de frontera. Como lo dijo el alcalde de Arica, “en dos años más nadie va a recordar el fallo de La Haya. Esto tendrá un efecto mediático grande, pero el efecto práctico será mínimo”.
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