Paysandú, Miércoles 05 de Febrero de 2014
Opinion | 01 Feb Con la presencia del ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, ingeniero agrónomo Tabaré Aguerre, se informó recientemente sobre los detalles de un nuevo período de vacunación antiaftosa a partir de este mes para todas las categorías de vacunos, a la vez que se anunció una intensificación en el control de rutas de vacunación para el fortalecimiento del estatus sanitario del Uruguay. Compartimos expresiones del ministro Aguerre vertidas en la oportunidad en el sentido de que “no porque no existan focos o actividad viral, tenemos que bajar los brazos. Más que nunca, reconociendo el esfuerzo y el compromiso que todo el país ha realizado en estos años, todos los actores involucrados debemos redoblarlo en esta campaña, ya que cada vacuna bien aplicada contribuye a consolidar y edificar un estatus sanitario cada vez más fuerte”.
Precisamente, como bien señalara el secretario de Estado, esta campaña no es un hecho aislado sino que está enmarcada en una política sanitaria general alineada con otros lineamientos estratégicos, como la inserción internacional, ya que el estatus sanitario es una de las formas de construirlo.
“Esto no lo podemos hacer si no convencemos a la gente que maneja, manipula, transporta o dosifica la vacuna, que esto es muy importante para la actividad ganadera que genera empleo directo o indirecto a cientos de miles de personas y es responsable de alrededor del 35% de nuestras exportaciones”, señaló, y consideró que “el Uruguay tenga o no tenga aftosa no es un problema exclusivo de los productores o trabajadores rurales: termina siendo --por la magnitud que tiene en la economía la producción de carne y leche-- un problema de todos los uruguayos”.
Este es precisamente el punto, que trasciende el aspecto sectorial, y comprende además a una vasta región sudamericana productora de carne, donde desde de enero de 2012 no han habido focos de fiebre aftosa, hecho sin antecedentes y que en gran medida es consecuencia de los avances registrados en la instrumentación del Programa Hemisférico de Erradicación de la Fiebre Aftosa (Phefa), en el cual nuestro país ha tenido una presencia muy importante, y del apoyo del Programa de Acción Mercosur Libre de Fiebre Aftosa (PAMA). A ello se agregan acciones complementarias como la iniciativa de la creación de un banco de antígenos y vacunas que atendería las necesidades de toda la región.
Igualmente, la experiencia indica que todavía no se puede asegurar que no exista circulación viral en América del Sur y que si bien ha habido avances en el control de la enfermedad, ninguna de las naciones productoras puede darse el lujo de arriesgarse a dejar de lado la estrategia de la vacunación y tampoco de no hacerlo en forma concienzuda, responsable y extremando los controles.
Debe tenerse presente que tras los estudios de los organismos internacionales y regionales de zoonosis se dieron por terminados los casos de aftosa en zonas de Paraguay que habían puesto en alerta a la región hasta el 2012, al punto que en su momento el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de nuestro país decidió aumentar los recursos humanos en puestos de frontera, y disponer de rodiluvios y los arcos de desinfección.
Estas medidas se mantuvieron mientras se monitoreaba lo que sucedía en Paraguay, y a la vez se continuó con el protocolo de desinfección de los contenedores con carne paraguaya en tránsito. Pese a que se dio por terminado el brote, no fue fácil la tarea de contención y eliminación, que requirió una acción coordinada de los organismos regionales, con participación de misiones técnicas internacionales integradas por el Comité Veterinario Permanente (CVP) y el Panaftosa.
Un aspecto que no debe soslayarse es que el brote y la expansión en Paraguay obedeció a la desidia de productores de la zona afectada, y es así que en muchos de los materiales analizados en laboratorios provenientes de la zona no existían antecedentes de vacunación, entre otras fallas encontradas. Por esta vía se originó el contagio que desembocó en la crisis de 2002, que tantos perjuicios arrojó al Uruguay y que todavía se proyectan hasta hoy, de una u otra forma. En 2001, la epidemia de fiebre aftosa provocó pérdidas por 730 millones de dólares en nuestro país y desocupación para unos 10.000 obreros de la industria frigorífica.
Por lo tanto siempre es buena noticia que se mantengan e incluso acentúen controles y la coordinación de las políticas preventivas contra la aftosa, en una toma de conciencia fundamental para preservar una riqueza que en el caso uruguayo es uno de los pilares de nuestra economía, porque nunca hay seguridad absoluta en cuanto a las barreras, cuando éstas no son además coincidentes con las divisiones políticas, desde que en la naturaleza no hay obstáculos para la diseminación de enfermedades, en este caso para una epizootia que prácticamente devastó la economía regional.
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